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Capítulo 31: “Ser o no Ser”.
Despierto en la mitad de la calle, para varear no recuerdo mucho de nada. Siento a mí alrededor un ruido fuerte proveniente de las alturas y en lo lejano, se consigue disipar el último atisbo de sueño que tenía y desaparecen hasta de mi memoria las hermosas visiones de las que era partícipe hasta ese instante. Un chirrido de un bus del transporte público acaba con la tarea de que yo abra los ojos y en ese minuto supe que no quería ser parte de nada.
Era julio y una tupida lluvia caía sobre mi cabeza. Los escolares salían de las escuelas y en ese minuto tomé conciencia de lo mala idea que es dormir debajo de un colegio, peor si es pagado. Todos gritaban, el barullo se hacía cada vez más intenso, era el último día de clases antes de salir a las dos semanas de libertad que se les avecinaban. Y luego llega un hombre corriendo hasta mí. Llevaba una escarapela que indicaba su nacionalidad chilena, pero más allá de un certificado de nacimiento con la palabra “Chile”, él tenía mucho más que un papel con esa palabra… la llevaba grabada a fuego en el alma, sus ojos saltones de color aceituna me lo indicaban. Un pañuelo le cubría mayormente el rostro y parte de la cabellera. Lo vi y me sorprendí de ver una escopeta como la mía que llevaba cogida con fuerza en las manos.
-Señorita, ¿usted es Sofía Poblete?-inquirió en un acento campesino que delató, además de su procedencia su vejez inevitable.
-Sí, soy yo-dije mirando perdidamente la escarapela.
-Más le vale correr, estos gallos se reinstauraron en el poder, la quieren rehén, a usted y a su grupo-dijo armándose de valor otra vez y armándose a la lucha corriendo con pasmosa agilidad.
No tuve tiempo de replicar. Miré al vacío: cuanto mirara sería igual, todo en llamas, las cosas hechas trizas, la gente matándose, todos corriendo los unos tras los otros. Y en los pocos minutos que siguieron antes de que tuviésemos que largar a correr hacia los caballos se pasaron por mi memoria montones de cosas que eran parientes cercanos de este acontecimiento. Después del asalto a Valparaíso, tardamos un par de días en decidirnos a volver a la ciudad capital, todo nos salía a la perfección, no podíamos negarlo.
Los patriotas ya habían vuelto en masa al país e imitaban nuestro ejemplo. Interrumpí mis pensamientos para recordar una frase que Danto solía decirme: “El valor no es la ausencia del miedo, sino saber que hay algo más importante que el miedo; puede que el valiente no viva mucho, pero el cauto no vivirá nada”, y se me llenaron los ojos de lágrimas ante su recuerdo que pretendía que creyese que esa frase era de su autoría, mientras que yo sabía que no lo era. Volví a mi memoria y recordé con nitidez el día en que llegamos a Santiago. La gente pifiaba al ejército chileno que no hacía nada a favor del pueblo, se habían vendido al realista y salían con la cara llena de vergüenza por donde nosotros entrábamos siendo recibidos con aplausos, banquetes y la felicidad de todos. Las banderas chilenas flameaban al viento y la gente agitaba la que llevaba en las manos.
Llegamos al Palacio de la Moneda, el día era soleado. Al día siguiente hubieron elecciones presidenciales, estábamos consientes de que no estaríamos en el poder para toda la vida. Toda la ciudadanía se agolpaba en los centros de votación. Un campesino salió electo por todos, casi unánimemente, y se eligió la directiva que se encargaría de guiar a la nación. Ahora el pueblo por el que tanto habíamos luchado, por su libertad, por su honor, estaba en el poder, todos se dirigirían a sí mismos, nadie mandaría a nadie.
Así estuvimos hasta que de madrugada, vinieron a sacar al Presidente de su alcoba y le asesinaron a la luz de las luminarias de la calle, mientras todos chillaban como unos verdaderos animales. Yo sentí horror por vez primera en mi historia como guerrillera. Prefería estar en las sombras antes que presenciar ese crimen. Poco a poco la ciudadanía comenzó a salir de sus casas, pero las legiones nos superaban demasiado en número y técnica, llevaban meses preparándose para ese ataque. Los soldados chilenos eran una proliferación en esas filas. La gente huía y era masacrada en las fronteras. Combatimos hasta tan tarde que nos dormimos en el recambio enfrente del alero de una escuela como pudimos.
