Los niños enajenados quieren poder cortar las alas de los ángeles, desean poner sus manos en los tesoros que brillan en la televisión, ignorantes de la vida y aspirantes a sueños rotos, viven su vida sin un mañana, sin un ayer, en su propio círculo vicioso con sonrisas de nunca acabar, me guardan la vida que tengo en los bolsillos de mi ropa gastada, mis mayores ilusiones, los viajes al espacio, las batallas con dragones, las mil balas que disparé al aire con un pedazo de cartón, están en mis bolsillos, mis ojos y el lunar de mi párpado los resguarda, y yo ahora espero que la historia no se enrede en mi barbilla, ni en mi mirada cansada, no salgo a correr a la calle, no me siento en la falda de mi madre en esos viajes con mi padre a alguna playa o rio, en estos días hechos de cenizas no voy al sur a ver como mi papá estaba arriba de lanchas supervisando la pesca del día, no veo a mi mamá llegar a casa después de ir a comprar y prepararme algún plato para romper la rutina.
Aún vivo en las fotos en las paredes en los eventos importantes de la familia, en viajes o en casa jugando en el piso con mi primo, aún descanso en los viejos sillones de la oficina de mi madre, en el polvo de las paredes y en las enredaderas que iluminan los libros de trabajo que me alejaron un poco del cariño maternal.
Ahora el niño guarda su alma en el único lugar que comparte con su niñez, en las fotos con su abuelo, su padre, su amigo, hermano y protector, la persona que lo levantaba en brazos y lo llevaba al cielo con una sonrisa, y el niño… aun podría salir a jugar, a ser un infante hecho de esperanza y valentía, pero se esconde en su cuadrado escuchando melodías para recordar y botar sus segundos en un cenicero barato.