El médico y Mirinda se dirigieron al interior de la Clínica, a un gran pabellón, donde estaban los dormitorios de los ancianos internados.
Mientras Mirinda avanzaba ansioso, el médico
pensaba si estaba obrando bien al permitir que un tipo, seguramente medio chalado, se acercara a una viejita que posiblemente no lo había visto en su vida.
Pero ¿y si este tipo decía la verdad? Si efectivamente era un extraterrestre y él le creía, estaría todo bien y sería un honor el haber confiado en su historia y eso lo haría famoso. Se
imaginaba dando conferencias por todo el mundo, hablando de su encuentro del tercer tipo…
Eso le haría muy bien a su alicaída estima, ya que se daba cuenta que hasta ahora en su vida no había sucedido nada importante. Era solo un
médico general, sin especialización alguna, que cumplía tres veces a la semana la guardia nocturna de un geriátrico.
Y ¿si sólo era un pobre loco alucinando? Todos se reirían de él. Menos mal que era de noche y solo estaban él y la enfermera de turno que seguramente estaría durmiendo en la camilla de la enfermería.
Nadie se enteraría de nada si las cosas salían mal.
Abrió con mucha suavidad la puerta de la habitación de Rocío. Ésta se encontraba despierta leyendo un libro.
El médico tomó de un brazo a Mirinda indicándole que esperara sin entrar.
Rocío levantó la vista y sonrió al reconocer al médico.
—Buenas noches, doña Rocío— la saludó el doctor
—Buenas noches doctor. Ya estaba por apagar la luz y dormirme…
—¡No importa, doña Rocío! Le quiero hacer unas
preguntas…
—¿Porqué? ¿Acaso no salieron bien los últimos estudios? — preguntó Rocío extrañada, quitándose los anteojos.
—No, no es eso. Quisiera que me cuente sobre el novio que usted tuvo y que se fue a la luna…
—¿Se quiere reír de mí, usted también? —dijo Rocío, algo molesta.
—¡No! Todo lo contrario. Yo siempre le creí… y ¿recuerda usted cómo se llamaba su novio?
—Por supuesto. Jamás lo olvidaré. Se llamaba Mirinda…
El médico retrocedió asombrado. ¡Todo era verdad entonces!
—Si yo le dijera que Mirinda habló conmigo y que la anda buscando, ¿me creería?
—Claro que sí. Mirinda no era un terrícola. Y me dijo que volvería algún día. Y desde entonces no pasa un instante sin que lo recuerde y sé que en algún momento volverá a mí. Lo prometió y me amaba tanto como yo lo amaba a él.
—¿Y me sigues amando, Rocío de mi corazón? —intervino Mirinda, avanzando para que le alcanzara la luz del velador y ella lo viera
Rocío quedó con la boca abierta. Sus ojos se cuajaron de lágrimas y una sonrisa alegró las arrugas de su cara. Un hondo suspiro escapó de su pecho. La espera había terminado. La felicidad que sentía al ver de nuevo a Mirinda, tal cual ella lo recordaba, le hizo olvidar que habían pasado
tantos años y que su aspecto ya no era el mismo.
Para Mirinda, el reencuentro con su amada hizo que nuevas sensaciones y misteriosos sentimientos se mezclaran en algo para él, imposibles de definir. Sentía una alegría que lo embargaba por completo y tenía unas ganas locas de bailar y trepar por las paredes girando como un trompo enloquecido.
La voz del médico lo llamó a la realidad.
—Bueno, los dejo solos. Seguramente tendrán mucho de que hablar. Le recomiendo que no se altere demasiado, doña Sofía. Estaré en la enfermería. Llámeme por cualquier cosa… |