Cuando sea mi tiempo,
quién sabe si algún extraño sueño,
como una confesión de invierno,
germine mi flor de noviembre
desde los antiguos pensamientos,
(los mortales y los otros),
los que devolviéndome en lluvia,
reflejen la alegoría de la locura fugaz
de mi árbol de raíces pequeñas,
vertiendo huellas de encuentro y despedida,
en las malas compañías que tuve,
que tengo, y que tendré, felizmente encerradas
en los eclipse de luna de mis sentimientos.
Quien sabe, si una voz iluminará
el poco tiempo de los versos omitidos,
(ese otro final, prohibido por los sueños)
que me mantuvieron batalladoramente vivo,
como fabricante de una intrusa existencia
que nunca terminé de construir.
Si me acunarán voces antes de dormir,
o en danza sin velos, alguna sangre virgen y morena,
en explosión sensual me prolongue
en el humanismo de sus colinas
y en definitiva, todo sea certeramente distinto.
Quien sabe, si ese legado merezco. |