Otro día asoleado de tiempo de verano. Miles de pequeños insectos zumban y se golpean incansables contra las paredes de mi mente. Intento descifrar la teoría de Einstein y siento desfallecer. Me arrojo hacia la ventana queriendo huir, pero es inútil, esta hecha de hierro forjado a prueba de estudiantes subversivos. Sólo mi grito pudo escapar y asumir el compromiso de la consigna: ¡me tiene harto el puto estudio!
Para colmo de males el profesor ha posado sus aguiluchos ojos sobre mí; ya no son solo sospechas, ahora estoy convencido que me la quiere montar, esa marmota. Avanza como un tanque de guerra dispuesto al ataque. Lo veo venir, se viene, ya me va a recriminar. Que no fui capaz de resolver el problema, que siga el proceso en forma adecuada, usted puede, si es fácil. Haga un esfuerzo muchacho ponga a trabajar esa masa encefálica que se le va a atrofiar si no la usa. Ya esta aquí, ya me observa, le suda la papada, ¡Qué calor! Se le debe estar derritiendo la manteca. Cuando salga del colegio será unos centímetros más flaco. Mejor para él, ¿no? Se reclina para ver mis garabatos. ¡Uf! No sé que es peor, si el olor a manteca rancia que se le escapa de los sobacos o ese insoportable pachulí con el que intenta disimular su perfume natural. Me mareo, todo me da vueltas. Me falta el aire, me voy a ahogar. ¡Auxilio! ¡Me falta el aire! Los insectos en mí cabeza no se quieren salir. ¡Sálganse! Y ese timbre que no suena, si las tripas me dicen que ya son las doce y media. ¡Ahí está!, ¡Es el timbre! ¡Sonó!, ¡sonó! Música para mis oídos, ¡ja! Me salvo la campana, como le quedo el ojo, ¿eh? Con la mirada me lo dice todo el muy cretino. Santo cielo por fin me voy de aquí. Que no se acaba nunca. ¡Uy, qué sol!, sus destellos no me dejan ver por dónde voy, me dejó ciego. Mocosos no empujen que todos vamos a salir. Pobres, deben estar tan desesperados como yo. Es que aguantarse una tortura de estas es Pa´ machos y machas, claro. ¡Mi cabeza!, ¡mi cabeza!… ¡Dejen la gritería cabrones que se me va a estallar! Me siento como una vaca empujada por otras vacas saliendo del corral derechito al matadero.
Por fin llego a casa… lleno de hambre y de un montón de cosas en la cabeza que luego olvidaré. ¡Qué patoniada!, si no me hubiera gastado lo del bus. Abro la puerta pensando que va a estar fresco ahí adentro, pero no joda, me recibe un vaho caliente y una especie de olor a quemado. ¡Qué fastidio hombre!, ¡Qué calor aquí también!, hoy no es mi día, definitivamente. Parece que no hubiera oxígeno aquí adentro, que calor tan asfixiante, igual que en el colegio, esa terrible sensación de faltarme el aire, de ahogarme. ¿Mamá hay agua helada? Sí, eso es, el vaso más grande que encuentre lleno de agua fría y con varios cubos de hielo me calmará el sofoco. Me dirijo a la cocina y allí encuentro a mi madre lidiando al mismo tiempo con las ollas y con mi hermano el menor, (En un circo sería una estrella), ¡que mocoso tan inquieto!, ¡tan cansón!, lo tienen muy mal criado. Haber, ¿por qué no hacen con él lo mismo que hacían conmigo? ¡Haber! En fin, yo ya no me meto en eso, después dicen que son puros celos. Ella se percata de mí presencia y me dice que el almuerzo se va a tardar. ¿Qué? ¿Todavía no está? Lo que me faltaba, por Dios. Me retiro sin que ella se dé cuenta pues sigue hablando sobre lo que me esperaba al enfrentar el disgusto de mi padre. ¿Disgusto? ¿Y ahora qué hice? Un olor a quemado viene del patio y camino hacia allá a ver que es la cosa; pero… qué veo… ¡por Dios! Esos son mis libros, ¿qué hace? Esto no puede ser, ¿se volvió loco o qué? Increíble, esto es increíble. ¡Qué espectáculo! Mi padre nublado por la ira y gesticulando incoherencias condena a la hoguera los Versos Satánicos de Carlos Marx: ‘El Capital’ (resumido, claro), ‘El 18 Brumario’… ¡los afiches del encuentro estudiantil! (que yo mismo ayude a diseñar. Allí estaba Guille de la mano de Mafalda arrastrando una carreta con libros de cuyos lomos se leía: ‘1er. Encuentro de Estudiantes de Secundaria’). ¡Las almas muertas también se queman!, ¡las almas muertas! ¡Si eso es de Gogol!, ¡papá!, ¡es literatura!, ¡papá!, ¡un clásico!, ¡papá!, ¡por qué lo quema!, ¡papá!, ¿por qué? ¡Ese es de Carpentier!, ¡papá!, ¡no lo queme!, ¡papá!, ¡es sobre música cubana!, ¡papá!, ¡y las costumbres!, ¡papá!, ¡y los ritos!, ¡papá!, ¡por qué los quema! ¿Por qué? ¡Léalos al menos!, por qué los quema sin saber.
Me siento a la mesa, desolado, todavía sin dar crédito a lo que acaba de acontecer. Ahora como le digo al Oscar que mi papá le quemo el libro que apenas ayer me presto, lo demás era todo mío, los libros y revistas los compre con lo de las onces y lo de los buses, a fin de cuentas me gusta caminar. El almuerzo estaba servido y de cada plato se elevaba un vapor del que se prendía su particular olor. La sopa de cebada, el arroz, las papas, el sudado, que sudaba, frente a mi sudada humanidad. ¡Que calor!; y del patio llegaba un aire que parecía hervir. El olor a comida mezclado con el olor del papel quemado termino por marearme. Todo vuelve a darme vueltas y vueltas y más vueltas, como la última vez que me emborrache con el Oscar. Papá, ¡Viejo tonto!, que ganas de empujarlo también a él a la hoguera, que se consumiera en las llamas como las almas muertas, como las almas muertas de los pecadores que se consumen en las llamas del averno por toda la eternidad. Sí, así debía arder mi papá por el pecado que había cometido. ¡Que calor!, y el bendito almuerzo bien caliente. Intento levantar la cuchara pero me pesa como el mundo, estoy completamente embotado… ¡No puedo más! Siento la necesidad de salir ala calle en busca del oxígeno que se niega a entrar en mis pulmones.
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