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Capítulo 17: “CINCO DÍAS DE VIAJE”.
El viaje fue inolvidable, caminamos por parajes nunca antes vistos. Eran lagos turquesa en medio de dunas de arena en el desierto más árido del mundo: el de Atacama.
Encontramos pueblos preciosos que pronto nos tocaría libertar. Eran los atacameños, los diaguitas, los changos y tantos otros indígenas que vivían en medio de llamas, chinchillas, alpacas y guanacos; en poblados inhóspitos; pero también, pasamos por lugares, más bien ciudades reconocidas a nivel país, o quizás internacional, cómo Iquique y Antofagasta. Pero sólo íbamos allí en busca de comida y refugio. Yo, en lo personal, jamás olvidaré este viaje, aprendí mucho y vi muchas bellezas.
El segundo día llegamos a Copiapó (IV región), y no pudimos evitar ver todas las hermosas casas coloniales que hay en el norte. Luego encontramos a una señora de elegantes ropas y nos separamos, pues debíamos ser pocos los que podíamos ser para ese plan, como ella era muy elegante y gritona pudimos descubrir de qué hablaba.
-¡Por favor, Teresa!, comportaros. ¡¿Cómo es posible qué andéis tan mal vestida?!- le chilló a su hija en un acento de revoltijo.
-Perdonadme, madre-dijo Teresa.
-Es que somos enviadas del Rey y os comportáis así-chilló.
No titubeamos ni un segundo. Manuel debía ser el padre; Carolina, la madre; Victoria, Enrique y yo deberíamos ser sus hijos.
La historia contaba que éramos una familia y que buscábamos donde trabajar, pues pertenecíamos a un grupo del cual todos habían sido esclavizados, y deseábamos elegir el hogar en el que serviríamos para ahorrarnos problemas y sufrimientos.
Tras la aceptación de la señora Ana Loreto y su hija Teresa, fuimos a una elegante casa colonial de dos pisos; allí estaban, Marco Zambrano (padre), Marco Zambrano (hijo) y un montón de servidumbre.
Entre tanta gente en esas condiciones, cinco más ni importaban. Carolina fue a sonsacar información al padre, Manuel a la madre, Enrique a la servidumbre, Victoria a la hija y yo al hijo. Resultado que el Sr. Marco Zambrano y su esposa Ana Loreto San Junín tenían relación con el ejército realista, por eso logramos saber la última movida del ejército: correrían la voz de que atacarían dentro de cuatro días en el extremo sur de noche, mientras que atacarían en la pequeña y altiplánica localidad de Putre. Arremeterían en las humildes moradas de adobe y paja. Cómo son tan pocos en ese poblado e indígenas, sería fácil ganar. Partirían quemando las casas y luego matarían a diestra y siniestra con cañones de visión nocturna y blanco, con bombas de grueso calibre; mientras que en los cielos se encontrarían arrojando hacia abajo bombas y municiones los aviones de la fuerza aérea de España. Cómo sus habitantes eran en su mayoría indígenas, el pueblo de Putre quedaría convertido en un pueblo fantasma. La servidumbre no quiso decir nada, o si no serían o fusilados, o echados de la casa; la hija, Teresa, nos contó que seguirían esclavizando y fusilando a los militantes de la causa patriota; Ana Loreto, que nos perseguirían hasta darnos muerte; el hijo, Marco, nos comentó que distraerían corriendo voladores de luces para atacar sorpresivamente y que lo harían con el mejor equipamiento, cosa de dejar esto como un pueblo fantasma con la finalidad de sacar ventaja; y, finalmente, don Marco Zambrano, el “Plan Putre”; que se utilizaría por lo demás, en el extremo norte única y exclusivamente por la clase de construcción de esa zona; ya que, en otros sectores de Chile no serviría de mucho la técnica; y que, verían que otras prácticas utilizarían para las otras regiones a medida que avanzaban en dirección al sur, sometiendo y destruyendo a un doquier de patriotas en poblados completos. El saldo era desfavorable al final de la jornada de investigación; tanto como para la guerrilla, y como para el país. Había que bloquear el paso de los realistas y tendiéndoles trampas para que perdieran municiones y así triunfar. Eso deberíamos hacer en cada campo de batalla y con cada idea proveniente de la aprensiva y sucia España. Y luego, si era posible, tomar el poder, en ello, en esto último, Manuel era el menos entusiasta del grupo. Él era partidario de liberar el país, de mantener a los españoles a raya (y echarlos del país, por supuesto, para crear un ambiente de libertad, y no de la opresión que inspira el hecho de estar bajo el mando de alguien), pero no de tomarse el poder para sí. Era el único líder de alguna agrupación o guerrilla (uno de los pocos, pero el más consolidado, pues yo pertenezco a esa categoría) al que no le seducía el poder, simplemente no le importaba, no era su norte. Pero lo tomaría bajo esta situación, porque de lo contrario todo el esfuerzo de alejar a las tropas de Andrés de Casanueva sería en vano, pues tomarían el mando de la nación y todo retrocedería al punto de inicio. Pero el poder tenía poca importancia para este patriota de grueso calibre, que solo deseaba la libertad de la patria.
