VACACIONES PARA RECORDAR
Álvaro y yo, su tío, nos recuperábamos de nuestro aventurado ascenso al cerro del balneario. Llegamos a la casa de veraneo con nuestra ropa y zapatillas sucias de tierra, debido a los lugares difíciles por los que debimos caminar. Procedimos a bañarnos, cambiarnos de vestimenta y zapatos, para luego dirigirnos a la playa para encontrarnos con nuestras familias y contarles de la osada aventura.
Al vernos tan compuestos, nos preguntaron si habíamos subido al cerro que se empinaba unos seiscientos metros en la parte oriente del balneario. Nos miramos con Álvaro, les contamos que sí habíamos subido, que fue una gran experiencia y todo salió bien. Noté que Álvaro mantenía su mirada fija en mí, como pidiéndome no contar los peligros enfrentados en el ascenso y en el descenso del cerro, al rodar unos quince metros sobre piedras sueltas, pues entendí su temor que a futuro le impidieran realizar nuevas aventuras. Lo entendí, le cerré un ojo para su tranquilidad y por supuesto no relaté la parte peligrosa de nuestra experiencia, y ella quedó para siempre como un secreto entre los dos.
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Su pincel iba poco a poco dibujando con óleo sobre la tela. Las flores de hermosos colores, comenzaban a tener forma sobre sendos floreros, y cada pincelada les iba dando más vida, pareciéndose a las flores reales.
La dama que pintaba, sentía en lo más profundo de su ser, estar dando vida a algo que la llenaba de satisfacción y alegría. En su casa de veraneo en la playa, siempre buscó la inspiración, y esta vez la había encontrado. Para ella era como plasmar sus sentimientos en esa tela, quería mostrar colorido, realidad y vida al mismo tiempo. Después de usar nuevamente el pincel, lo dejó sobre la paleta y se alejó unos metros del caballete para contemplar el cuadro en ejecución. Lo revisó en todas sus partes y volvió a acercarse nuevamente, realizó varias pinceladas más de distintos colores, por acá y por allá, para luego nuevamente alejarse y admirar su pintura, realizando nuevas correcciones, hasta sentirse satisfecha. Entonces colocó su nombre en la parte inferior derecha del cuadro, dando por terminada su obra y sintiendo esa satisfacción de haberlo logrado.
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Esa noche luego de un día de playa y después de la cena, nos reunimos las dos familias en la terraza de la casa de veraneo, a conversar, a reírnos, a recordar tomando bebidas los más jóvenes y algunos tragos los adultos.
Recordábamos a nuestros seres más queridos, esos que ya habían partido (nuestros padres), y los lindos recuerdos que atesorábamos de ellos en tantas jornadas veraniegas juntos. Al ir mirando las caras de los presentes, especialmente de los más jóvenes, me percaté que ese recuerdo era muy sincero y cariñoso, y se agradecía ese concepto de unidad familiar que siempre nos habían inculcado. Era como sentirlos aún estando allí con nosotros.
Guillermo Gaete C. - Alfildama ©
10.10.2011
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