Capítulo 22: “En la Mitad de la Esclavitud”.
Tras cometer el crimen, debimos correr a refugiarnos a mi casa para no caer en los brazos indolentes de la muerte que se nos acercaba a paso rápido de una manera nada silenciosa. Todos nos buscaban hasta debajo de las piedras, en los lugares más recónditos se suponía apareceríamos. A nosotros en ese momento nos divertía la incapacidad de la gente de buscar en lo que estaba más cerca de ellos y por supuesto su imaginación demasiado poderosa, pero menuda a la vez.
Y cuando abrimos esa vez la puerta sentimos una suerte de felicidad, como nuestra liberación, una pasión que sin duda, a todos nos asustó. Y no cesamos de reír ante nuestras fechorías que se sucedían como una leyenda en la televisión. Para comenzar nuestros homicidios, refiriéndome de mejor manera al gobernador Casanueva que fue duelo nacional, sin dudas uno de los duelos nacionales más celebrados en la historia del país, y de más está mencionar el homicidio de quien sería el alcalde de Talca, el hombre que se ha descrito en el capítulo anterior.
Los noticieros de todos lados del mundo comentaban nuestras fechorías que hasta ese segundo se habían escondido en la oscuridad de los secretos de la clandestinidad. En esos noticieros se mencionaban todas las batallas que habíamos ganado al gobierno que intentaba imponerse, todos nuestros asaltos y secuestros salían a la luz de súbito. Y por supuesto todas las cosas que no hubiésemos hecho sin la vital ayuda del pueblo, desde el asalto al los restaurantes, grandes tiendas, oficina de correos y todo lo que tenía que ver con el orden público del que veníamos llegando sonrientes, con las manos llenas y los caballos cargados de cosas que nos servirían de víveres para más tarde.
Pero para el día siguiente sabíamos muy bien que debíamos partir de nuestro refugio para permanecer con vida, pronto vendrían a allanar por el vecindario para encontrar un vestigio de la famosa guerrilla.
Era mediodía, el sol en lo alto y nuestros estómagos llenos, pero los sentimientos vacíos. Deambulábamos de forma separada por toda la ciudad con la apariencia de ser unos sirvientes comunes y corrientes y no la buscada montonera revolucionaria de la cual se desconocía su paradero. Unos por el río, otros por la Plaza de Armas, otros por el cerro y en lugares que es difícil de mencionar. Carolina, Victoria y yo paseábamos por la plaza, esperando cualquier señal de lo que se pudiese llamar “revolución” y de poder quebrantar el por esos días, frágil orden público. Hasta que una persona se pasó por mi mirada, entonces sentí los quebrantos de mi alma, de cuanto deseaba verle desde hacía ya mucho tiempo y pensé “Esto es imposible” y me acerqué a mi hermana y le dije golpeándole del hombro “¡Mira! ¡Mira!”, hasta que fue capaz de ver lo que yo veía y luego le dijimos a Victoria que debería hacer la ronda sola, mientras que Carolina murmuraba “Esto debe ser una broma” y miraba atónita con sus grandes ojos negros a nuestra madre. Luego cogimos bien nuestros revólveres y empuñamos con valor nuestras espadas, si algo debíamos de pelear en ese momento era su libertad si se daba la oportunidad.
Ella estaba fuera de la oficina de correos que parecía que por allí había pasado un huracán y seguía a una familia de la élite española portando un canasto de paja y unos bolsos de Falabella que había quedado como un desastre, de hecho sus bolsas ecológicas todavía deambulaban por las calles al ritmo que el viento les indicaba. Se le veía triste e impaciente. Y ya cuando estábamos cerca nos subimos el pañuelo que cubría las facciones. Y la sacamos del lugar hacia el que se encaminaba sin sentir siquiera lo que estaba haciendo, sin saberlo, sin tener conciencia de sus actos, como si sus pies anduvieran solos a causa de la rutina que se transformaba en una costumbre que no se acababa jamás.