De pronto vi los negros ojos de mi mejor amiga: Victoria, llorar. Y sus cabellos de negro color confundidos con sus negras y finas manos tapando su rostro desfigurado y enrojecido. No dudé en ir a verla, y al abrazarla, noté que yo ya tenía su misma estatura, pues cuando éramos pequeñas, Vicky era más alta que yo. Ella estaba apenada por todo lo que le sucedería al pueblito de Putre, porque mi amiga es muy sensible y partidaria de los derechos humanos y su alma solidaria y buena no le permite presenciar esa clase de abusos y de ningún otro tipo. Me acerqué y le dije:
-No llores, podemos ayudar, aún no hemos intercambiado suficiente información-dije.
-Está bien, confío en ti-dijo y se secó las lágrimas.
-Bien, todos aquí. Victoria, por favor tranquilízate, a todos nos duele tanto como a ti, Sofía tiene razón, aún muchas cosas pueden pasar. Carolina, cuéntanos como fue más menos tu conversación con Marco-dijo Manuel.
-Yo aproveché que los hombres tienden a sentir cosas bien especiales con las mujeres, para indagar. Él estaba sentado en la sillita que le corresponde en la sala de música, yo al ver que estaba allí fui y le llevé una copa de vino y me fui a tomar un vaso de agua. En el acto el me dijo:
-Siéntese aquí-dijo.
-Gracias, estoy muy cansada-fingí.
-Así parece-respondió.
-Se ve que los sirvientes trabajan mucho aquí-dije.
-Bastante, como debe ser-contestó.
-¡Qué casa más grande, es bellísima!-declaré.
-Me la gané a punta de mi propio esfuerzo-confió.
-¿Qué hace?, pues es un gran esfuerzo una casa así-fue mi intriga.
-Trabajo en el ejército realista como capitán de una gran tropa- dijo orgulloso.
-Baya, he sabido que atacarán el extremo sur-dije.
-En realidad, estudiamos la probabilidad de no hacerlo, de no atacar, niña, ¿puedo confiaros un secreto?-confió.
-Claro, por supuesto, usted sabe que estoy a sus servicios junto a mi familia-dije.
-Atacaremos en Putre, es un volador de luces solamente que iremos a luchar al sur. El ejército de los patriotas se irá al sur, y los de Putre no sabrán qué hacer de noche y sin nadie-confesó.
-Suena genial-dije.
-Y con el mejor equipo de guerra-me dijo.
-¡Qué bélico!, pocos salvarán con vida después de eso-dije.
-Y los que salven serán esclavizados-completó.
-Me voy a dormir, espero que usted y su familia pasen una buena noche-dije.
-Descanse, señorita-dijo baboso.
-Lo único que hice fue cruzar la pierna, hablar en un tono atractivo y saber conducir la conversación-dijo Carolina, terminando de comentarnos el diálogo.
-Eres toda una guerrillera, tiraste lengua e’ lo lindo, tu información nos será de gran ayuda. Entonces apresuraremos el viaje a Putre para robar las municiones realistas, junto con sus cañones; además, alentaremos a los vecinos a dejar sus moradas y prepararse junto a todos los poblados cercanos-dijo Rodríguez.
-Y que luego armemos bien, entre todos un buen plan, una estrategia de batalla-dije completando la idea.
-Sí, eso sería una buena opción, para que completaran la estrategia-dijo.
-Eso sí me parece. Qué tal si Enrique nos comenta que le dijeron los de la servidumbre, capacito que haya mejor información-dije.
-Siento decepcionarlos, pero no tengo nada de información. En la servidumbre me cacharon al tiro y no quisieron decir nada, estaban muy ocupados, la dura. Lo siento-se excusó.
