Cuando el Sr. Cura Juan José Almodóvar murió jamás imaginó que la gran casona estilo francés, herencia de sus padres se convertiría en un café restaurante. Pero así fue.
Casa que ocupa casi media manzana y la cual está cargada de majestuosos detalles, tanto en el interior como en el exterior; escaleras en forma de espiral, molduras artesanales, porches octagonales, vidrieras, cálidas chimeneas, rincones para la lectura desde donde se puede disfrutar la vista de los jardines; en pocas palabras, un lugar maravilloso que invita a quedarse. Dentro, el Sr. Cura había montado una gran galería de arte, tenía un repertorio de obras maestras que había adquirido en el transcurso de toda su vida.
Aquel día cuando el sobrino del Sr. Cura, el pequeño Alejandro, fue a visitarlo, lo halló ahorcado con una soga que tendía de las ramas de un frondoso magnolio que se encontraba en el patio trasero de aquella casona. Nadie hubiera imaginado que algo tan cruel e inesperado ocurriría ahí, donde la casona fue el único testigo. Al llegar el niño siguió sigilosamente la voz de un presentimiento y supo que él también correría la misma suerte que su tío, no estaba muy seguro de lo que pasaría pero sabía que no estaba solo; optó por esconderse sin éxito ya que falló en su intento y ni las súplicas, ni sus desesperados gritos, lo salvaron. Este inocente también fue víctima de aquellos ladrones-asesinos. Y para que no hubiera testigos lo lanzaron a un costado del Sr. Cura. La vivienda quedó invadida de tristeza y dolor. Los parientes de los difuntos aborrecieron el lugar, y durante muchos años estuvo abandonado. Nadie supo quién los asesinó.
Veinticinco años más tarde de la tragedia, las hermanas del Sr. Cura decidieron rentar la casa a un restaurantero. Pronto el café se convirtió en uno de los de moda de la ciudad de Guadalajara, por su buena atención, calidad y prestigio.
Todo marchaba bien, si no fuera porque unos espíritus rondaban aquel lugar.
Algunos clientes aseguraban que en las escaleras de caracol que daban al segundo piso, se deslizaba por el barandal un niño y luego advertían a los empleados que podía caerse, en cuanto se les informaba de lo que ocurría, más de algún empleado de inmediato revisaba y no había nadie.
Por las mañanas cuando se abría el restaurante en los ventanales aparecían huellas de pequeñas manitas. También de repente por la terraza delantera del café corría un niño a gran prisa asustado, como escondiéndose y cuando alguien lo miraba desaparecía. Según los clientes que conocieron al Sr. Cura decían que era su sobrinito fallecido y que su alma andaba en pena buscando entre los clientes a su asesino.
Todos los días llegaba Don Paco, un cliente ancianito a tomar su café; pedía que le sirvieran dos tazas al mismo tiempo, el anciano era de aspecto tranquilo y siempre estaba solo, leía, miraba a su alrededor, no le quitaba el ojo a los comensales que disfrutaban las especialidades de la casa. Diario estaba sonriente… platicaba solo…
Héctor, que se ganaba la vida como mesero, decía a sus compañeros que el viejo constantemente le contaba las historias que habían ocurrido en esa casona de la cual don Paco era vecino, y el viejecillo aseguraba que el Sr. Cura estaba vivo, y que éste, lo visitaba de vez en cuando. Don Paco un cierto día le preguntó al mesero:
-¿El señor. Cura está en casa?
El mesero se burló discretamente del viejo siguiéndole la corriente ya que todos juzgaban a Don Paco de loco.
- ¿Por qué quiere saberlo?
- Es que recién lo vi pasar.
E l mesero sintió un escalofrío al escuchar semejante disparate, luego vio pasar por enfrente de él una sombra que se acercaba a la mesa de don Paco, y al voltear, se dio cuenta de que era el difunto Sr. Cura que conocía por fotografías.
Héctor sintió una gran angustia ante aquella presencia que parecía totalmente verdadera y que le provocó un miedo cerval.
Don Paco tranquilizó al mesero y le dijo:
- No se preocupe, él es mi amigo y no te hará nada, además nunca se enoja.
El mesero estaba pálido y temblaba, trató de desaparecer lo más pronto posible; preguntó al Sr. Cura si deseaba ordenar algo y éste le contestó:
- No gracias, Paco ya me pidió mi café como siempre.
El mesero se retiró de la mesa y a nadie le platicó de lo ocurrido, pues sabía que se burlarían de él.
El gerente del restaurante siempre le complacía atender a Don Paco, ya que era un hombre bueno aunque a veces lo aburría con sus historias, muchas veces repetidas, a todos los comensales y empleados le causaba gracia ver cómo don Paco hablaba solo, mientras leía sus libros, no molestaba ni tampoco se ponía cargante con los clientes.
Una mañana llegó don Paco con un semblante muy afligido como cuando la muerte anda vigilando a las personas. Preguntó a su mesero de siempre.
— ¿Héctor, el Sr. Cura está en casa?
— No lo he visto llegar - contestó el mesero convencido, siguiéndole la corriente.
— Mira, estoy viejo pero la vista no me falla y lo estoy viendo.
Señaló con sus dedos detrás de los ventanales que daban al patio trasero, y ahí estaba el Sr. Cura y su pequeño sobrino al pie del frondoso magnolio, donde los habían encontrado muertos. El mesero no podía creer lo que estaba mirando, el señor Cura columpiaba vigorosamente al niño mientras éstos sonreían felices.
Don Paco no quiso interrumpir el momento y pidió la cuenta al mesero, el cual estaba muy impresionado, pues lo que estaba viendo pareciera completamente real.
Al otro día alguien llegó y les dijo que Don Paco había muerto. Todos se sorprendieron pero aún más Héctor, quién pensativo prosiguió su jornada del día. En un momento no muy importante miró la mesa en la que se sentaba don Paco, alguien levantó la mano desde ahí solicitando servicio. Al llegar a tomar la orden no podía creer lo que estaba viendo, era el Sr. Cura. Él cual le preguntó:
- ¿Héctor, no ha llegado Paco?
El mesero se asustó y lanzó un grito de horror al ver nuevamente al Sr. Cura, le dieron ganas de correr. Ese mismo día solicitó su renuncia y jamás volvió.
Mientras tanto los fantasmas del Sr. Cura y su sobrino siguen ordenando café y charlando en aquel restaurante.
|