Capítulo 18: “UNA ENIGMÁTICA BATALLA”.
3.500 metros de altura y ya estábamos en Putre… la mayoría cayó rendida con la falta de aire, la llamada puna ejercía con toda libertad sus desastrosos efectos en la respiración del grupo.
-Bien, aquí les dejo, hagan lo que tengan que hacer en este infierno-dijo el camionero, y acto seguido echó a andar la maquina alejándose camino al paso Concordia.
-Si nos va bien esta vez, les enseñó a tocar la batería a todos-dijo Javiera Espinoza.
Cierta ocurrencia nos hizo reír a todos, pues bien sabíamos que era tocar la batería arriba de la cabeza de nuestros oponentes. Ella la sabía tocar y de maravillas, amiga personal del rock y la música en inglés se metió en esas arenas siendo muy pequeña. En realidad físicamente parecía una rockera: tenía la tez algo oscura, mirada sarcástica y risueña color avellana, la cabellera delgada y larga le hacía juego de cerca, tenía la cara afilada y delgada y el talle delgado y de imponente altura.
No había tiempo que perder, sacamos hojas de coca y las mascamos para pasar el desagradable efecto que la puna ejercía sobre nosotros. Media hora después ya habíamos recuperado el sentido y estábamos en marcha para llegar a un lugar que fuese propicio para reclutar la mayor cantidad de gente y salvar a miles.
Entramos por Baquedano en dirección a la calle Carrera que colinda por el lado oriente con la Plaza de Armas, subimos por dicha calle hasta la Plaza. ¡Manera de ser un pobre lugar! ¡Entonces, tan sólo entonces comprendía el inusitado llanto de Victoria en Copiapó! Pero yo no estaba en condiciones de ser tan sensible, ya encontraría el lugar y el momento propicio para lamentarme, pero antes prefería libertar el lugar. Seguimos caminando en dirección norte con el paso firme y seguro, tanto así que la gente volteaba a mirarnos con la mirada teñida de extrañeza al vernos pasar. Ya instalado el campamento en la Plaza de Armas, y con la comandancia dispuesta para dar las órdenes correspondientes, una persona lanzó un chillido histérico y temeroso. Era una anciana de origen indígena, más bien de origen aymará. En su lengua gritó, probablemente sugiriendo socorro a cualquiera que supiese en ese idioma en un perímetro bastante grande. Luego, al ver que nadie acudía siguió gritando, esta vez en castellano.
-¡Socorro! Alguien ayúdeme ¡socorro!-gritó muerta de miedo.
Corrimos a ella sin caer en la cuenta de que se trataba de nosotros.
-¿Qué le sucede?-preguntó Emily, que sin duda era la más sensible de todas.
-Suéltame tú, desgraciada-dijo lanzando lejos a mi amiga-yo sabía, pero nadie me quiso creer, son ustedes, los españoles… ¡Vienen a llevar a la miseria a mi pueblo!
-Cálmese señora-dije en tono decidido y fuerte-no somos de la banda de españoles, de hecho estamos en su total contra, y es cierto nadie le creyó la verdad de que vendrán esta noche a atacar este lugar, pero no somos nosotros, somos en realidad una guerrilla patriota.
-¿De verdad?-dijo con sus ojos negros abiertos de asombro.
-Es cierto lo que ella dice-continuó Valentina Fuentes, una colorina de bastante sentido del humor y defensora personal de la verdad.
-¡Cuánto lo siento!-dijo con voz apagada y cubriéndose la boca reseca con sus negras y gruesas manos, con la mirada llena de susto y pasión.
-No se preocupe-dijo Valentina Cárcamo, era una muchachuela de estatura regular, al igual que su contextura, dulces ojos y carácter alegre y decidido, pero con más dulzura que maldad en su actuar.
-¡Pero qué modales son los míos!, me llamo Uma Suyay Quwakira Wañapaqu, mi origen es aymará-dijo la viejecita que a esas alturas había reunido a un montón de gente en la Plaza.
-Mucho gusto, nosotros somos la guerrilla Nueva Húsares de la Muerte, si usted tuviere la voluntad ¿me indicaría el camino hacia la oficina del alcalde?-dije.
-Por supuesto, señorita, por supuesto, mire, usted debe ingresar por la Municipalidad, quebrar a la izquierda, verá una escalera, debe subirla, mano izquierda la primera oficina de es la de quien usted busca-dijo amablemente la viejecita.