-Al menos por esta vez tenemos con que batirnos, pero este pajarraco no se pulirá nunca, en serio Enrique, debes pulir tus tácticas-dijo Manuel.
-Bueno, ahora yo les contaré que la niñita esta, la Teresa, me comentó que en cada pueblo fusilarían a los dirigentes y a los militantes activos de la causa patriota y que al resto de la población la esclavizarán-dijo Victoria.
-Eso suena demasiado bélico, ¿no será un volador de luces?-dijo Enrique.
-No opino lo mismo, es mejor hacer un buen plan y cubrir todo-les advertí.
-Menos charla y más acción. ¿Qué te dijo el cabro este?-me inquirió Manuel.
- Me aproveché, sin ofender de la idiotez masculina de los trece, y me confesó que nos tendrían a punta de voladores de luces, municiones de las mejores y que atacarían Putre, Atacama, Viña, Santiago, Rancagua, Talca, Chillán, Temuco, Puerto Montt y Punta Arenas. Serán batallas de gran dimensión. Hay que prepararse. Pero esto será solamente la primera oleada, pues según este torpe en una segunda oleada se dedicarán a entrar a pueblitos más pequeños y dejar la caga’-dije.
-Yo les voy a contar que esta viejuja de la Ana Loreto nos quiere ir a dejar flores al Cementerio General. Según ella, nos perseguirán hasta darnos muerte, nuestras cabezas tienen precio, la gente nos busca debajo de las piedras, yo sé lo que significa. Esta es la vez sin número que me pasa. Cada cabeza vale $100.000.= Esto quiere decir que somos un verdadero dolor de cabeza para el gobierno-nos comentó Manuel.
Todos, tras compartir estos comentarios, nos quedamos sin el habla. En especial porque nuestra muerte fuese un banco de viejos aristócratas y opresores que nos creían delincuentes por ser idealistas. Éramos el negocio del año. Sin embargo todos estábamos preparados para esto, sabíamos que sucedería, era lo más inevitable de todo. No sabíamos si sonreír o llorar a mares. Tras diez minutos de silencio resolvimos dormir, por la mañana temprano debíamos levantarnos y buscar a la guerrilla.
Desperté sin una cobija y con los pies hechos un congelador. Me levanté adolorida del suelo y me acerqué a abrir la ventana. Eran aproximadamente las 7:30 del 15 de abril. Amanecía en Copiapó, el sol denotaba que sería un día soleado y caluroso. Me acerqué un poco más y pude respirar a todo pulmón el aire nortino, era puro y limpio. Cierta sensación de paz fue remplazada prontamente por el recuerdo: se me vino a la memoria el terremoteado sur de Chile, mi natal Talca y el accidentado, pero heroico primer día de clases en un lugar provisorio. Desperté a mi guerrilla (compartida, en verdad) y nos escapamos por la ventana. A no ser de las sábanas, hubiésemos caído y muerto. Por un instante nos detuvimos a mirar el cercano y desolado desierto. No había tiempo que perder, fuimos a buscarlas. Nos encontramos en la calle central, llevaban su buen tiempo esperando, estaban molestas a no dar más.
-Más valía que llegaran-ladró Arlette.
-Tranquilas, estamos aquí-dijo Manuel.
-Sofi, ¿somos un problema?-preguntó Karina.
-Karina, deja tus bromas y chistecitos matinales de lado por la guerra. Somos un gran negocio de cabezas, así que mejor hablamos en el desierto-dije.
-Sin más preámbulo, ¡vamos!-dijo Karina.
Sin más andar, llegamos a lo que era en su plenitud el desierto, pasábamos como se dice “piola”. Manuel, Karina y yo íbamos adelante. Prontamente tomamos víveres. Rumbo al norte ya, entre duna y duna de arena ni siquiera nos veíamos.
El camino fue tranquilo, pero no por ello descansado, teníamos prisa en llegar pronto a Putre si no queríamos llegar a “Las Cenizas”.
Nadie, excepto los que fuimos a la casa Zambrano-San Junín, comprendía sobremanera lo del “negocio de cabezas”, era alarmante. No tardaron mucho en comenzar a indagar sobre significado de mi metáfora.
-Sofía, nos puedes decir que significa: “negocio de cabezas”-inquirió Catalina Fuentes.
-Catalina, te lo diré en breve: nuestras cabezas valen $100.000.=, por ello pueden matarnos-dije.
-Pero… ¿y qué va a pasar con nuestras familias?... no quiero que eso pase-dijo angustiada Emily.
