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Don Miguel, cansado de cincuenta y siete intensos años y con la espalda encorvada por una vida de sufrimientos, cárceles y guerras, se sentó a la mesa.
Su mano izquierda, totalmente arruinada tres décadas atrás en la batalla de Lepanto, intentó ayudar a su hermana derecha a abrir el tintero. Las hojas lo esperaban apiladas en el rincón de la mesa. Tomó la primera, blanca y rugosa y se quedo observándola unos segundos, finalmente suspiró, y sin quitarle la vista buscó a tientas con su mano derecha la pluma. La sumergió mecánicamente en el tintero, escurrió el exceso de la tinta densa como la sangre y negra como la muerte y comenzó a escribir:

“Capítulo Primero
Que trata de la condición y ejercicio del famoso y valiente hidalgo don Quijote de la Mancha.

En un lugar de la Mancha,
de cuyo nombre no quiero acordarme,
no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo
de los de lanza en astillero, adarga antigua,
rocín flaco y galgo corredor….”


Alonso Quijano cerró con un suspiro su último libro de Feliciano Silva, lo acomodó afectuosamente en la biblioteca, y salió del cuarto con una mirada extraviada en el rostro y una resolución en el alma.
Por nombre adoptó el de Don Quijote de la Mancha. Por profesión caballero armado, bautizó a su corcel Rocinante y nombró dueña de su corazón a su amada Dulcinea del Toboso. Solo restaban las aventuras que le permitieran “desfacer agravios” y escribir una página de honor y valor en la historia de los caballeros medievales (ya extintos).


La mano derecha de Don Miguel vuela entre el tintero y el papel deteniéndose a veces unos segundos sobre el secante. Las hojas se apilan y las desventuras se desgranan como en su propia vida.

Luego de enmendar su olvido, ya que caballero no se es si no es nombrado como tal por una autoridad competente, Don Quijote es uncido caballero con todos los honores por el vendedor local y se lanza a la aventura, pero un desafortunado accidente lo devuelve a su casa, allí, repasando sus recientes desaciertos y con su voluntad intacta, cae en cuenta que un caballero necesita de un escudero. Por la noche Don Quijote y Sancho Panza parten nuevamente a la aventura.
Molinos de viento, monjes, escuderos Vizcaínos, luchas, heridas, pociones mágicas, ofrendas amorosas a Dulcinea, ejércitos de ovejas, engaños y traiciones.
Don Quijote cabizbajo y enjaulado vuelve humillado nuevamente a su casa.


Don Miguel agotado, hace un prolongado descanso, una década después continua escribiendo.

Don Quijote, también después de un prolongado descanso, llama a Sancho, y luego de algunas discusiones vuelven otra vez a la aventura. La esquiva Dulcinea que no responde a sus misivas, la victoria sobre el caballero del Bosque, la recompensa de Sancho, y su desventura como gobernante. Otra vez, reunidos nuevamente, Don Quijote y Sancho, cabalgan hacia el destino que los lleva a Barcelona, allí, Don Quijote enfrenta al Caballero de la Blanca Luna que no es otro que su antiguo rival, pero esta vez Don Quijote es derrotado.

Don Miguel, siente el peso de los años, su mano y su espíritu se cansan de escribir, las derrotas de la vida se filtran por la tinta hacia el papel.

Don Quijote agobiado le confiesa a Sancho Panza que ya no quiere batallar más. Volviendo a sus pagos, Don Quijote reconoce su deseo de volver a ser Alonso Quijano, el pastor; admite su fracaso, su locura y su odio por los libros de caballeros. Solo le resta una acción final.

La antes firme letra, se ha trasformado con los años en garabatos temblorosos. La pluma ya no se desliza sobre el papel sino apenas lo rasga. La tinta ya casi se acaba.
En el final de su libro Don Miguel espera en silencio.

Con una caricia sobre la grupa de Rocinante, el otrora Don Quijote se despide cariñosamente de su último compañero. Decidido entra a la casa, y busca el conocido cuarto. Su lanza tiembla en su mano. Allí esta la razón de su última acción, de espaldas, sentado a la mesa, su enemigo, su amigo.

Don Miguel percibe la presencia a sus espaldas, gira su cuerpo para observarlo, el rostro conocido le devuelve tenso la mirada, por un momento se sorprende por el parecido a si mismo. Entonces, de golpe, recibe la estocada.

Finalmente Don Quijote se sumerge silencioso en un sueño oscuro como la muerte, oscuro como la tinta.

Don Miguel de Cervantes Saavedra cierra aliviado los ojos y apoya su cabeza sobre sus brazos entrelazados expirando.

El tintero se ha derramado y en el piso, junto a las hojas caídas de la mesa, se mezclan para siempre la sangre y la tinta.

Texto agregado el 17-01-2012, y leído por 586 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
03-11-2012 Te felicito, amigo. Es excelente glori
02-11-2012 Wowwww!!... Llegué acá después de leer tu referencia en un foro. ¡¡¡Que cuento AMigo!!!. Extraordinario es poco. Se merece con creces formar parte de la antología de la página. Sin dudas, de lo mejor que te he leído. Un verdadero placer leerte. Hoy no leo más, después de esto, cualquier cosa que lea va a esfumar la magia que tu cuento me dejó. Un gran Abrazo! IGnus
02-11-2012 Vaya, amigo Musas, no tenía vista esta maravilla, propia de Borges, con perdón de la comparanza. Gracias por el regalo, lo atesoraré en mi antología de grandes cuentos. Salú. leobrizuela
02-11-2012 Nunca es tarde para leer un texto de calidad como este. emocionan las dos figuras . La simbiosis es perfecta un texto inmejorable y un autor de musas vivitas y coleando. ninive
24-07-2012 Pero que bello viaje, con personajes que han llenado mi vda. Gracias por comparirlo querdo amigo. yar
02-02-2012 El enlace de lo fantastico a lo real de un escritor, Saludos.***** esclavo_moderno
17-01-2012 Extraordinaria simbiosis, el Manco y tú. Estrellas cómo ojos de Dulcinea te regalo. granada
17-01-2012 Muy bueno, enlaces admirables, eres cálido y fatal, un placer =D mis cariños dulce-quimera
17-01-2012 Me encanto la pocima sangre/tinta y su resultado. He leido como diez veces El Quijote y siempre rescato algo nuevo...es como leer La Biblia...si se pudiera comparar. pantera1
17-01-2012 Un fantástico cuento, entrelazando la historia verdadera y la imaginación del "cuentero". Mi opinión personal es que en la simbiosis de la tinta y la sangre, para Don Miguel de Cervantes, eran lo mismo... anlin
 
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