LA IMPUREZA EN EL MOR 503 palabras
En un mansión reluciente,
Reinaba el amor, el colorido,
La esposa entregaba complaciente
La eterna pasión a su marido.
Él, le juraba a cada instante
Amarla, jamás faltar al mito;
Ella también sería constante,
La eterna pasión a su marido.
Un grito de amor eso lo implora;
Ser fiel y sumisa sólo espera,
Despierta el sol con la aurora
Para perderse en sus anteras.
Era bella, tierna, soñadora;
Rosa que florece melodiosa,
Fresca cual brisa mañanera,
Pulido como el rostro de una diosa.
Su andar de una mar suave, sereno;
Con risa de ola enamorada,
Con frescas manzanas en su seno,
Cabellos de Venus encantada.
En la mansión. Cupido jugueteaba,
Con sus flechas ungidas de óleo santo;
Una saeta a la esposa le clavaba,
Cuando ella se encontraba en su cuarto.
Al sentir la pasión inesperada,
Sufrió su corazón largos desmayos;
Inyectado el deseo en la mirada,
Pensó en caballeros o en lacayos.
A su esposo buscó por todas partes,
Pero él, en su trabajo estaba;
El vecino visitaba en ese instante,
Con sus brazos el cuello le adornaba.
La copa ardiente,
Mostró el volcán de Hefesto,
Forjada en la hoguera de Vulcano,
Era el vecino un débil ser humano,
Amó a la bella como Baco en el momento.
En tálamo de oro guarnecido,
La bella y la bestia se mimaron,
El sátiro ardiente enardecido,
Libo en la copa en secreto, del arcano.
Cansada de amar, de ser amada,
Volcó su pensamiento sollozando,
Se vio de su galán enamorada,
El idiota del marido trabajando.
Quiso arrepentirse del pecado;
Alzó los ojos a la virgen santa,
Su lecho, continuaba mancillado;
No encontró como borrar la mancha.
Un triste hipar, un desespero,
Moraba en tálamo de oro,
Te amo amor, te quiero;
La bella repetía por ti ya muero...
Llega la tarde, con ella el viento.
Trae rumores a la bella ardiente,
Que el tierno esposo llegará sediento,
Al ver la mancha, le dará la muerte.
Corre a ungirse con la fuente pura,
Al inclinarse sobre el muro santo;
Se alza un gigante a su frente impura,
De magra toga, de negro manto.
El agua se tornaba cual noche oscura,
La brisa se convierte en daga hiriente;
El recuerdo la lleva a la locura;
Allá a lo lejos, la mansión silente.
Llegó la noche triste callada:
La brecha impura, estaba abierta,
Aquella angustia no soportada,
Voló a la alcoba, tocó la puerta.
Con débil pluma surcó unas letras,
En un instante quedó estampada.
Seis palabras que son concretas:
“Por serte impera murió tu amada”.
¡Qué triste cuadro cuando él regresa!
¡Qué sola está la mansión, callada!
Sus pasos sordos que lo atormentan;
Entró a la alcoba desordenada.
Está en la cama sangrante, inerte,
El flácido cuerpo de su amada.
Sobre la alfombra yace inclemente,
El hombre aquel que le traicionaba.
Corrió a la mesa, leyó la carta,
Beso la frente pálida, yerta,
Tomó la daga tiesa, sangrienta,
Partió su pecho, selló la afrenta.
Reinaldo Barrientos G.
Rebaguz
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