-Tranquila, nadie se atreverá a ponerte un dedo encima. Para eso estamos: defenderte-dijo Manuel.
Poco a poco el tema fue decantando, pero los nervios de todos eran horribles, excepto los de Manuel, Arlette y los míos.
Karina, por su parte, a pesar de ser un atado de nervios, recurrió a sus populares y graciosos chistes para calmar al grupo, lo cual fue de gran ayuda. En el trayecto, Karina nos sacó buenas carcajadas y así llegamos al punto de olvidar el tema.
Yo recurrí a mis recuerdos y a las palabras del director, cuando a causa del terremoto del 27 de febrero tuvimos que iniciar las clases en las instalaciones del Liceo Diego Portales. Era un lugar antiguo y sin gracia, de color celeste blanqueado a causa del paso del tiempo.
Pero lo que más añoré fue una imagen de mi mamá:
Era invierno y ella venía a buscarme a mi colegio. Eran las 19:00 hrs. Sus ojos cafés me sonreían y su cabello rubio con mechas marrón parecía flotar. Llevaba pantalones de cotelé, una chaqueta blanca y zapatos cafés. Su dulzura y carisma recordé. Luego me vi abrazada a ella, yo era muy pequeña. Después vi a la alumna en práctica de Educación Física: la joven señorita Daisy, regular estatura, trigueña como mi madre, felicitándome. Me recordé feliz, pues no soy buena en esa asignatura. Luego me acordé de las piletas de la Plaza Cienfuegos y mi escuela Pdte. José Manuel Balmaceda y Fernández. Era de dos pisos, aledaña a la Escuela Carlos Salinas. Los mástiles del techo adornaban la instalación de 68 años con sus banderas. Era de un color amarillo gastado y descascarado, pero hermoso, con muchas niñas saliendo de allí. Jamás lo olvidaré, fue hermoso.
Sentí mi nariz picándome y tras ello me lancé a llorar, los recuerdos de mi infancia me mataban. Y en ese entonces entre lágrimas me vi al lado de mi prócer, mi guerrilla en el desierto. Por un momento cometí el error de cuestionarme mi actuar. Tras esto pensé que no estaba sola. Que tenía a casi 50 personas con las que podía hablar, que todos ellos eran mi bando y le encontré sentido a esta locura: era libertar a mi país (y a mi mamá, dentro de él) ese era el motivo que me bastaba y sobraba para aguantar todas las penas del mundo en un desierto, bosque o glaciar. Mis lágrimas y silencioso llanto ya no eran de pena, sino por el contrario: de emoción. Por suerte nadie se percató, y luego me sumé a la ola de risas que Karina nos entregaba. Esto me subió el ánimo sobremanera, y cuando ella acabara de contar esas anécdotas y graciosas historias, le agradecería.
Todo el camino nos reímos demasiado. Al caer la noche, hasta Manuel no podía ocultar sus carcajadas que nos hacían tiritar.
A eso de la medianoche, estábamos listos para otra aventura: entrar a Antofagasta.
Esta ciudad es hermosa. Como casi ninguno la conocía decidimos entrar por la entrada y luego a la playa: como era de noche no habían muchos bañistas. Realmente la ciudad me maravilló, a toda la guerrilla le mostró su encanto: la entrada de roca que hay en la playa de cristalinas aguas y blancas arenas pegadas al desierto. Es muy evolucionada. Y yo en medio de la inspiración que me produjeron los roqueríos en los que nos hospedamos, y a la luz de la luna, saqué un cuaderno de mis pertenencias y escribí un poema, a continuación los versos:
“Antofagasta de mi Corazón”
En medio del desierto hay una ciudad,
Qué en una visita os hace pensad.
Blancas arenas como el marfil
Besan el precioso mar de cristales azul.

Arena de alabastros,
Os vais sin dejar rastros;
Preciosa playa,
Que nadie en el mundo comparación haya.



El mar choca su entrada
Que a simple vista es encontrada.
Precioso, precioso mar
De tu lado no me quiero marchar.

Roqueríos sin igual, secreto lugar,
Otro como tú no he de encontrar.
Llego, me voy sin regreso
Pero en volver, es en lo que más pienso.

Antofagasta hermosa,
Nadie podría negarte que seas preciosa.
Combinación de lugares,
Sin dudas especiales…


Al verme tan enfocada en algo, Karina intentó desviar mi atención.