-Pues muchas gracias doña Uma-dije con la mirada firme y beata, y ahora por lo bajo ahora a Evelyn-Eva, haz lo que mejor sabes hacer: diviértelos con la Cabeza, si necesitan ayuda habla con Karina.
Mientras me alejaba, caminaba recta, con la convicción de que todo me saldría bien. Me amarré fuerte el pañuelo y miré a lo lejos a todo el grupo atacado de la risa, mientras que Manuel guardaba un gélido e hiriente silencio, por suerte él no me veía. Caminé hasta donde me dijo la señora, y me acerqué a una puerta de madera bastante osca. Golpeé el retazo de lo que había sido un árbol de antaño y una voz de mujer me sugirió que entrase, la saludé con el respeto que debía, y le tapé la boca antes de que pudiese gritar “auxilio” y le expliqué que deseaba charlar con el alcalde por un asunto de suma urgencia tras jurarle mil y una veces que no le haría daño a nadie. Ya más calmada la pobre secretaria, inexperta, pretendo yo por la edad que bien sabía demostrar en su juvenil forma corpórea, me permitió entrar a una oficina aún más pequeña que era la del alcalde.
El hombre estaba mirando hacia la ventana, dado vuelta, fumando un cigarrillo, según mis fuentes uno clandestino, que habían traído desde Bolivia, tenía la mirada perdida y turbia. Su cara rojiza e hinchada se hundía apenas se encontraban enterradas las cuencas de sus negros ojos. Un traje negro llevaba ese día, pero más negra se veía su alma enrabiada.
-¿Se puede entrar?-inquirí desde el marco de la puerta transcurrido un rato más.
-Claro, señorita, claro-dijo distraído mirando aún por la ventana y sin fijarse aún en mí.
-Vengo a hablarle de su pueblo y de algo que acontecerá esta noche, algo sin dudas muy terrible, pero tengo de mi lado la estrategia para que Putre tenga la victoria-dije decidida.
-Ya a nadie he de creerle-me contestó.
Yo, a esas alturas del día tenía mucha rabia, y no me la contuve tan fácil, era un pueblo entero que desaparecería del mapa y a ese hombre poco y nada le interesaba. Cogí mi revólver y me fui en picada con él y todo hacia la pared, apuntándole en el cuello.
-Si no le interesa escucharme pídame que salga, pero usted morirá con una bala propiciada por mi revólver en su cuello y me marcharé; pero si le interesa el hecho de que su pueblo sea borrado del mapa para la eternidad escúcheme, no se arrepentirá-dije con mirada potente y presionándole el cuello con el arma, le asusté tanto que se encogió como una chinchilla.
-Está bien, pero usted ¿quién es para decirme que hacer con mi pueblo?-dijo retomando fuerzas después de que lo lanzara a su asiento.
-Eso no importa, lo que realmente interesa aquí, es como salvar su pueblo de la destrucción y yo tengo un plan-dije decidida a luchar.
-Pues tú dirás-dijo preocupado, no sé si por su vida que corría peligro conmigo cerca, o por el pueblo en realidad a lo cuál di la más nula importancia y proseguí con el tema que me concernía.
-Bien, pertenezco a la guerrilla NHM (Nueva Húsares de la Muerte) y nos enteramos de que esta noche los españoles atacarán aquí. Lo propicio es avisar a todos y cada uno de los habitantes del lugar, junto con los turistas de que deben desalojar sus casas, o bien armarse a una fervorosa defensa dentro de ellas, pues las quemarán y los asesinarán fuera o dentro. Lo mejor sería conseguir aliados en toda la zona, para que se infiltren y roben armamento, otros para que defiendan la ciudad por fuera, la rodeen, otros se atrincheren en diversos lugares y otros vayan a la gran batalla, también para que los que no puedan combatir huyan lo antes posible, ¡mire, ya son las seis, y nosotros sin pelar ni una papa!-dije a gritos, mientras él me escuchaba exhausto.
-Pero y ¿cómo lo haremos para avisarle a los vecinos?, son más que mal 1203, le advierto que no será una cosa de las más fáciles-dijo en son de detractor.
-A mí no me importa si será algo fácil o no, lo que me interesa es salvar esas vidas. Y no sea retrógrada ¿quiere?, para algo que sirvan las radios, los afiches, las plazas y la televisión, es para informara a la gente-dije en tono de alegato.