Me encontraba perdida en mis recuerdos, mirando a un lugar que ni siquiera yo sabía donde era, hasta que un piedrazo vino a dar al lado mío. En ese instante nos largamos a correr todos, despavoridos. Llegamos al cerro.
En las semanas venideras nos dividimos en cuantos pudimos para poder recaudar cuantos datos pudiésemos, pero llego el momento en que debimos sacar personalidad.
-Las escuelas son solo para varones-dije en voz alta al consejo.
Era martes, y como todos los segundos días de cada semana, había consejo a las 10 de la mañana. Tenía una idea, ni siquiera sabía que la tenía, todo era vago y sin sentido, había parado de llover, pero no por ello el sol era precisamente radiante. El frío me calaba los huesos, me frotaba los brazos casi por inercia, los cubría un grueso poncho que debajo de sí llevaba mi vestido. Miraba al aire con distracción, como si el lenguaje humano estuviese muy lejos de ser lo más complejo que haya existido jamás, como si hablar de algo tan complicado fuese obvio y común, muy distante de lo duro que en realidad es.
-No te das cuenta de que esto es una gran idea ¿cierto?-me dijo desde un lugar, tímidamente Anita.
En ese instante salí de mi habitual trance para ver lo que quizás la niña no me quería decir. Si no éramos hombres, debíamos esforzarnos por serlo, era la única manera de sonsacar de una manera fácil la información que nos era precisa tener. Naturalmente la chica no quiso decir eso, ella era muy tímida, podía tener noción de ciertas ideas, pero no se atrevería con facilidad a llevarlas a cabo si eso requería que ella fuese el o uno de los centros de atención en el asunto, a menos que la situación de hiciere crítica, y entonces en esos casos sacaba a relucir su característica e irremediable lealtad.
-Anita… sabes que eres una genio… ¿cierto?-dije en tono espontáneo abrazando a la muchacha.
-¿Por qué?-dijo en un tono cohibido, haciéndonos mostrar su desagrado ante la situación que la hacía ser el centro de todas las miradas clavadas e irrefutables del grupo.
-Por la simple razón de que me has dado una gran idea… tal vez la gran parte no somos hombres, de hecho somos mujeres que están jaspeadas por un par de hombres-dije clavando decisiva mi mirada a Manuel y a Franco, pues Enrique era un ser indefinido-, pero, todo en esta vida tiene un pero, desde mañana nos haremos pasar por chicos nuevos en el liceo pagado, hay que aprovechar la edad… nos disfrazaremos, así de simple y como es un internado como a de remate tenemos todas las de ganar-dije triunfante.
Algunas miradas eran parientes de las mías, felices y entusiastas, viendo la hora de llegar al día siguiente haciéndonos pasar por lo que precisamente no éramos; otras eran sarcásticas, mirándome en el ojo del huracán como una enferma del mate; y, la gran mayoría poseía en su mirada agotada y lúgubre una gran porción de timidez, de un miedo que le hacía retroceder la marcha sin que la música marcial hubiese comenzado siquiera.
-Pero, tu sabes que yo no me la puedo, me van a descubrir de una, no entiendo pa’ que hacís esto-dijo Anita.
-Anita, el valiente puede que no viva mucho, pero el cauto no vivirá nada… deja de una buena vez de lado tu recato y ven a gozar de la aventura-dije en tono comprensivo, tan comprensivo que no le dio ni para chistar siquiera.
Paso el día como el vuelo de un pájaro: continuo, sin parar, rápido y vivo. No nos dimos ni cuenta cuando el despertador nos hizo salir del sueño para llegar abruptamente a la realidad. La mejor aventura, nuestra mejor correría sería esta, la que nos instaba a despertar de un sueño vago que ya no podría suceder por maravilloso que fuese, por mucho que nos gustara, deberíamos volver a nuestra realidad que estaba muy distante de nuestros deseos, no era fácil vivir en la clandestinidad, pero aún así la vida aguantable, inclusive, es más, era divertida y mucho más agradable que la quietud de llevar una vida como la de cualquier otro.
