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Tijuana BC. Enero 2012. …dejarte ir otra vez
Puede suceder quizá caminando mientras llueve o tal vez mientras discuto por las cosas más estúpidas.
¿Cómo si discutiera por cosas importantes?
Así sin más ni más, las lágrimas se me escapan de los ojos sin que pueda detenerlas.
Me pregunto por qué lloro, por qué cuando una emoción me desborda, gotas de agua salada, brincan de mis ojos.
A veces me dan temporadas lagrimales, como una temporada de lluvias personal, por ejemplo puedo llorar cuando veo una escena tierna, o cuando una amistad me dice que me quiere, supongo que uso esas emociones externas para reparar las mías.
Seguramente muchas veces lloro por las cosas de adentro, esas que no entiendo, que no conozco, aunque están ahí, enterradas, bajo un candado con mil llaves y entonces, cuando alguien se va, cuando alguien regresa y es políticamente correcto llorar, aprovecho.
Sólo que lloro por mí, por un yo que se estaba desvaneciendo, que se iba enfrentando con algo doloroso, con otra despedida, con otra ausencia, por que algún duelo que se había hecho presente nuevamente.
Al final creo que lloro porque es necesario, porque las emociones buenas o malas no tienen muchas opciones para manifestarse, lloro para liberarme, para recuperarme, porque soy un rio contenido.
Y a veces lloro por nada, porque tengo ganas y me pongo a leer, o veo una película triste para tener el pretexto necesario y llorarme o llorarte, según sea el caso.
A veces lloro de emoción, de nervios, de coraje, a veces es solo la conciencia de estar viva la que me desborda y entonces después del limbo del orgasmo una gotita se me escurre por la mejilla, porque estoy viva, porque siento y estoy aquí regresando de la muerte que sólo sucede volando entre otros brazos.
Amanecí triste… Por eso me escondo, por eso me muevo despacio y me busco frente al espejo, aunque no estoy ahí.
Sólo veo dos ojos, una boca, las arrugas y el nacimiento del cabello, aunque yo no estoy. Amanecí en cámara lenta, me subí al día porque tenía que hacerlo y tomé café, me puse a pensar en lo que sucede afuera, en la vida que no alcanzo a tocar, después por supuesto me puse a pensar en tus besos, en las extrañas ganas con las que amanecí hoy de tener un hombro para acurrucarme o cinco dedos que se enreden en mi cabello.
Debe ser porque amanecí triste, si no fuese así no pensaría estas cosas, es decir no tendría porque andarme escondiendo bajo las cobijas, cerrando los ojos para que desaparezca todo o quizá para ver si encuentro algo mejor que el techo.
Sé que no es mala la tristeza, que es sólo otro estado emocional y hace mucho que dejé de luchar con los míos, en específico es como una amiga callada, me mira desde el otro lado de la habitación, me clava sus ojos llorosos y me avienta una mueca como diciendo: Ya llegué, se me pega como sombra y ahí andamos todo el día, acuosas, calladas, abrazadas a la almohada y a los recuerdos, con nostalgia descolorida.
A veces siento que la tristeza me besa la frente a modo de despedida, su boca fría en mi piel parece decirme: Nos vemos pronto y entonces cae un silencio lento sobre mi cabeza y una calidez me recorre la piel.
Y vuelvo a empezar, otra vez en mí, aparece el mundo, la gente, el aroma del café recién hecho, los zapatos de calle y las estrellas.
Escribo porque...algo tiene una que hacer con los dedos, si no es posible que toquen tu piel...
Después de horas de trabajo, de reunirme a bordar sueños y coser corazones rotos con las amistades, aún me falla esa puntada, aunque ya casi la domino de repetir y repetir los movimientos, llegó la hora de usar el vestuario que me permite ser yo misma, la música suena, se apaga la luz, mi cuerpo baila.
Siento tu mirada que se desplaza por mi espalda, el fuego entre mis manos me enciende por dentro y me lleva lejos.
No sé donde estoy, no existo más allá de esta duela, del duelo de saberte ausente, no soy nada más que este cuerpo que vibra bajo tus ojos, que son como dos manos que me alcanzan, no pienso; siento y me deslizo entre siete notas.