-¡Mamá!-dijimos al unísono bajando levemente los pañuelos con miedo de ser vistas.
-¿Y ustedes?... ¿Qué hacen aquí?-preguntó al vernos, pero una pregunta aún más profunda se veía en su mirada, era ¿cómo sobrevivieron? Y nos abrazó.
-Te vinimos a buscar-dije.
-Pero… no pueden hacer eso-dijo triste.
-Ya sabemos que fuiste dada esclava, pero no nos iremos de esta ciudad sin verte en libertad-concluyó Carolina.
-Pues es difícil si quieren sobrevivir, mejor déjenme aquí, no hay mal que dure cien años, algún día estaré libre y nos podremos ver-dijo resignada, mientras yo pensaba “¿cómo aguanta?”.
-Mamá, hemos sobrevivido a las más duras batallas, partiendo por la de Putre en la que yo fui prisionera, no nos iremos de aquí contigo en… a todo esto, ¿dónde estás?-pregunté, mientras Carolina la abrazaba queriendo arrancarla en ese preciso instante de los más duros verdugos que hayan existido jamás.
-En el Packing de la Copefrut, el de Curicó-dijo.
-Ya…-y me quedé en el suspenso cuando una mujer, algo maceteada la llamó a voces para que acudiese y se despidió de nosotras corriendo.
-Más no queda sino ser firmes, sino batirnos-dijo Victoria que se nos acercaba al verle partir.
Nos subimos el pañuelo y seguimos derecho, hasta que mamá se nos acercó de nuevo, y tras saludar a Victoria, nos indicó que el dueño necesitaba personal de temporeros por si sabíamos de alguien y se fue. Esta vez, el deber era con nosotras mismas.
Expusimos la idea ante la guerrilla, era nuestra manera de huir de la muerte que se hallaba cada vez más cerca de nosotros y tomar fuerzas desde un punto aún más estratégico que ninguno en el mundo, y cómo era de esperarse aceptaron. Nos encaminamos bajo un sol que nos quemaba, para llegar por lo menos temprano a nuestro destino, allí era el lugar en que “las papas queman”, donde tendríamos el lujo, como muchos ibéricos lo mencionaban de sacar de la esclavitud de una vez por todas a las personas que se encontraban en ese lugar.
Llegamos y tocamos el timbre. El cerco eléctrico que circundaba la instalación era imponente, pero nunca tanto como la construcción metálica que se hallaba en su centro de la que nadie podía escapar. Pocos árboles estaban alrededor de la instalación y casi no había vestigios de vida en esa parte. Estuvimos esperando un rato bastante largo bajo un calor intenso, hasta que apareció una mujer refunfuñando. Vestida de traje, delgada, de estatura baja y de aproximadamente sesenta años, con una llave en las manos.
-¿Qué quieren?-aulló con la voz ronca.
-Venimos aquí por el aviso-dijo decidido Manuel, cuya decisión amedrentó a la futura anciana.
-Bien, pasen, pero no se esperen buenos tratos-dijo indicándonos el camino.
Adentro todo era penurias y suspenso. Nadie entendía como tantas personas se entregaban a la mismísima esclavitud en bandeja siendo aún unas niñas la mayoría. Nos asignaron unas camas en un galpón, unos canastos y nos indicaron nuestra labor: desde ese minuto seríamos temporeros.
Comenzamos a modo de rutina prácticamente a son sacar información a la administración. Luego, tras un día de trabajo agotador nos reuníamos en el mismo galpón en el que mamá se había sorprendido de vernos y nos había rogado que dejásemos la guerra de lado y por supuesto la idea de liberarla diciéndonos la falsedad de que se encontraba bien, mientras todos nos inquiríamos de la siguiente manera: “¿Cómo alguien puede decir estar bien, mientras vive en condiciones precarias, es maltratada, debe hacer de sirvienta, cocinera, además de su trabajo real que es el de temporera, quemándose con el sol y con los pesticidas dañándole la piel?”. En ese mismo galpón que era nuestro baño-habitación, de todos los esclavos, planeábamos nuestras próximas acciones en el packing, que eran desde distracciones para todos hasta escapes de lo que llamábamos una cárcel. Y una vez a la semana desaparecían por arte de magia unos cuantos “trabajadores” como nos llamaban nuestros verdugos.
