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Inicio / Cuenteros Locales / barrunta / Personaje VIII.

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Se le notaba temblorosa, quizás por los nervios y quizás por vestir en invierno con ropa de mentira. Pero él sabía cómo tratar eso: en la oficina la calefacción estaba a 25, y podía llegar a tener un trato cordial, cercano, incluso gracioso según el día. Él sabía hacer eso. Sabía hacer sentir bien a alguien. Y ella lo necesitaba. Habían terminado el último estudio, las nuevas encuestas eran bastante más restrictivas, por lo que se habían quitado de encima a bastante personal. Ella era de los pocos supervivientes de los novatos del primer mes, y él era responsable de que pillara rápido este método de trabajo, nuevo para ella.

Se sentía fuerte con gente más joven que él, y más si eran chicas jóvenes de las que ríen fácilmente. Sabía hacer que se sintieran seguras sin llegar a ser demasiado paternal. Y, sobre todo, le gustaba que los novatos vieran cómo él hacía su trabajo. Era algo que le daba sentido a los tres años que llevaba ya en la empresa. En otro tiempo, tres años en cualquier sitio no eran nada, sin embargo, hoy, ya no queda nadie de los que entraron con él. Es un superviviente. Y la empresa lo sabe. Por eso le dejan un rinconcito en el call center. Un rinconcito donde él maneje el ritmo, no el programa de ordenador, que te muestra automáticamente una llamada después de otra. Apartarse de la nube de ruido que son 27 personas hablando por teléfono, con sus 27 voces distintas, siguiendo meticulosamente el mismo guión:
Califique, según la confianza que le merece, del 1 al 10, donde uno es ninguna confianza y 10 el máximo de confianza, cada uno de los siguientes líderes políticos españoles...

Cuando le dieron un par de vueltas a la encuesta, ella ya estaba preparada. Incluso sonreía. Él había dejado caer en un par de ocasiones que vivía con su novia. Le gustaba hacerlo, le daba más confianza con la chica, le permitía ser más cercano sin que ella pudiera malinterpretar nada. Le encantaba ese tono, oírse a sí mismo diciendo cosas como: “lo que acabas de hacer es estupendo, sólo sé más firme" o "...sólo sé amable aún cuando él esté siendo idiota". Se sentía un maestro. Hicieron una llamada de prueba. La haría él, pero ella también tenía los cascos conectados al terminal, así podría oírle en acción.

Fue una llamada rápida, el hombre de 52 años pronto mostró que no estaba nada interesado, cerrando cualquier opción a insistir. Él se despidió: “Gracias por su amabilidad”, y colgó. Entonces, ella se rió, se rió bastante, como si algo le brotara de dentro, tratara de taparlo con la mano y no pudiera, y ese algo fueran risas. Él se sintió simpático. Por un momento se arrepintió de haber mencionado tanto a su novia y le preguntó “¿Qué?” como quien ya anticipa que va a participar de la carcajada.

Pero no participó de la carcajada.

-Le has colgado antes de que te pudiera devolver las gracias.
-Sí, es algo que hago siempre. Simplemente pasas a otra llamada…
-Pareces una máquina.

Le preguntó si quería ir al baño. Le dijo que no. Le preguntó si quería echar un cigarro, comer algo, cualquier cosa, pero necesitaba que se fuera de su presencia. Le hizo caso.

Una máquina.

Repasó su vida hacia atrás. ¿Cuándo fue la primera vez que terminó una llamada y no esperó a que le devolvieran las gracias? Él, que en los comercios siempre se esfuerza en sonreír cuando recibe la compra o el cambio, que siempre intercambia unas palabras con las viejecitas mientras les sostiene la puerta del portal de su casa. Una máquina.

Pensó que pudo haber sido en Madrid.

Allí trabajaba muchas horas, por cuatro perras, pero le permitían mantener sus estudios de teatro. ¡Teatro en Madrid!, su sueño. Todas las tardes, tras las clases, iba a la Plaza de Tribunal, pasaba el Caja Madrid, y se metía en la calle sombría aquella, Apodaca número siete: la mancha de su sueño. Allí repasaba listados de recobros telefónicos para una empresa alemana que se quedaba con un buen pellizco de las aportaciones a las ONGs cuyo departamento de socios gestionaba. Lo que más odiaba de aquel trabajo era que, cuando alguien no hacía suficientes recobros, no le daban caña como en otros sitios, sino que le sermoneaban. “¿No te das cuenta de que la gente no tiene conciencia?, si no les presionas, no te van a pagar”. Odiaba eso. Odiaba esa justificación para sacarle las perras a las abuelas y a los inmigrantes, que eran quienes mayoritariamente poblaban sus listas. Perfeccionó una forma de defenderse de todo aquello, la mejor forma de hacer pasar el tiempo: ir rápido, muy rápido. Fundía los listados. Simplemente se concentraba y ¡zás!, en un momento daban las 20.30 y era la hora de salir pitando.

Allí cogió esa facilidad con el teclado, esa habilidad para pasar del teclado numérico del ordenador, al del teléfono, que tiene las teclas al revés. Allí aprendió a no pensar. A gestionar llamada tras llamada sin que notara el paso del tiempo.

De Madrid sabía que había vuelto con una profesión que no se atrevía a ejercer, unas cuantas historias que le habían pasado con una chica que conoció en un concierto de Ben Harper,

y la rapidez. Le llamaba rapidez. Pero aquella chica le había llamado máquina.




Una máquina es algo que está muerto. Podrían hacer una máquina perfecta, con ojitos, con respuestas ingeniosas… El hombre bicentenario Asimov escribió sobre ello. Pero todos los trabajadores de todas las generaciones saben lo que es, algo muerto que trabaja más rápido que lo vivo. Sí. El sueño de todo director de departamento que piense que no vivirá lo suficiente como para que inventen robots directores de departamento.

Pero, ¿y el camino contrario? Una máquina que evoluciona hacia ser hombre y, en dirección opuesta, un hombre que evoluciona hacia máquina. A mitad de camino, se encuentran. Eso era aquel call center.


Sentado en el puesto del rincón. Su lugar.
Sale del programa presionando la tecla de función de Windows. A través del cristal, ve a la chica
con el dedal de café ridículo que da la máquina,
y hablando con otro novato.
No les oye. Lenguaje corporal de: te pongo el roce a tiro, pero sólo a tiro.
Probablemente, ella ya lo ha olvidado. Todo.
Ojea por el Google.
Robot viene del checo,
y significa esclavo.

Texto agregado el 13-01-2012, y leído por 171 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
04-11-2012 Este personaje es deslumbrante. Se deja narrar flexiblemente; imagina tesis opuestas; evolución y esclavo, cuál será? fafner
 
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