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Capítulo 26: “El Campamento”.
Hasta febrero de 2011 estuvimos en un campamento mapuche cercano a la ciudad de Temuco.
Nos ofreció una visión de su comunidad desde el instante en que llegamos después de que fui rescatada de los brazos de la muerte.
Nuestra cercana relación con sus integrantes como todo tuvo un inicio. Todo comenzó cuando comenzaba a amanecer el día 2 de enero, sin duda estábamos cansados y ya nos íbamos aburriendo de todo, de ofrecer tanta revuelta y que nuestros enemigos no se fueran del país de una buena vez, que sin duda era nuestro mayor anhelo. Los caballos ya estaban cansados y nos costaba mucho hacerlos andar, quizás ellos ya estaban aburridos de todo lo que acontecía, de lo cotidiana que se nos había hecho la guerra, para muchos empezaba a dejar de parecerle la aventura que era y comenzaba a darle el significado de un trabajo obligatorio y rutinario. Avanzamos un poco más y todo seguía igual, era llano, nada podía alterar ese paisaje tan apacible. A lo lejos se veían las vacas pastando y más al fondo el sol que se acercaba a saludar a un nuevo día de la revolución que jamás se detendría. Unos árboles translucen en sus hojas la luz del día que empezaba a dar amago de su presencia, aún más lejos de todo, en medio de la inmensidad llena de barriales y animales de granja se ve un bosque de araucarias que en antaño había dado de comer a una gran cultura: la mapuche que sin querer era la sorpresa que ese día nos aguardaba pacientemente en los escondites que dejaba sin luz el alba. Los equinos comenzaban a tomar fuerza y en su cabalgar alocado nos condujeron a las araucarias, sin querer nos conducían allí en su galope. Al llegar al centro del bosque nos vimos obligados a desmontar para recorrer el paraje que para nuestro gusto era algo inhóspito, cerrado, sin luz y tenebroso, para encontrar la salida que nos condujese lo más rápido posible al mundo exterior, pues un presentimiento oscuro y aterrador nos decía que habíamos entrado en el territorio de alguien más que la naturaleza, las señas eran claras, era algo más que un presentimiento, era de mirar en nuestro alrededor para percatarse que debíamos salir cuanto antes de allí. Las señales se fueron presentando de a poco, como unas pistas que esperaban que saliésemos corriendo del lugar para nunca más volver a ingresar, ni siquiera por un error. A un lado se amontonaban vestigios de una fogata que tenía la ceniza reciente, inclusive algo de humo se disipaba de ella todavía. Un poco más allá se veían vasos y cubiertos amontonados de hace un tiempo, y tan solo a unos metros se veían unas casas y rucas aborígenes que tenían el más puro aspecto de estar abandonadas y en las partes en las que las arboledas se hacían cada vez más densas se veían automóviles, bicicletas y muy cerca un establo lleno de caballos. Al rato sentimos un pisoteo de hojas y en nuestra vista aterrada intentando huir se figuraron armas y de las mejores. No sabíamos de qué bando eran, pero era seguro que pertenecían a alguno y que para él eran de gran ayuda. De nuevo se repite el pisoteo de hojas, pero esta vez mucho más rápido, hasta que cesa por un tiempo. En esos instantes tomamos la ahogada opción de irnos de allí, no era necesario tomarla en grupo, pues se nos veía más asustados que nunca, aunque sintiéramos una suerte de convicción cada vez que sentíamos esos pasos, entonces corrimos bruscamente hasta los caballos, sorpresa mayor, entre ellos Hae’koro no estaba, y varios de los equinos estaban desaparecidos, entonces en todas las mentes se escribió la frase “ahora esto sí es personal” y el temor se transformó súbitamente en un valor que sin dudas nunca habíamos sentido y comenzamos a buscar a los autores de semejante robo y por consecuente con nuestros caballos, el asunto era bastante simple: sin ellos no nos iríamos de allí.
-¿A quién buscan aquí?, ustedes no tienen nada que hacer en este lugar-preguntó un hombre con un poncho tejido a telar araucano.
-Buscamos los caballos que usted nos robó-replicó Manuel haciéndonos señas a todos de que él arreglaría este embrollo.
-Lo que aquí se encuentra es de nuestra propiedad, o sea se confisca para que podamos seguir actuando a favor de la libertad de nuestra patria, si a usted no le importa esa causa lo siento mucho así que se me van de aquí y pobre de que abran la tarasca-replicó.
-Espérese, deténgase ahí, entonces somos compañeros de causa-contestó el nuestro.
-Ustedes son del ejército-afirmó el hombre.
-No, la NHM, nos debe ubicar-contestó Manuel.
-Y, ¿cómo le creo?, pueden estar espiándonos sin el más remoto problema-replicó.
