Capítulo 20:”La Chingana”.
Comenzaba la segunda semana de septiembre y los caballos entraban a Talca a todo galope.
Arriba de Hae’koro todo me parecía seguro y lejano para mis sentidos fue el día en que lo dejé descansar y fui tomada rehén, y aún más distante me eran los días en los que bailaba tango y rock & roll con Danto y cantábamos al son del piano. Me quebraba con frecuencia ante su recuerdo.
A mí alrededor veía la ciudad que me había visto crecer y a la que ahora llegaba a presentarle la libertad de cerca.
Durante el camino todo había sido risas, pero aún mayor la preocupación sobre nuestro siguiente paradero que toda la opinión pública ignoraba.
En Putre se habían quedado disfrazándose cada noche para ir a las tabernas y a los puntos de reunión realistas para son sacar información de planes, haciéndose los esclavos para poder oír más de lo que deberían haber oído y a su vez revocar cada plan que podían mientras me esperaban donde siempre. Y una noche oyeron que el día 30 los realistas partirían a Talca y que el orden sería totalmente aleatorio.
Pues así fue. Con dolor y la esperanza en el brillo de los ojos nos tuvimos que despedir de lo que poco a poco se había convertido en una familia para nosotros. Dejamos encargados a unos bravos aborígenes de la zona. Para que protegieran lo que les pertenecía y que no les habían conseguido robar. Era una guerrilla llena de fiereza que estaba resuelta a morir antes que ser gobernados por un español. Su tarea era pasearse por toda la región nº XV y robar armamento, en fin destruir todo vestigio de España en la zona y proteger el lugar antes mencionado de cualquier tentativa o ataque proveniente de los peninsulares y reclutar a la gente. Así, en medio de asignaciones y llantos nos debimos despedir para seguir el rumbo a Talca, el lugar que los españoles se proponían a conquistar, así lo habían convocado muy fieramente seguros de que nadie les rebatiría y seguimos las campañas de tierra en medio de diversas batallas destruyendo poco a poco su batallón.
Entonces fue cuando recordé mi casa, cuando entramos por la Universidad de Talca, me recordé de mi infancia y me miré buscando una respuesta en medio de mi transgresión, como buscando un culpable.
-A ver, chicos, ya sabemos que estos realistas de la tal de van a hospedar en el aeródromo-dije.
-Porqué no mejor en el cementerio-dijo en un tono sarcástico Valentina Martínez, una de las más bravas del grupo siendo abalada y sin duda por todos.
-Sí, eso no sería una mala idea, Vale, pero eso nos da la oportunidad de hacerlos huir-dije.
-Si los hacemos huir seguro que seremos el blanco de todos y además pueden ir a otra ciudad-dijo Manuel de manera muy audaz.
-También es cierto, pero ya veremos mañana, ahora los invito a nuestro nuevo refugio que es mi casa-dije decidida, pensando que mi madre nos recibiría con los brazos abiertos y olvidando que la habían esclavizado.
Y así emprendimos camino a mi casa. Pero cuando llegamos al portón había un gran bullicio que asemejaba una fiesta y no de las muy corrientes pues la música, entre la mezcla de sonidos que profería un lugar que ni siquiera se sabía dónde estaba, era tradicional chilena caracterizada por la llamada cueca urbana.
Entramos y eso si que era bárbaro. El desorden se extendía por toda la casa, saber que antes se veía tan limpia y ordenada. En el living ya no reinaba la misma limpieza que cuando dejé ese lugar. A un costado de la puerta principal de madera se amontonaban botellas de alcohol desde hacía ya mucho tiempo. En la sala habían corrido el amueblado para dar lugar a las guitarras, baterías y teclados eléctricos; a los panderos; a los tormentos y a los micrófonos de los cuales salía el sonido que embargaba el lugar, que se hacía acompañar por los repetitivos zapateos y escobillados, que daban el compás a los pañuelos que volaban por el aire como si tuviesen vida propia, y así se daba forma a una letra que le cantaba al amor y a la justicia acompañada con una melodía que siempre se escuchaba entre el 17 y el 20 de septiembre en las fondas que es típicamente chilena. A la mitad de dicha habitación se amontonaban las parejas bailando y a la orilla se iban juntando las que esperaban el próximo pié de cueca. Y cuando los músicos se disponían a hacer un aro alcé la voz al ritmo de las tonadas que se cantaban en el patio.
-¿Qué hacen aquí en mi casa?-dije.
-A ver, perdón, ¿en tú casa?-dijo el dueño de lo que hacían llamar “La Chingana”.
-Si poh’, es nuestra casa-dijo Carolina.
-Ya…, o sea que ustedes son las dueñas de este lugar, les voy a creer-dijo el mismo.
-A mi hermana y a mí nos gustaría saber que hacen aquí-respondió Carolina.
-A ver cómo decirlo… somos una chingana, nos entendís y ahora esto porque estaba abandonado nos pertenece, si quieren se pueden quedar-respondió.