Seria bueno un día amanecer y no recordarte, no pensar por ejemplo, que me haces falta en el café de la mañana.
Sería bueno que mi día transcurriera sin buscar tu nombre o que escucharlo me resultara tan insignificante como cualquier otro, como el nombre de una persona desconocida y no como la palabra que me lleva inmediatamente a sensaciones y lugares.
Sería bueno andar la tarde sola y encontrarte, decirte: hola y que sonrieras por educación o tal vez algo más simple, como invitarme un café, contarnos las historias, pasarnos los teléfonos, tender una línea de comunicación.
Entonces me conocerías ahora, a está, la de hoy y quizá podrías quererme como soy y no recordar lo que fui.
Quizá yo sería mejor para ti y tú mejor para mí, o quizá seriamos algo que no fuimos, algo que no podemos ser.
Algo mejor para los dos extremos, y no esta madeja de recuerdos y castillos en el aire que se rompen al mencionarse.
Me gustaría encontrarte hoy o mañana, cuando ya he aprendido muchas cosas o al menos algunas que habrían evitado la catástrofe.
Quisiera que fueras mi último amor, al que se le quiere mejor y no el primero, al que se le quiere más, porque entonces todo sería más fácil.
Y yo no andaría como ahora buscando en mi bolsa dos explicaciones para mi existencia o tratando de sacar las culpas del cajón.
Sería bueno amarte con la tranquilidad de mi edad, abrirte el arcón de mis recuerdos sin que te suenen a pasado, contarte mis aventuras y travesuras de la infancia.
Reconocerme frente a ti, encontrarnos en una calle, mirarnos, y…dejarte ir otra vez…Porque yo, tuve que cruzar ese puente sola, llena de miedo, ponerme el uniforme, escaparme lejos, ahí, con toda seguridad, no podía encontrarte, anclarme en un puerto, besar dos o tres espaldas, buscarte sin saberlo, enamorarme y romperme el corazón, juntar los pedacitos, unirlo, echarle dos o tres puntadas a las orillas para que lo encontraras mas o menos en forma y no te espantaras tanto.
Tuve que aprender a ser paciente, a cocinar al menos un platillo con el cual sorprenderte, dos canciones cursis para cuando fuese necesario y algunas otras mañas de supervivencia. Anduve sobre la tierra, sobre el asfalto y también sobre las nubes.
Vencí mi miedo a la oscuridad a perderme en la bruma de mis pensamientos, a olvidarte.
Leí algunos libros para serte interesante, vi algunas películas, domé a varios de mis demonios, cambié mis malos hábitos, aprendí a peinarme.
En pocas palabras trabajé como una loca para ser lo suficiente para ti.
Sólo que… un día mientras te esperaba, alguien me sonrió y me dijo que era linda, así como soy, y todo fue distinto, porque aprendí que… unos dedos que se enredan en el cabello, son el mejor calmante para la noche de los miedos, que una mano dormida, busca a otra mano dormida aunque las dos duerman su propio sueño, que una noche inolvidable o un cumpleaños no existen sin un abrazo y una voz determinada, que en la cama, una cabeza busca un hombro y durante ese segundo tiene la certeza de que no hay mejor lugar en el mundo, que mi mejor tratamiento y la mejor medicina, es saber que su mano, sus ojos y su silencio me acompañan mientras yo me adormezco.
Desde Tijuana BC, mi rincón existencial, donde finalmente llegó el día o cayó la noche. Andrea Guadalupe.

Texto agregado el 13-01-2012, y leído por 102 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
14-01-2012 Me satisface mucho leerte en tus buenos momentos, esos que la luz de alegría guía cada una de tus palabras, y en los no tan buenos, dónde navegas por un mar de melancolía que estremece a cualquier lector. Aytana
14-01-2012 ¿Por qué, linda? ¿Por qué hundirte en esa melancolía? Si eres como escribes, debes de ser preciosa. Sal de tu concha y méclate con la gente. Unete a un club, ve al parque, toma un curso, cualquiera, en una escuela para adultos y verás, termina esa soledad. ¡Anda, bella! za-lac-fay33
 
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