Aprisionado por mis deseos los pensamientos me torturan. Muchas veces siento miedo, el temor me paraliza, pero luego sigo adelante.
La soberbia me expone al fracaso, pero mientras circule sangre por mi cuerpo no pienso renunciar a mis instintos.
El tiempo anula y modifica la substancia del deseo, pero es impotente ante el que continúa en la búsqueda.
Para continuar presente en este mundo necesito continuar cometiendo equivocaciones.
Retrocedo en lo que parece ser un desatino, y me permito atrapar por mis pasiones. Todo continúa como antes por que yo así lo consiento, sigo creyendo hasta en lo que no creo en mi eterna búsqueda del placer que me regala el sentirme vivo.
Evito convertirme en el “experto” que todo lo sabe, el que ya lo vivió, en el que pregona que ahora a esta altura del partido “¿que historia me quieren vender?”.
El “Señor” está en el cielo, pero a mis diosas las encuentro siempre por la tierra. Compro todas las historias, las disfruto cuando son bien compaginadas y aunque las reconozca por repetidas, valoro el arte de la interpretación y pago por ellas el precio que se merecen.
Racional en mis elucubraciones trato de reinventarme virgen en mis sentimientos. Facilito la tarea del engaño, ya que la situación exacerba mis bríos.
A veces pienso en que estas actitudes revelan malas artes de mi parte, pero en realidad, solo responden al andamiaje montado por quién cree que le corresponde tomar ventaja y ser recompensado por sus “favores extraordinarios”.
Nada trato de aleccionar, mucho menos escarmentar. Solo se trata de un regodeo que a nadie perjudica, un simple juego de dobleces.
Busco divertirme entre tanta hipocresía, y aunque muchos supongan que soy el Diablo, sería tan solo un buen alumno compitiendo contra ustedes.
Andre Laplume.
|