-Qué poetisa que erís-dijo.
-No quiero olvidar Antofagasta-dije dando un suspiro y mirando concentrada la luna.
-Es que es muy viejo tu método. Si no lo recuerdas estamos en el siglo XXI, y hay cámaras en los celulares-dijo en tono sarcástico en lo que ella pensaba era recordarme la moda que siempre fue su amor.
-Es mi modo de hacer las cosas, si hay algo que a mí me fascina es la poesía- le respondí en tono respetuoso pero recordándole con la mirada que yo era libre de hacer lo que quisiera y que ella también lo era.
-Pero saca una foto y guarda ese cuaderno que está añejo-dijo en tono decidido, como si fuese una obligación obedecer, pero a su vez en timbre de broma.
-¡Más respeto con mi libro de bitácora!-exclamé resuelta, pero todavía con un son de broma, era un juego en realidad.
-¡Ay, cálmate!, no era en mala onda. ¡Qué pesa’!-dijo envidiosa, como si no le quedara ninguna carta que jugar.
-Tú cállate. Igual iba a sacar fotos con el celular, no era necesario-mencioné victoriosa.
-Que te pusiste pesa’ como comandanta-dijo irónica, pues bien sabía que ella había comenzado la pelea.
-¡¿Por qué no te metes en tu vida?! Si no la tienes cómprate una y así mandarás la de alguien. Pero yo soy libre de hacer lo que se me antoje-recordé.
-Me voy-dijo colérica, dando vuelta su larga cabellera castaña, y azotando a la brisa nocturna las gruesas y numerosas puntas de él.
Vi a Victoria acercarse y me abrazó como quién calma a una hermana herida de una pelea diciéndole en un gesto de amistad que todo se solucionará. Éramos corpóreamente lo opuesto: yo soy blanca, ambarinos mis ojos al igual que mi corta y densa cabellera, de estatura alta para mi edad, delgada, rasgos franceses, nariz larga y quebrada, caderas gruesas, pies finos y largos, al igual que los dedos de mis manos (y las mismas) y mi rostro tenía un aire fiero y decidido que me hacía ver como una muchacha romántica. Victoria, en cambio, tiene una cabellera larga y gruesa color negro, es de piel trigueña y ojos cafés, algo más alta y desarrollada que yo, delgada, rasgos finos, nariz larga y respingada, y algo que la hacía ver tan fina como sus manos. Pero en su mirada había algo insolente que la hacía lucir como una niña enojona y opuesta totalmente al acto de sociabilizar, pero en su carácter es una de las personas más agradables que haya conocido jamás.
-¿Qué haces aquí?- la inquirí buscando en sus ojos una respuesta que se alejara totalmente de lo ficticio, que era justamente en el mundo en el cuál todos los que formaban la guerrilla vivían.
-Venía a mirar las estrellas. Tú solías decir que se ven muy claras desde aquí, pero en ese minuto me fijé en que tenías una rencilla con Karina y me quedé en unos roqueríos para no interrumpirlas-dijo aludiendo a mi pasión por la astronomía que me hizo pensar en que de adulta yo sería una astrónoma.
-Todavía recuerdas lo que yo solía decir antes de la guerra… ni yo lo recordaba. Me parece tan lejano ese horizonte en el cual no había más mar que la cercanía entre todas las compañeras que estamos aquí, pero esta pelea me demuestra que esto se puede transformar en una guerra civil entre nosotros-dije melancólica e inspirada, con los ojos cubiertos de un manto de lágrimas.
-Todo se solucionará, créeme. Confía en mí, pues yo confío en ti-fue su escueta y filosófica respuesta.