-Pues a la Plaza-dijo parándose de su asiento.
-¡Hey!, no tan rápido, amigo, también debemos ir con el ejército, ellos tienen las verdaderas armas, no una guerrilla de primera. Lo primero es lo primero: usted se encargará de organizar al ejército y la orden pública, mi guerrilla y yo veremos la hueste principalmente indígena y de pobladores, mientras que la otra comandanta aparte que yo de la guerrilla se encargará de dar el aviso de afiches y radios con una fracción de personas más neutrales, ahora que estamos claros, le deseo la mejor suerte del mundo-dije extendiendo la mano en forma de saludo y despedida, lo más probable era que tras ese día no nos viésemos más por diversas razones.
-Pues Boudica, o ¿eres Francia?-inquirió en un tono más amigable.
-Soy Boudica-dije.
-Boudica, te deseo la mejor suerte que exista en la Tierra. Sé que la necesitarás-dijo apretándome la mano.
-No por ser una niña soy menos fuerte, ya lo verá, se lo aseguro-dije con la mirada beata, pero no menos firme por ello desde el marco de la puerta.
Tras salir, no olvidé dar las gracias y despedirme cariñosamente de la secretaria, pues gracias a ella había conseguido pasar. Después de ello salí de la oficina y me encontré con Manuel.
-Sabía que estarías aquí-dijo enfadado.
-Me conoces-repliqué.
-Sabía que vendrías sin permiso y sola, jugando a la adulta-dijo con un gran enojo.
-¡Hey!, tranquilo, menos charla y más acción-dije haciendo caso omiso a su rabia que le haría desternillar en injurias.
-Es que no logro comprender cómo puedes ser tan indiferente a lo que yo piense-dijo siguiendo su discurso que si yo no sabía cortar a tiempo se nos pasaría la batalla de largo.
-Amigo, la batalla se avecina, ¡se nos hace tarde!-dije gritándole cerca de la oreja risueña mientras le cogía de la mano y salíamos corriendo.
Llegamos y reunimos a la mayor parte de los pobladores que estaban allí por nuestro crudo y sarcástico panorama humorístico, para organizar la hueste.
-Me subí en un montón de cosas bastante altas, pero no es precisamente para provocarles la risa, sino algo que lo deberán saber sortear-dije intensificando la mirada-esta noche habrá una batalla en el lago Chungará, pero ustedes entrarán a perder, porque entrarán los realistas a este poblado a destruirle, no dejarán nada en pié. El que no se considere valiente o capaz de ir hasta ese destino que levante la mano y que huya lo antes posible de este lugar.
Un puñado de personas levantó las manos y se fueron corriendo por la mitad de la calle con mucha prisa con paquetes y niños colgándoles de las manos y el cuello, el resto se las vería.
-Karina, te toca salir al habla, tú organizarás la hueste de los que irán a las radios a dar aviso-dije.
-Ok-contestó, y ahora a la gente que permanecía en la plaza-a los que le guste la publicidad vengan conmigo, hay mucha gente que no conoce su destino.
Un puñado de gente siguió a Karina a la radio local, sepa moya como los organizó, pues tras esa batalla, nadie supo de mí, y menos yo de ellos.
Ahora se veía lo bueno, los dos fundadores mano a mano.
-Manuel, se que odias que te manden, pero tú te encargarás de ver quienes acompañarán al ejército oficial en la gran batalla y… ¡Karina, Karina!-grité fuerte, tanto así que la muchacha acudió alarmada.
-Dime, no seái así, me matái del miedo-dijo muerta de terror.
-Dile a tu hueste que los puntos que deben encarecer en los rayados de pared, aparte de huir si no son capaces, es que: algunos deben ir a la gran batalla, otros atrincherarse en diversos lugares, un poquito a rodear la comarca, sí, con esos estamos ¡ahora vuela como el viento querida amiga!-dije y le indique con un ademán que no había tiempo que perder, hasta que se fue del sitial en que estábamos.
-¿Y cómo termina la historia señorita mandona?-me preguntó Manuel.
-Termina en que tú te conseguirás gente para la gran batalla y rodear la comarca, y yo veré quienes se atrincherarán y quienes irán a robar armas-dije-buena suerte, sé que la necesitaremos.
-Buena suerte niña problemática-contestó sarcástico.
