Ya la noche se aplaca silenciosa por la cercanía del amanecer, el sol se atreve con sus rayos a iluminar el paisaje que a sus ojos tristes parece incansablemente oscuro, la rutina de su casa, la llama con su nombre, la envuelve y la vuelve nuevamente, necesariamente, obligadamente a su día de hogar. Apoya livianamente sus pies al costado de la cama, siente en la planta de sus pies el frío del piso, estira sus brazos solo para despegar su adormecido cuerpo de la cama, cansada se siente aún, porque no ha podido dormir bien.
Mira alrededor y en su habitación vacía solamente la acompaña la luz difusa que entra por las hendijas de los postigos de la ventana, se queda inmóvil mirando los destellos de luminosidad, y presume entonces que va a ser un lindo día.
Sus pasos lentos la llevan por inercia hacia todos los lugares cotidianos de su casa que le permitirán empezar su rutina.
Se acomoda en el sillón con su taza de café con leche y una tostada, lleva debajo de su brazo su cuaderno, apretando en su interior un bolígrafo.
El sorbo de café le recuerda la belleza de las mañanas de invierno con él, los desayunos con tostadas y dulce, y la risa de ambos en esos momentos.
Garabatea palabras sin sentido para empezar, y luego nuevamente su nombre se cuela en su boca y ella lo pronuncia con suaves susurros, y los ojos se le llenan de lágrimas.
Trata de buscar en las palabras, en los gestos una mínima señal de su presencia, una pizca de su aroma, un destello limpio de su mirada, una caricia que haya quedado en el aire después de su paso.
Trata de buscar en las sombras, una silueta que se parezca a la de él, y en cada estrella un pedacito de sus ojos celestes.
Mira a su alrededor y solamente ve habitaciones vacías, ve puertas cerradas , ventanas oscuras, mira su cuaderno y escribe palabras que vuelven a dibujar su nombre.
Busca en largas frases armadas el brillo de sus ojos claros, para que ésto le devuelva por unos segundos la extrema sensación de paz que solo encuentra en su mirada. A veces logra que las palabras le permitan alcanzar su boca con la punta de los dedos, y distraída por esa imagen acaricia el contorno de sus labios y en ese sublime recorrido su piel se eriza.
Respira profundo y el aire que se mete en sus pulmones tiene aroma a tristeza, cierra los ojos y solo puede vislumbrar senderos estrechos que se alejan y se pierden en la oscuridad. Entonces escribe y describe sus manos nuevamente, inventa con palabras sus besos, recorre con sus dedos lo renglones escritos, para imaginar que toca su piel, busca en cada palabra un poco de luz que aclare su alma.
Desarma las frases para luego volver a escribirlas, y se da cuenta que solamente la mueve y la llena el profundo amor que encierra su corazón hoy, ese amor que persiste, que permanece, que la ayuda, que se transporta entre las palabras de su cuaderno para eternizarse en una frase.
Termina su desayuno, deja la taza y cierra el cuaderno abrazando cada momento que permanecerá encerrado allí, guardando en éste lugar las caricias y cada uno de los sueños que alguna vez tuvieron juntos, y que hoy en sus hojas no son mas que un puñado de irreales imágenes que se esfuman como nubes, que asechan como fantasmas, pero que de alguna manera cada día le devuelven a sus negros ojos tristes el milagro de la felicidad.
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