Una tarde de esas
Bastante más allá del mediodía del viernes pasado, llegué a mi casa un tanto cansado y hambriento. Antes de alcanzarme el plato servido, me dispararon: “Te llevo a lavar el auto; está imposible de mugriento”. Imposible también estaba yo, que respondí a boca de jarro: “No se lava, es mi espacio, y en él mando yo”.
Al rato, con los gajos de la mandarina en la mano, partí hacia el Lavadero. Volví caminando las ocho o nueve cuadras, silbando bajito, mientras un piano se deslizaba en los auriculares del walk-man. “De paso me fumo un puchito, sin miradas de censura”, pretextaba, casi de buen humor.
Daban las cuatro cuando comenzó a llover. A las cinco, el cielo se desplomaba como si hubiera roto la “bolsa de aguas”. Me llamaron por teléfono, arrepentidos: “¡No salgas así !Esperame que te voy a buscar...!” “Nada, me arreglo, no te preocupes...” (mis espacios seguían vigentes). Campera, paraguas, sonrisa en la boca, salí mientras inventaba otra fábula para el Foro de los Retos (¡Reto fue el que recibí, por díscolo y mal ejemplo!, ja, ja, ja, ja), y saltaba los charcos, cada vez más frecuentes y amplios, en camino hacia el Lavadero.
A las dos cuadras comprobé que además de llover “sapos y culebras”, una vez más el pueblo era un río correntoso. Todas las calles desbordaban...La nueva fábula avanzaba, y el aguacero no lograba revertirme el humor (aunque mis espacios hacían agua por todos lados). En las esquinas había que pegar saltos olímpicos para cruzar. Llegué a la cuarta o quinta cuadra en aceptables condiciones. Hasta que un auto, convertido en lancha me envió una ola inevitable hasta las rodillas. ¡Hijo de una gran...! Una señora con la cara pegada al volante avanzaba rauda hacia la escuela a recoger sus niños
Dos cuadras me faltaban para llegar a destino, cuando debí retroceder una completa para vadear el río. Luego recordé que iba tan mojado que no valía la pena, pero el agua estaba tan fría...Y la leyenda de quince líneas, ni más ni menos, avanzaba con una curiosa sensación burlona bailándome en el pecho... (¿Podía ser el regreso del enano , arisco como él solo para el mutis...?).
A cien metros del lavadero, cuando giré en la última esquina, me topé con un obstáculo que impresionaba insalvable.. El agua, más caudalosa que nunca, circulaba muy por encima del cordón de la vereda, y ésta, con diez metros de frente en arreglo...Bueno, “en arreglo” es un decir, porque montañas de tierra (ahora barro gredoso) se alternaban con charcos de profundidad impredecible. Las luces de la vidriera de una tienda delataban la presencia de una pareja que me observaba, entre sorprendida y sonriente, mordazmente divertida. Yo los miré, y recordé a sus santas progenitoras, mientras ellos seguro comentaban entre sí: “¡Ahora nos gustaría ver cómo te las arreglás para pasar...!”
Me concentré en el camino a tomar:”Por el cordón”, decidí, adivinando su estrecha estructura bajo el agua. Una costalada a la izquierda, y me esperaba el barrial, una errada a la derecha, significaba una zambullida helada. Y por el cordón me deslicé, mientras sentía las miradas curiosas en la nuca. “Lo único que falta ahora es que me llame alguien por teléfono”, pensaba, con el chisme dormidito al costado Cuando alcancé a hacer pie firme en la vereda, me volví preparado para hacerles el pito catalán o un regio corte de manga remedando a Vittorio Gassman en la famosa escena de “Il Sorpasso”, pero la pareja sonreía y me aplaudía...No pude más que recuperar el humor y hacerles una ligera inclinación en señal de agradecimiento...
Y llegué por fin al Lavadero. Tres meses por lo menos que no me ocupaba de la limpieza del auto. “Ahora vas a estar como nuevo por un tiempo, porquería”, lo saludé al verlo con la carrocería reluciente. No me quisieron cobrar el trabajo...”Venga mañana que se lo repasamos, es norma cuando llueve”, explicaban”. “Nada, cóbreme ahora”, (mis benditos espacios, imperturbables). La negativa fue contundente, y luego de la propina al lavador, partí como una lancha hacia mi destino (cualquier destino era bueno, menos el consultorio donde me aguardaban caras adustas y niños enervados por la espera). Pero seguía alegre, y descubrí los motivos para ello: Había lavado el auto, no me habían querido cobrar, y en definitiva, me había enjuagado, que buena falta les hacía, pies, medias, zapatos, parte del pantalón, y hasta el pelo había adquirido una fragancia a tierra mojada...Y encima, tenía la fábula casi terminada...¡Estaba hecho!
Luego entendí que lo que estaba hecho era este mamarracho para La Columna...
Gracias, Melina, por tu amable invitación. Juro que te entenderé si no la repites
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