-Es mi especialidad-dije, nos reímos y estrechamos las manos para luego abrazarnos.
Desde ese punto lo vi partir hasta el mismo punto alto en el cual había comenzado todo, reclutó a su hueste y se fue por el mismo camino que Karina.
-Bien, ustedes son los de alma salvaje, ustedes vienen conmigo, vamos a ir, primero que nada a ver quienes se atrincherarán y quienes me acompañarán a robar el armamento a la marcha de autos que vienen en camino ¡y a llevarlos hasta la tumba!-grité eufórica, y fui seguida por la locura de los que quedaban en la plaza.
Recuerdo que le asigné a cada uno su arma y les dije que ellos eran los que deberían atrincherarse, luego les di la mejor enseñanza de guerra que pude, les entregué la pauta y la clave para que fuesen a batallar si se podía, lo cual veíamos en la realidad muy lejano, pues el ejercito de ellos, los realistas era bastante grande en número y se venían preparando hace meses para esta batalla, era algo segurísimo que cuando abandonasen la ciudad vendría una segunda oleada de españoles a destrozarlo todo y a destruirlos aún más a ellos, a sus casas, a lo único que tenían más que la vida, luego vimos la ruta de quienes se atrincherarían en las casas y los lugares de bien público, las claves de ayuda y esa sección se fue a preparar para tenerle una vil sorpresa a los españoles, pues combatirían lo que les pertenece y fieramente, analizamos el efecto sorpresa y que hacer en cada caso, y por supuesto como comenzarían sus batallas personales. Luego de que ellos se fueron al mando de sí mismos y se agruparon, decidimos a los que darían menos señas, a los más discretos para que diesen aviso de la batalla, a los llamados sapos, esos vendrían conmigo y con los que iríamos a provocar y por supuesto a robar armamento, teníamos dos planes: comenzaríamos con el pacífico, ese que no hacía pensar que más bien era un robo, era más que nada una provocación y una distracción, para luego y si tan sólo era necesario entrar en tierras violentas para obligarles a darnos lo que pensándolo bien ni siquiera nos pertenecía, tan sólo era una estrategia para perjudicar su rendimiento que por cierto fue bastante ingeniosa. Yo pertenecía a una de las pocas personas ricas en versatilidad del grupo, y por ende, siempre por seguridad portaba conmigo un cuchillo y un revólver, nunca sabía cuando me sería necesario utilizarlos. Aún con luz día fuimos, y a un rápido aviso de una persona encargada de espiar a luchar por las armas, estaban instalándose en un pedazo de la carretera a hacer un último análisis a lo que harían, y el muchacho, que por cierto nunca más volvimos a ver supo distraerles lo suficientemente bien como para que se quedaran en el lugar que nos había dicho por teléfono.
En la carretera, el sol nos quemaba prácticamente vivos, pero supimos sortear bien el calor por una debida recompensa. Llegamos al campamento, charlamos, los distrajimos y robamos un cuánto hay de cosas, pero los españoles por esos días no veían más que dinero y poder, y ya muy pasada la hora pudieron salir de su ceguera y percatarse que los habíamos distraído para poseer sus armas y planes.
La batalla se inició con una llamada por software de Magdalena, una muchacha del lugar, una joven más bien que estaba llena de rabia, pasión y valor. Y el batallón a cargo de Manuel supo defender bien la ciudad, pero en un minuto cayeron a causa de la calidad del armamento, pues no les conseguimos robar todo y pudieron penetrar en la ciudad, entonces tuvimos mejor suerte gracias a Karina y a mí, mientras que el batallón de Manuel se dirigía directamente al lago Chungará haciendo ofensas a diestra y siniestra a una oleada de españoles que se dirigían a la batalla real. Corrimos mejor suerte pues no quemaron nada en la ciudad y la gente tuvo una fiereza que les obligó a desalojar el sitial para dirigirse a lo que realmente sería bueno, la verdadera y gran batalla. Nadie se imagina la cara de los pobres peninsulares cuando vieron llegar a miles de personas a rebatirlos.
