La enfermera (se llamaba Ruth) cerró los ojos cuando la nave levantó vuelo y se sintió aplastada contra el asiento. Pronto todo se normalizó y se sintió libre de la opresión que había sufrido en su cuerpo. Aunque había viajado varias veces en
avión, todavía tenía ese temor de los novatos.
A su lado había una ventanilla y corrió la cortina para mirar hacia el exterior. Se sobresaltó. Afuera era de día y veía a lo lejos curiosas formas de rocas que volaban. De pronto afuera se hizo de noche y las rocas brillaban como estrellas. No
pasaron ni cinco minutos y afuera se hizo de día otra vez y luego otra vez de noche. Cerró la cortina disgustada. A las tres de la mañana debería aplicarle una inyección a la anciana y luego podría dormir tres horas ya que la siguiente sería a las seis.
Miró su reloj y vio con asombro que los
minuteros giraban enloquecidos. La aguja que marcaba las horas giraba a gran velocidad y la que marcaba los segundos ni siquiera se veía por la velocidad con que giraba.
—Seguramente estaremos pasando por el Polo— pensó.
No se atrevió a levantarse de su asiento e ir a la cabina del piloto donde estaba el simpático señor Mirinda.
La anciana reposaba, respirando bien y Ruth le tomó el pulso. Todo estaba normal. A pesar de todo Ruth se sentía intranquila. Era como si un sexto sentido le avisara que se acercaba un peligro. Pensó en los dos mil dólares que
cobraría y esto le ayudó a disipar sus temores. Cerró los ojos y se durmió.
Mirinda sobrevoló con su nave por el navepuerto de la ciudad principal de su planeta, pidiendo autorización para descender.
Le dieron cinco kirtes de espera. Lo tradujo a un idioma terrícola y venian a ser como cinco minutos. Decidió despertar a la enfermera y así lo hizo. Ruth, contenta por haber llegado, nuevamente corrió la cortina de la ventanilla para mirar, le comentó a Mirinda:
—Desde acá arriba la gente se ve como hormigas, no, no, ¡se ven como cucarachas! ¡Quelle horreur!
Esta frase la dijo en francés para impresionar al señor Mirinda, haciéndole ver que era una persona culta.
Mirinda estacionó la nave donde le indicaron por radio y se acercó a las mujeres.
—¿Cómo llegó la señora Rocío?— le preguntó a la
enfermera.
—Llegó muy bien. Tiene los signos vitales normales, solo está adormecida por las inyecciones que le apliqué. En dos horas estará despierta…
—Señorita enfermera. He decidido doblar sus honorarios con la condición que no baje de la nave ni se asome a mirar por las ventanillas. Se quedará a bordo esperando que yo regrese y la lleve de vuelta al Geriátrico. ¿Está de acuerdo?
—Pero el doctor me prometió que me quedaría dos días en este lugar paseando y visitando como una turista. Además esto debe tan diferente a lo que yo conozco…
Mirinda se impacientó. Si esta mujer quiere conocer, pues que conozca.
—Si baja de la nave, será por su cuenta y riesgo. Además perderá la bonificación de otros dos mil dólares por quedarse aquí. Yo me bajo con Rocío. Usted sabrá lo que hará.
Diciendo esto Mirinda tomó a Rocío en brazos con mucha delicadeza y descendió con ella por la escotilla del piloto.
Ruth no sabía que hacer. Si bajaba, perdería dos mil dólares. Si se quedaba a bordo, se aburriría como una ostra ya que lo único que había para leer en la nave era una novela de Cohelo y ya una vez había leído algo de él y había jurado nunca más perder el tiempo…
Decidió espiar hacia fuera. Apagó la luz de la cabina de pasajeros y miró por la ventanilla. Era de noche. Solo se veían sombras que caminaban cargando bultos. Eran sombras enormes y Ruth imaginó que estaban en algún país de África y que las sombras debían ser de altos y robustos negros.
— Humm, no sería mala idea bajar y dejarse invitar
por alguno de estos grandotes a tomar un trago el algún bar del aeropuerto. Ella era una persona muy sociable y le agradaba hacer amistades.
Sacó sus maquillajes y se pintó los labios y le dio más sombra a sus ojos. Deseaba parecerse a MujerDiosa.
Bajó de nave y notó lo oscuro que estaba todo. Quizás en este país sufrían alguna crisis energética y por eso usaban tan poca luz. Caminó detrás de una sombra grandota, lo alcanzó y le dio un golpecito en la espalda,
—Señor, señor, ¿podría decirme donde está el bar?
La corpulenta persona se dio vuelta y al verla lanzó un alarido de espanto y escapó corriendo…
Ruth se maldijo por no haber traído los lentes ya que no alcanzó a verle la cara al individuo… Le pareció que estaba disfrazado y que tenía un par de antenas. Seguramente era un radio operador. Lo que le extrañó era que se hubiese asustado de ella…
Más o menos a cincuenta metros venían cinco negros más agitando las manos con énfasis. Se dirigían hacia ella.
Seguramente venían a disculparse de la extraña conducta de uno de ellos.
Ruth sonrió encantadoramente, al menos así lo creyó y entrecerrando los ojos para ver mejor avanzó hacia ellos…
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