La vi pararse de la arena. En ese instante el viento marino era una suave brisa que me envolvió los brazos y la cara, en conjunto con el cuello y el pecho. El frío de esa brisa, congeló mis fosas nasales, era una brisa tan pura, que por un instante cerré los ojos y me dejé sentir lo más profundo de mi alma… escuchar la voz de mi conciencia y mirar al trasluz de mis párpados dolidos y mojados los sentimientos más potentes de mi ser. Sentí un profundo dolor, y cuando estaba a punto de llorar a mares frente a la dura idea de que la guerrilla se separara y nos transformáramos en enemigos y contrapartes mutuas, vi algo más doloroso: Karina burlándose de mí, de mis ideales y de los que aún se encontraban en el bando que según mi pensamiento en algún minuto fue su hogar. En segundo me hice una promesa, esa era que ni ella ni nadie se burlaría de mí, ni mucho menos de mi bando. Cuando me encontraba en lo que yo creía era la mitad de visiones duras, las más duras de mi vida, una mano amiga removió mi hombro, y una voz cálida me habló cerca del oído de manera suave, pero su timbre de voz era atronador. Salí de mis pensamientos y abrí los ojos hacia el cielo. Mi mirada era terrible: tenía los ojos rojos, la cara desfigurada y mis pupilas llenas de lágrimas. Allí me miraban plácidamente Victoria y Manuel, el último me abrió los brazos y me abrazó fuerte. Sus brazos fuertes se encontraban abrigados con una chaqueta de cuero y sus manos, tan cálidas como su alma le dieron calor a mi espalda y brazos, pero ese símbolo de amistad era tan grande (como la sonrisa que esbozaba Vicky en ese segundo que fue tan importante para mí) que llegó hasta lo más profundo de mi corazón y subió el ánimo.
-No dejaríamos que te quedases aquí sola toda la noche, tienes que descansar- me dijo Manuel.
-En la cueva te tenemos una sorpresa que te va a encantar-mencionó Victoria en tono entendido en mi persona.
Un fuerte viento azotó la costa en ese segundo y yo, que me encontraba solamente con el corsé de manga corta me estremecí de frío. Como todo buen amigo, Manuel, venía provisto de lo necesario para mí, y en cosa de segundos me alcanzó una capucha de polar negra que tenía un broche en el cuello color rojo provisto de destellos dorados. Me la puse al instante, y sentí esa reconfortante sensación en la que a una se la pasa el frío, en la que el cuerpo se descongela, y sentí que mis labios que se encontraban blancos y fríos tomaban calor. Desde ese instante tuvimos que caminar un buen resto hasta la cueva, pero una de las sorpresas era que habían asaltado a un camión de carpas, el motín iba a cargo de Karina, el camión desde luego era perteneciente al ejército realista, y en una explanada costera, entre los diversos roqueríos se había instalado nuestro campamento. Cuando llegamos, la mayoría de las niñas dormían, el resto se encontraba asando pescado y malvaviscos a la luz de la luna en una gran fogata que estaba prendida, y despedía gran cantidad de humo y de fuego de sí misma. Al parecer las carpas no eran lo único que robaron en esa oportunidad, pues cada guerrillero tenía asignado para sí: una linterna, ropa de camuflaje, un saco de dormir y un asiento. Entre las muchachas que se encontraban asando su comida (con grandes risas incluidas) estaba Karina, ella se reía mucho, yo ignoraba a que aludían tantas risas, pero luego caí en la cuenta de que celebraba su éxito en el asalto. Era la primera vez que le correspondía liderar un motín. Cuando me vió llegar, abrió sus grandes ojos castaños y me miró feliz, para luego acercarse a mí. Yo, en ese momento no entendía nada de nada.
-Quiero que olvidemos la pelea de hoy, y la dejemos en el pasado. Las dos fuimos muy cabras chicas-me dijo esperando que yo la disculpara.
-Descuida, te disculpo, ojalá que tú lo hagas conmigo-dije lánguida.
-Ya lo hice. ¡Una sonrisita!, es que no soporto verte así de mal-rogó.
-Claro, claro. Pero necesito que me expliques qué demonios significa esto, porque es como estar en el Paraíso-dije con cara de exijo una explicación sonriente.
-Comandanta, aquí tiene su ajuar que le venía reservando. Felicíteme, acabo de llegar a lo que quería: ser como tú de valiente para poder liderar lo que nunca pensé lideraría, un motín-dijo mitad sonriente, mitad llorosa de emoción.