Eran las cinco de la madrugada y ya no podríamos dormir, ya no podíamos soñar, el destino nos llamaba a gritos a hacer lo que los demás llamaban como imposible, todos solían catalogarlo así, pero sin embargo para una guerrilla no hay imposibles solamente dificultades.
Nos caracterizábamos en silencio, a ratos la pregunta clásica nos invadía y era “¿Cómo me veo?” y entonces la persona aludida abría con cansancio y lentitud sus ojos y respondía. Los deseos de dormir se cumplían a ratos. Esto conformaba una atmósfera muy distante de la que nos esperaba escondida en los pasadizos de una construcción de cemento que sería movida, pero no agotadora, de hecho mientras me maquillaba pensaba que me la podía pasar así por toda la vida, que esa era la clave del misterio.
Horas más tarde, faltaba tan solo cuarto de hora para que comenzara nuestra callada y secreta batalla, traicionero era el destino para quienes deberían recibirnos desde esa mañana. Naturalmente no se lo perdonarían nunca por el resto de sus vidas el hecho de habernos abierto las puertas al camino de su derrota. Éramos así, y nada en el mundo lo podría cambiar en momento alguno. El camino fue largo, ya estábamos a la mitad y no nos podríamos retractar, no sabíamos lo que el camino nos deparaba, pero había que intentarlo, no sabríamos jamás lo que nos sucedería si nunca nos lanzábamos a la aventura. Hae’koro galopa con fuerza, sus casquetes suenan fuertes en el suelo. Hay niebla y hace frío. Está oscuro, y nada se ve en centímetros desde nuestros propios ojos. En el informe climático, si mal no recuerdo dijeron que ese día llovería, ¡y vaya tamaña manera de tener la razón!, cuando estábamos a una cuadra, se largo a llover. Los autos que se detenían ad portas del establecimiento educacional tenían los parabrisas llenos de agua, y los paraguas atestaban la vereda. Nos detuvimos, entregué el caballo a Débora y me armé de valor. Desde ese día, dentro de un buen tiempo, presumía, no vería a Hae’koro, pero quizás no sería así. Éramos 25 por lado, 25 fingiríamos ser lo que precisamente no éramos, y las otras 25 se encargarían de ser quienes eran, nadie más y de cuidar a los caballos, nadie sabía cuando tendrían que estar listos para la contienda.
La recibida que tuvimos por parte del alumnado fue bastante osca, se notaba que estaban acostumbrados a su círculo selecto y cerrado, hermético y de difícil acceso. Pero eso en nuestros corazones eso no tuvo ni la más mínima importancia, y tomamos rumbo directo a la oficina del director.
-Buenos días, ¿qué se les ofrece?-dijo con aires de arrogancia y distracción.
-Nos queremos inscribir para tomar clases aquí-dijo Manuel sacando la voz y la cara que poco teníamos el resto para pedir tamaña regalía con tanta claridad y decisión.
-Saben que son $200.000 por cabeza mensual ¿cierto?-dijo con más arrogancia el director.
-Por supuesto, pero también sabemos que hay beca de estudios completa para los hijos de quienes están combatiendo a favor del reino-dijo Manuel.
-Veo que están bien informados-dijo el hombre.
-Exactamente-dijo Manuel.
-Necesitaré esta mañana los datos de cada uno y luego se pondrán al día, ya les indicaré cómo-dijo.
