El maestro me dijo "te recomiendo, perturbado espíritu, que vayas a la montaña más alta y me digas lo que has visto en ella".
Me dispuse a seguir las indicaciones de mi maestro sin discusión, sin dar lugar a dudas. Viajé por senderos extensos que me hicieron replantear más de una vez el "por qué" de llegar a una montaña. Y aunque no conocía el motivo seguí, pues así lo había prometido. Viento, frío, calor, sed y hambre azolaron a mi cuerpo y en mi alma causaron estremecimiento. Quise volver. Incluso miré atrás, pero mi corazón latía triste cuando las intenciones eran regresar sin cumplir.
Pero un día llegué. Llegué a lo más alto, a donde mi maestro dijo que tenía que llegar... y no vi nada. Desilusionado regresé con las mismas penurias, exacerbadas por el viaje de ida y vuelta, por el dolor de mis pies y el cansancio en mis ojos. Regresé y pregunté furioso a mi maestro "¡pero qué querías que aprendiera, si no había nada!". Él me observó imperturbable y después de un rato dijo con la más rotunda tranquilidad:
- Te cansaste ¿verdad? Hubo dolor, miseria tal vez, pero seguiste. Y llegaste porque no dejaste que tú mismo te vencieras, y en esto debo felicitarte. Pero fallaste en la prueba real.
- ¿La prueba real? - pregunté irritado -. Pero si sólo era la maldita montaña y nada más.
- Algo triste ante mi respuesta, mi maestro agregó -. No era la montaña lo importante, hijo, sino el camino que te llevó hasta ella. Tu recompensa era ese paisaje que pocos logran ver, agobiados por la rutina del día a día. Los más grandes tesoros son aquellos que no puedes comprar y que sólo con tu propia fuerza puedes llegar a obtener. Pero tú, que llegaste a lo alto, no viste nada más que el fracaso, ¿no es así? Pues esperabas respuestas que no están ahí afuera, sino en ti.
Ve de nuevo, y disfruta el viaje, que la meta llegará inevitablemente, que lo esencial es lo que se cruza y supera, lo simple y exquisito en su sencillez, lo que te llene hasta que te haga sonreír y decir "ha merecido vivir por tan solo este momento", sin importarte lo grande o pequeño que sea el tesoro, o lo mucho o poco que haya durado. La vida es tu primer gran logro, ahora sólo te falta vivirla.
|