-Mira, esta es nuestra casa, así que nosotras mandamos aquí, si tú quieres puedes quedarte aquí con tu famoso negocio, pero nos tienes que respetar-dije.
El hombre asintió, y con el grupo decidimos que ese era el último día que trabajarían con tanta gente y que nadie se debería quedar en la casa para la noche, establecimos los horarios de trabajo y que para las Fiestas Patrias atendería todo el día. Pues el dueño respetó nuestra decisión y le dijo al grupo que allí se encontraba las ideas.
A la hora de almuerzo subimos a nuestra alcoba y en el segundo piso todo era un perfecto desastre, especialmente en la sección que hacía de discoteque, si abajo en la cocina y en el comedor se veía la muestra de un desbarajuste total, arriba era horroroso, pues la música a todo volumen del reggaetón y del rock lo llenaban todo y las personas se veía estaban allí desde hacían días. Los gritos por más música y un volumen aún más alto provocaban que ni siquiera se pudiese escuchar la voz interior que clamaba desde nuestras entrañas un silencio profundo. Los borrachos se apilaban sobre las camas y en el suelo en un descontrol enorme. La ropa estaba fuera de los roperos, los baños rotos y un centenar de cosas quebradas formaban el cuadro de un gran desastre. En el suelo pude divisar cosas que se enumeraban en la lista de los recuerdos principales de mi vida anterior a la guerra y de los más importantes para reconstruir cuantiosas escenas que en antaño me habían hecho tan feliz. En el piso del baño se podían encontrar numerosas fotos de cristales rotos, y cuando se pensaba que aquella era la última, nuestros zapatos pisaban otra de mayor contenido aún.
Debimos partir por sacar a esa gente, con Carolina de lo que antes había sido nuestra pieza. Destapando a algunos que se encontraban en nuestros lechos desde hacían días, para luego hacerla una habitación decente, pero no por mucho tiempo, pues las Fiestas Patrias se acercaban, pero al menos limpiarla un poco para poder dormir.
Para el final del día estábamos exhaustas, y decidimos que ya era hora de que se fueran. Más de alguno causó problemas diciendo en medio de su gran borrachera un centenar de improperios que es imposible nombrar y una cantidad grandiosa de manotazos, y cuando conseguimos sacarlos a todos de la casa fuimos enormemente felices, pues no les veríamos por mucho tiempo y de una manera, cabe decir más ordenada. Cenamos, y barrimos hasta la media noche, hasta que tendimos cuantiosos sacos de dormir en todas las partes imaginables y dormimos hasta bastante tarde, hasta precisamente cuando sonaron unos golpes que amenazaban echar abajo a la puerta. Esta escena se repetiría por cinco días, cinco días en los que vivimos en una monotonía total que a veces nos asustaba a todos, así que comenzamos lentamente y en paz a planear una batalla sorpresiva para el día en que quisieran anunciar que Talca era ciudad de propiedad española en la Plaza de Armas como lo era convenido, entonces decidimos todo.
El día de las Fiestas Patrias (18 de septiembre) se celebró muy a gusto, y desde el día 17, y nuestro patriotismo fue puesto a prueba el día 19 o Día de las Glorias del Ejército, mientras esperábamos el desfile de las F.F.A.A.
El día de las Glorias del Ejército no fue celebrado, no hubo desfile, lo cual provocó el inicio de grandes revueltas a nivel nacional. Y nosotros, la principal resistencia patriota que en el país quedaba, no podíamos quedarnos fuera de las grandes marchas que se prolongaron durante toda la noche. Esto nos hizo sentir aún peor: la mayoría de las FF.AA. se habían volcado a favor del régimen español, en conjunto a los Carabineros que durante todas las marchas y huelgas que ese día fueron llevadas a cabo nos combatieron con bombas lacrimógenas y carros de agua y gases que andaban por el medio de la vía pública dispersando a los manifestantes. Pero por más que gritásemos no seríamos escuchados, pero a lo que antes se suponía sería la defensa de Chile, no vería sino la manera de provocarnos más daño.
Y esto no pudo causar otra cosa que no fuese un aumento en el número de los ocupantes de la casa, de los refugiados patriotas que se habían visto obligados a convivir costase lo que costase en una ciudad que giraba en torno al dinero que manejaban como un orgulloso soborno los militares y la Fuerza Pública.
Para el comienzo de la mañana estaba decidido, esa casa, mi casa ya no me pertenecería como antes, se mantendría como una casa Okupa, símbolo, el más puro símbolo punk y de los que desde ese instante deberíamos tomar el control con nuestras manos revolucionarias de la situación para darle el poder al pueblo chileno que se caracterizaba con la Chingana, que seguiría funcionando como tal hasta que mi madre llegase. Por lo demás era un gran lugar para los refugiados de guerra que no querían ser ejecutados con una cámara de gases o un arma nuclear y así podrían seguir luchando.
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