Yo me quedé helada, recuerdo, y la abracé. Acto seguido, en mis manos estaban el saco de dormir, el traje, la linterna, un tarro con malvaviscos al cuál venían atados unos palos de brochetas y finalmente, entre todas esas cosas una tarjeta hecha a mano, cortada maltrecha, de hoja de cuaderno y letra caligráfica. Me quedé pensativa mirando las cosas que Karina, mi enemiga momentánea, me había entregado. Cuando quise agradecer, ella ya se encontraba a distancia. Hasta ese instante ignoraba en mi totalidad la existencia de la tarjeta, hasta que vi un trozo de papel sobresaliente de la tosca bolsa del saco de dormir. Dejé las cosas en el suelo, y me senté en la arena, para ver de qué se trataba eso. Lo abrí despacio, como lo haría una persona en un ritual y lo leí, decía: “La pelea de hace un rato fue solo un plan para darte esta sorpresa, con las chiquillas supimos que pasaría este camión gracias a que se quedó a descansar. Tu carpa es la número 7, tu número de la suerte. Allí dejé tus pertenencias, y un instructivo para que la desarmes es la mañana. El pisito que se te asignó es el 7. Karina. P.D.: de todos modos deberías probar dejar de escribir”. Me dirigí a la carpa que se me había asignado, sorpresa mayor: mis compañeras de “habitación” serían Karina y mi hermana Carolina. Era una carpa de tamaño considerable, pero no muy grande, era de un tamaño preciso para que cupieran y sin complicaciones los tres sacos de dormir y las pertenencias de cada una de las ocupantes. Deposité las cosas que se me entregaban, justo donde estaban mis cosas (mi morral y mi bolso) y fui a asar mis malvaviscos. Éramos catorce las personas que estábamos allí comiendo. Luego de tragar prácticamente, fui a la carpa con Carolina que dormiría a mi derecha, y con Karina que dormía a mi izquierda, luego de que la última apagó la luz de la linterna me dormí plácidamente.
Desperté con la luz del sol dándome bruscamente en la cara, amanecía en la playa. Por esas horas ya habían llegado los pescadores a recibir el sustento que el mar les entregaba. Al parecer eran las siete de la mañana. No tengo una noción clara de que me despertó, pero creo que fueron los sucesivos diálogos que entablaban sobre nosotros los viejos lobos de mar, luego me di aún más vueltas en mi lecho, hasta que algo, una señal me obligaba imperiosamente a abrir los ojos. La luz solar interfería de manera terrible mi sueño. Tras un tiempo me decidí a mirar que sucedía. El cierre de la carpa se encontraba abierto, efectivamente en un tajo considerable, y Manuel se encontraba adentro haciendo ronda, nos miraba quizás intentando encontrar una seña de cómo habíamos pasado la noche, de si nos había sucedido algo en ese lapso de tiempo. Lo miré con quietud, intentando descifrar ese algo en su ser que no me cuadraba con su personalidad de ordinario. Tenía los ojos hinchados. Él estaba muy cerca de mí, como si velara mi sueño en especial de cualquier persona del campamento. Es cierto, en su persona había algo que me atraía, hasta el punto de que fuésemos amigos incondicionales, ese algo, era un algo imponente, era una suerte de melancolía en su mirada, su sensibilidad y calidad humana con los de su bando, su lealtad, su espíritu aventurero y seguidor de la libertad y la justicia, y algo que casi nadie tenía por aquellos días: su sentido de la humildad, sus ideas nuevas, su valentía, sus pocos anhelos hacia el poder y ese casi olvido que tenía hacia el dinero. Me miró, y esbozó una sonrisa.
-Sabía que tenías que despertar-dijo concluyendo.
-Era lógico-repliqué.
-Los pescadores quieren verte-fue su escueta contestación.
-Y ¿dónde están?-inquirí.
-Les dije que dormías y que no sería muy posible que te hablaran, así que se fueron a alta mar, pero unos pocos se quedaron no muy lejos de aquí-contestó.
-Y tú, ¿qué demonios hacías aquí?, no me consigue entrar-pregunté.
-Te velaba el sueño, en realidad a todo el campamento, no pegué un miserable ojo en toda la noche-respondió, en ese instante confirmé todas mis teorías acerca de su sentido protector y su lealtad, aparte de porqué tenía los ojos rojos e hinchados.
-Pues llévame con ellos, si son realistas y quieren mi cabeza, pues la mía tendrán, pero no la tuya, ni la de nadie más-dije apasionada y resuelta, adivinando que mi amigo sentía temor a que yo fuese dañada y sus duros presentimientos.
-Tienen toda la pinta de serlo, por favor, no vayas, saldrás herida, lo presiento. ¿Segura que no quieres que te acompañe?-inquirió a mis ojos en realidad, buscando un detalle de mi sentir
-Muy segura-dije mirándole a los ojos altanera.
