En Nepal la tierra que pisan sus mujeres es negra,
no es su color, sino la oscurece el dolor de aquellas
que todo lo pierden,
esta tierra negra que traga a los hijos, que traga a
sus hembras, es tierra engendrada en el odio y en la
división del más crudo inverno de todos.
La negrura de los pies de las mujeres que descalzas
deambulan sin lágrimas, sin fuerzas, orando por mitigar
la sequía, la impotencia y las falsas promesas.
Cualquier rincón es un refugio para las sombras humanas.
Para los despojos y niños mutilados que sin memoria,
parpadean con miedo y se van.
Sin sentido de nostalgia, sin credulidad ante el hombre que les arrebató su verdad.
Es un campo de batallas, es la necesidad y la miseria que transforma el heroísmo de unos pocos en fuente inspiradora del planeta.
Y allí estamos para cantarle al mundo, con sus voces pequeñas,
que la vida no se compra, que la vida es un don sin tregua
y que las diferencias de género son máscaras y barreras,
son parte de la ambición de quienes carecen de una voz verdadera.