Capítulo 25: “La Cueva de los Pincheira”.
Me subieron amarrada a una camioneta de tipo civil, una Nissan roja de asientos muy cómodos. El viaje fue de 5:45 horas, y al mirar por la ventana el lugar me parecía conocido, quizás era la voz de mi alma que me lo decía. Era un sitial muy místico, misterioso, con árboles que en conjunto pintaban su propia leyenda lejos de las casas todo disperso.
-¡Bájate!, llegamos-bramó el conductor del vehículo.
Me bajaron a puntapiés y nos adentramos a caballo a la cueva un rígido murallón de roca volcánica circundado por una densa vegetación: árboles de hace siglos, en fin, que no permite ver nada. Y a un lado: lo más maravilloso del lugar, la cascada. Dentro de la cueva había unos asientos de madera para cuando se hacían paseos al lugar, un montón de piedra que hacía pensar a la gente que era una lápida y un cerro de roca circundado con palos de madera con un asiento también para nada cómodo.
Me subieron a “la jaula” y me sentaron a la fuerza. Mientras esperaban que llegara el cura para que yo me confesare por última y primera vez en la vida, yo me encontraba pensando en mil cosas, pero por sobre todas las cosas no tenía miedo. Oraba en silencio con los ojos abiertos intentando ver la inmensidad del mundo que sin duda ya no miraría más y respiraba el aire que ya nunca más me daría la paz y pensaba en cosas en las que nunca más tendría que pensar. Recuerdos que ya nunca más tendría, y ya no tendría conciencia de mis sueños. Recordaba a Carolina, el día en que llegó, su conversación con Manuel y la impresión que se llevó, más la recordaba y más la quería, más todo me parecía grandioso en ese momento, sentía tranquilidad, como la que sentía en el lomo de Hae’koro, sentía la tranquilidad del alma en el momento en el que se sabe que dentro de instantes se dejará de existir. Hasta que llegó el cura a verme.
-Así que tú eres Sofía… todavía estás a tiempo de pedir perdón por tus fechorías y ser libre-dijo.
-Yo no me arrodillaría ante España, amigo-dije serena.
-Entonces a lo que vinimos, espero que hallas pedido perdón a un ser más importante que mi país-dijo.
-Él sabe porqué lo hice, sabe lo que siento, Él lo ve todo y todo lo sabe. Y quiero que usted sepa que me siento orgullosa de ser una Neo húsar y mi legado trascenderá mi asesinato, no tengo que temer. No conozco la palabra miedo, nunca lo tuve, nunca lo tendré, así que proceda. Mi país es y será libre, no porqué ustedes jueguen a ser nuestros dueños lo serán. No intentaré evadir mi palabra, la di y la cumplo, no como ustedes que prometieron dejarnos en paz. Amo Chile, es mi patria, por ella doy la vida. Le reitero mi orgullo y por ese orgullo moriré. Si en la vida aprendí algo es que no hay que renunciar a los sueños y deseos por nada del mundo, cumpliría mi promesa conmigo misma si les pidiese perdón. Fui capaz de perseguir mis sueños hasta la muerte, ¿qué más malo me podría suceder?, pues nada, pero es mejor que tener que estar bajo sus órdenes. Así que si quieren terminen esto de una vez, ya nada me importa-dije despidiéndome para siempre de la vida.
Cuando se disponían a sacar la metralleta para acabar con mis días, llegó Manuel cabalgando con todo el grupo y yo huí a su lado por la cascada subiéndome a Hae’koro.
Herimos a mis verdugos de bala y nos fuimos conmigo todavía en estado de shock, había estado a unos pasos de la muerte, a donde había llevado a muchas personas, pensé que lo único que quería era que ninguno de ellos fuese un inocente.
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