En ese segundo, por primera y última vez, creo, en mi época de guerrillera sentí los deseos de huir, pero una mano amiga me llevó detrás del tumulto y me dijo: “No piensas en abortar misión… o sí”. Se trataba de Franco, con tan solo ver mis ojos llenos de terror descubrió que algo en mi ser no andaba muy bien que digamos. Con tan solo mirarme, sabía que en ese instante yo era presa del miedo. A decir verdad, no sé, ni siquiera yo misma sé que sentía en ese minuto, supongo era una potente mezcla de miedo, vergüenza y por supuesto mucho nerviosismo, un brebaje fatal para el valor supuestamente indisoluble de cualquier guerrillera. Solo sé que pensé en todo lo que había sucedido, en todos los pasos que había dado, en cada cosa que hacía triunfaba, el progreso, era nuestra consigna como grupo, y no por un simple capricho de mi mente todo eso debería de irse con rumbo al tacho. Entonces, solo entonces, me calmé y comencé a hacerle caso a mi alma, a mi instinto, a mí ser aguerrido que sigue sin admitir réplicas para lo que quiere para sí, y me armé de valor. Estaba consciente de que no era la única de todas las que estábamos en el grupo que estaba segura de querer dejarlo todo y salir corriendo, pero hay que intentarlo, nunca se sabrá el resultado de los deseos si jamás se cumple el sueño, o al menos se hace el intento de llevar a cabo las ideas.
Mi actitud decidida apoyó a muchas en esa oportunidad que por ellas hubiesen salido corriendo, arrancando. Era distinto vivirlo, con el temor de la derrota, del descubrimiento allí mismo, que comentarlo entre risas y deseos en un campamento aislado de la realidad.
Estuvimos todo el día llenando formularios, haciendo pruebas, hablando a favor de España y su Rey. Eso en lugar de un juego, una actuación, era una humillación, era una mentira sucia y vil, lo peor de todo era que debíamos mentirnos a nosotras mismas para así no dejar al descubierto nuestro plan, que de ser visto a la luz del sol seguramente ahora yo no estaría narrando esta historia.
Luego nos enfrascaron en una Biblioteca copiando y estudiando lo que no habíamos pasado en el aula. Suerte que teníamos una fotocopiadora cerca, sino de seguro que todavía estaríamos escribiendo. Así se ingresa a un establecimiento educacional al 7º Básico a la mitad del año estudiantil.
El tiempo transcurrió tranquilo. Dormíamos en el 5º piso del bellísimo edificio adaptado para servir de colegio. Las habitaciones eran grandes, en exceso. Pronto nos hicimos notar, algunos en el juego, otras haciendo desaparecer a quienes decían ser lumbreras de la clase, otras cuantas haciendo más agradables las noches de fin de semana jugando al naipe o jugando a la famosísima botellita de penitencia-verdad.
Pero llegó el tiempo, el destino nos alcanzó, nos tocó a lo lejos y no nos soltó.
Paso el tiempo tranquilo. Guardaban algunos rencores por nuestra tardía y abrupta llegada. Y nosotros guardábamos los secretos de sus padres. Algunos eran hijos de famosísimos generales de la Corona, otros de soldados fuertes y valientes, otros de los grandes efectivos de la comandancia. Los secretos de las tácticas y triunfos de ellos ahora pendían de las jugarretas que nosotras hiciésemos, su destino estaba en nuestras manos. Pero todo en la vida tiene un final… ¡Ay, que refrán más sabio!... si tan solo hubiese pensado en él la mañana de invierno en que distraídamente propuse esta idea.
El “Guatón Rozales”, era un muchacho muy gordo, rasgo muy fino y creído en exceso. Era el soplón del curso, de eso no hay ni una sola duda. No pasaba una sola mosca que no recibiese un comentario ya sea sarcástico o en malos sones de su parte. Dentro y fuera del salón hacía de las copuchas de la escuela su tema de conversación, quizás lo hacía para que nadie supiese nada de él y de su familia, que bien que lo había logrado, su vida era una incógnita que nadie conseguía despejar. Todo solía encontrarlo malo y erróneo, él creía ser muy perfecto, pero en realidad era lo opuesto, su arribismo, su injusticia, todo eso demostró ser el más torpe del grupo.
Este personaje entra en mi testimonio de la cruda guerra de la siguiente manera:
Era la fiesta de fin de año, hacía muchísimo calor. En el patio del recinto había un asado para festejar a quienes consiguieron pasar el curso. Una piscina de cemento se extendía a lo largo del gimnasio techado. Todos corrían felices de un lado a otro con un helado de paleta en la mano succionando el líquido frío que caía con facilidad. Para mi suerte había aprobado el grado y mis calificaciones estaban inscritas en el registro civil. Las habían pasado desde los registros de Manuel Castañeda (mi pseudónimo), a Sofía Poblete que era el cerebro tras el teatro.