Era de noche, el frío calaba mis huesos, el viento era increíble, revoloteaba como jugando a decirme que todo saldría bien al compás de su paso a través de mi cabellera y de mi pañuelo. Unas miradas de complicidad entre todos en el bando, especialmente entre Manuel y yo que sabíamos que si no sabíamos combatir bien todo el peso de tres se lo tendría que llevar una sola: Karina en la ciudad con gente limitada. El lago Chungará brillaba a la luz de la luna llena de aquella noche, el viento era helado, se sentía a mi alrededor el sonido de la plática entre la brisa y el follaje de la precaria vegetación de la zona, a lo lejos una chinchilla se escabullía por la arena que circundaba el agua que a la oscuridad de esa noche estrellada se veía negro con un brillo tenue en su faz. La batalla se inició con un grito nuestro y el avance de los caballos del ejército, yo en esa oportunidad dejé descansar a Hae’koro en un lugar cercano en la ruta que conduce a tan maravilloso paraje.
La batalla transcurría sin mayores complicaciones para los patriotas, entre otras razones por nuestro extenso número, por la gran estrategia de tirar al agua del modo literal a nuestros contrincantes si nos exponían una dura resistencia que era sinónimo de muchos problemas, allí se ahogaban y los que conseguían sobrevivir a medio morir saltando huían rápidamente de la batalla para no volver nunca más causa del grandioso trauma que significa para alguien del ejército oficial que una muchachuela de doce años triunfe sobre ti; a eso se sumaba que el ejército de la localidad nos apoyaba, sin contar la FACH que combatía a punta de armas aéreas a los aviones de procedencia española. El pueblo raso, los poblados indígenas, la comunidad andina en general opuso una gran ofensiva, era grandioso, pues contábamos con muy pocas bajas.
Comenzaba a llegar el alba y la victoria era nuestra, hasta que unos cuantos españoles quisieron matar a un grupo nada de pequeño que era justamente guerrillero, les amenazaban para dar conmigo, con Karina y con Manuel. El guerrillero no había sido encontrado, pues huía propiciando duras ofensas a los provenientes de la nación monárquica a puntas de armas y la ayuda del ejército, Karina se encargaba de enviar repuestos y resguardar la ciudad desde su lugar: el suburbio, por ende no sabían nada de ella; pero yo descubrí en medio de la tempestad del fuego que había, irónicamente en el agua la luz del sol en el mirar de mi conciencia y fui a darle la libertad a las de mi grupo en el minuto en que el jefe de los opresores se disponía a dispararle a una muchacha… ¡es increíble descubrir que se puede contar con gente leal hasta la muerte!, aún con un fusil al cuello. De inmediato fui, me presenté como Boudica, como quien era, la mirada desafiante, pero un trato: que ellos dispusiesen de mí, a cambio de que las liberaran. De inmediato las dejaron ir a la batalla sin quitarles los ojos de encima, a mí me ataron dentro de una camioneta, me dijeron que ya dispondrían por lo pronto de mí, luego me abandonaron en la mitad de la nada, plagada de fuego, yo me quité como pude el pañuelo. Al rato un hombre con poncho que yo conocía fue a verme.
-¡Aquí estás!-gritó Manuel eufórico de preocupación y felicidad.
-Esto es un plan, voy de espía-susurré en su oído.
-Pronto vendrán a buscarte, los realistas huyen como gallinas ¡les ganamos, niña, les ganamos!-dijo.
-¡Qué alivio!, diles a todos que estaré bien, que lo estoy, pero que si no vuelvo se cumpla la voluntad que en esta carta hay, entrégasela a Carolina, ella será comandanta si muero. Dile que la amo, y a Franco… dile que lo siento- dije entre sollozos, él me abrazó, me colocó el pañuelo de nuevo.
-No deben saber que eres tú, como digas se hará, te quiero, eres lo mejor. Ahora deja de llorar: estarás bien-dijo cogiendo de mis manos la carta que yo le extendía bajo del manto.
-El destino me ha dicho que yo también te quiero-dije sonriendo con la mirada.
-Eres grande muchacha, de verdad lo eres-dijo y lo vi alejarse entre la niebla.
Minutos después vinieron a buscarme, un chico de quince años del comando contrario me miró diciéndome “fuerza, resiste, deseo pelear contigo” por el espejo de la camioneta, una Toyota de placa dudosa, color roja, él conduciría, y como dicen “soldado que se salva sirve para otra guerra” yo iría a cumplir lo que estaba escrito en el libro de mi destino. A esas alturas yo no sabía qué rayos me sucedería, mi cabeza era un amasijo de contradicciones. No me esperaba siquiera lo que me ocurriría, los sucesos venideros.
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