-Puede que esto le haga creernos-dijimos quitándonos los pañuelos-si le aserruchamos el piso, nos delata y así nos reconocerá si pretende atacarnos, y aparte nos debe reconocer de las tentativas en Talca-continué.
-Está bien, nosotros somos un grupo de bases lautaristas, hemos unido fuerzas con las diversas comunidades de origen mapuche de la zona sur y esto a detenido el avance del ejército realista-nos contestó el hombre del que rara vez se le escuchó el apodo y nunca el nombre.
Y esto era tan sólo el comienzo de una alianza enorme que estábamos iniciando los dos más importantes grupos del comando patriota, de hecho sin ellos la independencia del país se hubiese retrasado mucho más de lo que tardó en recomponerse, sin dudas hubiese tardado años.
Era un verdadero ejército hospedado en un lugar poblado de árboles gigantescos que no permitían que los bandoleros que allí se quedaban fuesen vistos desde lo alto por los helicópteros de la corona española y la vegetación densa retenía la pasada a cualquier persona que no supiese pasar por esa clase de lugares. A cada hora comenzaba a llegar un grupo de personas de un camino diferente entre la maleza, iban armados a recibir las instrucciones de cada día para los diferentes ataques que se llevaban a cabo en las ciudades de Concepción, Temuco, entre otras. Todos los días se reunía este grupo durante toda la noche, algunos vivían ahí, y otros venían de los campos aledaños al sector, allí se planificaban las nuevas acciones del grupo que fue calificado de terrorista al igual que el nuestro.
Todas las noches el bullicio y la fiesta poblaban el campamento. Todos los días después de ciertas horas como lo era planificado salíamos a Concepción, Temuco, cada día un pueblo constaba con nuestra para nada agradable presencia y solíamos salir victoriosos, o sino huíamos y pegábamos el espolonazo, pero nunca nos dimos por vencidos ante la inminente derrota y nos entregamos, eso nunca nos pareció digno, y todas las noches lanzábamos al azar la ciudad que se vería envuelta en llamas (no literalmente desde luego) y festejábamos con comida tradicional araucana, música ídem, y cuando lo queríamos así íbamos a causar problemas con la camioneta del dirigente que nos saludó cuando estuvimos por vez primera en ese lugar.
Pero como siempre hubo necesidad de decir adiós, de despedirse quizás para siempre de las personas que en ciertas oportunidades se tornan tan importantes y queridas, tan sólo por la lealtad que son capaces de dar sin esperar nada a cambio de ese regalo. Hubo que despedirse quizás por toda la vida, no sabíamos si nos volveríamos a ver después del acontecimiento bélico o si simplemente desapareceríamos de la faz de la tierra como si jamás hubiésemos existido, como si alguien estuviera tratando de eliminar cualquier vestigio posible de nosotros. No cabían dudas de que ellos eran dueños y señores de esa área, ellos se encargarían de que permaneciese intacta su libertad costara lo que costara y de que sobreviviese en todos y cada uno de los corazones de esa gente el sentimiento patriota y liberal.
El ejército realista había reunido sus devastadas fuerzas después de todo, era de esperarse, había gente que nos necesitaba, después de todo tendríamos que ir hasta donde el sueño de la libertad nos guiase, no donde los demás quisieran.
El final de este capítulo tan importante en nuestras vidas, en el que supimos que el patriotismo todavía tenía esperanzas de vida en la gente, en que descubrimos que no estábamos solos en el mundo luchando frente a frente con la inmensidad tuvo un final.
Era una mañana lluviosa, nubes negras amenazaban con largarse a llover de súbito sobre nuestras cabezas. Todos los neo húsares llevaban su morral colgado y comenzaban a montar los caballos que habían permanecido quietos tanto tiempo… ¡Cuánto tiempo había pasado desde que habíamos ingresado allí! Corría brisa, luego se fue intensificando hasta hacerse viento, prometimos los unos a los otros protegernos y ayudarnos en caso de ofensivas realistas, un movimiento brusco de riendas y salimos al galope, nos fuimos con el viento, nuestro camino era largo, comenzó la lluvia, el viento sería nuestro impulso, en su minuto lo fue…

Texto agregado el 14-01-2012, y leído por 127 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-01-2012 Me he internado con placer en el bosque merced a tu acertada descripción. He encontrado una sentencia de importante calado filosófico:"Pero como siempre hubo necesidad de decir adiós, de despedirse quizás para siempre de las personas que en ciertas oportunidades se tornan tan importantes y queridas, tan sólo por la lealtad que son capaces de dar sin esperar nada a cambio de ese regalo". ¿Qué más sorpresas me deparas, valerosa Boudica?. WEISSTURNER
 
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