En ese ambiente nadie sospecharía nada, pero nunca hay que confiarse, dejarse estar. Quien más que Rozales podría tener una mente tan sucia y maliciosa como para delatarnos, muchos podían tenernos temor, pero no muy lejos de la superficie de sus almas sentían admiración por estas guerrilleras.
-¿Dime quién eres tú?-dijo Rozales subiendo del brazo con fuerza a María Paz al escenario.
-Gabriel Santa María-respondió la niña con firmeza y pasmosa calma en la mirada y en el ademán-me conoces desde el invierno-agregó con un sarcasmo que hizo reír a todos.
-¡Silencio!-gritó el muchacho y en el acto todos obedecieron a su déspota manera- Yo sé y muy bien quién eres tú, Gabriel… o debo decirte María Paz…-y su rabia fue tan grande que para demostrarlo la lanzó directo al agua de la piscina, corrió el maquillaje de su rostro y sus rasgos femeninos quedaron al descubierto-Ven, lo que les decía era cierto, y eso no es todo, ella es de la NHM, ¡hay que asesinarla ahogándola!
-Entonces me asesinarás primero a mi-repliqué desenvainando con fuerza mi espada, aquella que siempre llevaba conmigo.
-Y a vos, ¿qué te pasa?, no sabía que tuvieses novia-dijo el otro, carcajada general.
-A decir verdad somos casi treinta las neo húsares que invadieron tu cárcel-dije yo, la interpelada.
-Y tú, no me vas a decir que eres la tipa esta que dirige-dijo en tono burlesco.
-Sofía, la comandanta, no estoy para servirte-dije lavándome la cara en el agua de la piscina y dejando al descubierto generosamente mi rostro.
Y ahí me di cuenta de súbito de todo, hombres se me declaraban, en realidad a todas, pero los que más nos partían el alma eran aquellos que se habían enamorado de nuestros personajes, de esos varones tan definidos, nadie se hubiese dado cuenta de quiénes éramos en realidad. Muchos nos quisieron cerca, no lo consiguieron.
Eran dos bandos, dos seres se revelan a las reglas de paz y se enfrentan en el campo de fuego, en la batalla. La noche cae tenuemente, la sorpresa es fuerte entre el alumnado. Y entonces dos espadas se cruzan. Rozales y yo.
-A ver si eres tan fuerte como dicen-dijo sarcástico.
-No creo que quieras probarlo-repliqué con una chispa de pasión en los ojos.
Un círculo se forma entorno a ambos, se abre hasta la piscina, la menor imprecisión y ese sería nuestro adiós.
Nos transamos entonces en la más fiera lucha de todas, en un comienzo voy perdiendo, mi táctica era cansarlo sin dejarme prender, un giro brusco prodigado por quién escribe y llevo las riendas del asunto, lo clavo en el brazo, sigue la riña, a la media hora consigo hacer que conozca el agua, su fracaso fue la muerte, nos llevamos cuanto pudimos, cuantiosas declaraciones de amor se nos hacían. Desde ese día nuestros contrincantes conocieron que por muy guerrilleras que fuésemos teníamos corazón, mientras que muchas montoneras conocieron el amor. Sus sentimientos sobrevivirían a la distancia, sobrepasarían las barreras de nuestra movediza geografía y entre ambos ya no existiría más el bando contrario, así es el amor en tiempos de guerra.

Texto agregado el 20-01-2012, y leído por 157 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
04-02-2012 A veces tras el pavoneo, la gramática y la sintaxis los necios y envidiosos no ven la chispa de la genialidad.este capítulo y el libro entero me está creando una impresión bella, desconocida y vital en mi andadura como lector. No acostumbro a adular pero mi impresión sale de la ponderación y entra en el terreno de la adulación. Fantástico, señorita sparrow. Weissturner
20-01-2012 Mucho pavoneo y pocas nueces... 1* FOGWILL
20-01-2012 Mejorar la gramática y la sintaxis. pero esta muy bueno. Carelo
 
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