Pero una noche fue distinta a todas. Todo comenzó cuando a la luz de la luna unos temporeros planeaban escapar para siempre de esos dominios. Treparon como de costumbre por las palmeras, las pocas que allí había, pero la fuerza mayor los hizo bajar desde ese lugar. Ellos no hubiesen querido delatarme a mí, la persona que gestionaba el hecho de que pudiesen huir, por eso cerraron sus bocas con el candado del silencio, pero ese candado a alguien se le había abierto hacía ya mucho tiempo con la llave de la deslealtad y la cobardía, y antes de que pudiesen asesinarle corrió hacía el capataz a decirle quien era la culpable del motín. A esas horas nadie dormía, pero todos tenían el Padrenuestro en los labios, y en la memoria el plan que teníamos por si justamente eso sucedía.
-Siento unos pasos… y unos gritos, ¿porqué no mejor sacan las armas?, ¡anda, hija, anda!-dijo mi madre que nos sujetaba a Carolina y a mí de las manos empujándonos al baúl con las manos y poniendo mayor atención en su agudo oído.
-Por si te toca combatir-dije tendiéndole un cuchillo y colocando en la hebilla del cinturón mi espada y mi revólver.
Tuve justo el tiempo de orar por última vez, para cuando el capataz me cogió con fuerza del hombro.
-Así te quería encontrar-dijo y me dio un puñetazo en la cara, herida que expelió sangre.
-Usted no toca así a las niñas… ¿Me escuchó?... ¡¿Me escuchó?!-bramó Manuel intentando acuchillarle, mientras se armaba un desorden increíble en el lugar y unas personas se acercaban a verme.
-¡Alto!-grité dirigiéndome al grupo en general, y ahora tan solo al capataz-¿quiere pelear con alguien?, pues ese alguien será conmigo.
-No quiero matarte niñita-dijo.
-Pues desenvaine su espada y sea valiente, o caso no se cree muy hombrecito-dije en tono sarcástico.
Desenvainó la espada que yo miraba, mientras todos los que se quedaron en nuestro alrededor; de los pocos que se quedaron, pues el resto se encontraba apuñalando a diestra y siniestra a todo aquél que estuviese del lado de nuestro verdugo, robando toda la fruta que pudiesen robar y huyendo con todos los que pudiesen huir; el resto, gritaba a vivas voces: “pelea, pelea, pelea”, y me daban ánimo. Y en un movimiento brusco, a la luz de las lámparas alógenas de la carretera nos trenzamos en una lucha de espadas, propia de los esgrimistas de los J.J.O.O., hasta que tras un rato le dejé un recuerdo que jamás olvidaría en la cara. Los ojos me brillaban de felicidad al ver su cara bañada por un río de sangre que germinaba en el pómulo. Segundos después la lucha se tornó aún más intensa, y conseguí profanar su vientre, Manuel se sacó las ganas de golpear a alguien con él, mientras su hábil mente planeaba nuestro destino, y su corazón planeaba como seguir siendo así de leal, y su ímpetu se enfocaba en las fechorías que llevaría a cabo, pues recuerden bien: yo no fui el único cerebro de esta guerrilla, incluso, él fue el genuino, el que usó la organización y la estrategia que nos eran vitales para sobrevivir. Luego cogimos nuestras cosas, a mi madre y nos fuimos todos, para luego prenderle fuego a la construcción. Nunca más supe de mi carcelario, no supe si lo matamos o vivió para contar lo sucedido en su fatídico día de inicio de verano.
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