Tras decir eso, yo ya había acabado de colocarme el corpiño verde, era sucio, pero muy leal a la hora de la batalla; y ya me colocaba el faldón beige. Manuel me observaba silencioso desde la entrada de la carpa. Cuando saqué de mi morral el pañuelo rosa que solía colocarme en cualquier minuto, sentí algo de congoja… esa pañoleta era de mi madre, si algo me sucedía, quizás ella sería la que más se dolería, de mi rebeldía, de mi pasión, de mi revolución, de mi incapacidad de quedarme quieta y callada ante una seguidilla de injusticias como ella lo pretendió un millar de veces, quizás para salvar mi vida, que en ese instante corría riesgo. La recordé, la añoré. Miré silenciosa mi tesoro, mi recuerdo, que ahora se encontraba al pie del cañón, junto conmigo. Luego el valor y mi deber de salvarla pronto de su esclavitud, me invadieron. Cogí con fuerza y decisión el pañuelo, me lo coloqué en la cara como de costumbre, y me paré resuelta: ya no podía dar marcha atrás. Mi amigo, el mejor de todos me miró sonriente desde la entrada, era su forma de arengarme, de darme ánimo y valor. Lo miré agradecida y alcé levemente mi puño. Caminamos por el sendero que él recordaba de camino a los botes. Allí, se me acercó el Presidente de la Asociación de Pescadores Artesanales. Cerca de él, presentí el riesgo, pero no me cohibí.
-¿Estás segura de que quieres estar sola con él?-me inquirió Manuel.
-Como nunca lo he estado-respondí en su oído, como él me habló.
-Los estaré mirando-replicó.
Esbocé una leve sonrisa en mis labios carnosos y resecos, y se fue. Debajo de mis vestidos, yo llevaba un arma blanca. Era una espada, de mango firme, de fierro y cuero. Llevarla conmigo me daba una cierta sensación de seguridad que nada me daba.
-Pero miren quién llegó, si no es nada más ni nada menos que la bandolera-dijo irónico.
Era un hombre gordo y alto, imponente, tostado por el sol. Aproximadamente contaba con treinta y cinco años, pero era barbón y poseía a su haber cuantiosas arrugas en los ojos, las llamadas “pata de gallo”.
-¿Qué quiere?-inquirí decidida y altanera, al ver que no me amilané, decidió dar su espolonazo.
-Con que eres muy valiente ¿eh?, pues ya lo veremos-rió sarcástico.
-Mejor sea directo… la paciencia se me acaba, y no quiere verme con la paciencia pendiéndome de un hilo-dije mirándole a la cara, a los ojos, sin temer ni un instante a su déspota figura.
-¡Deténganla!-aulló-esta es una emboscada madeimoselle Boudica, o debo llamarte Sofía Poblete… ¿eh?, tu destino es la cárcel, de donde no saldrás siquiera en un cajón llamado ataúd.
Mi respuesta fue una mirada fiera en la que él se quedó perdido, y luego, cuando él y sus hombres menos se lo esperaban, saqué de mi manto la espada, la desenvainé con tanta fuerza que ese hombre, el que jamás temblaría, se estremeció. Aprovechando ese efecto sorpresa arremetí hacia él con mi espada que le profanó el brazo, uno de los pescadores en ese minuto me apuntó en la cabeza con su revólver. Yo cogí mi espada con la mano izquierda, y lo apuñalé en el vientre. Cuando todos se volvieron hacia él, Manuel me fue a ver, y cuando se proponía a disparar con la escopeta que llevaba, lo detuve.
-¡No!, por favor, no lo hagas, esta es mi lucha, si alguien ha de morir soy yo, ve, escóndete y lidera a todos como el gran líder que eres-dije mirándole a los ojos y cogiéndole las manos en un símbolo de hermandad y de amistad, le empujé a la cueva en la que estaba.
-Me quedo de cerca, si mueres tú, yo me vuelvo por donde vine contigo-dijo con los ojos llenos de fiereza, y se fue.
Transcurrido ese lapso de tiempo, siete pescadores se abalanzaron contra mí, y sucedió algo increíble, fui capaz de apuñalar con sabiduría a algunos, y con los otros ejercí un popurrí de patadas y combos similares a las artes marciales, pero en un instante fui muchacha caída, pues vi la arena muy de cerca, en ese momento sentí que la muerte se me avecinaba brusca, decisiva, oscura y silenciosa, pero un muchachuelo de trece años y acento dudoso, me recogió.
-¡Déjala, padre, déjala!-aulló jadeante.
Su padre, el presidente de la asociación, se volcó hacia él, pero el joven, rápido como el viento, corrió hacia mí, y cogió mi mano, para luego perderse en mis ojos ambarinos.
-¿Estás bien?-inquirió.
-Sí, lo estoy, gracias-respondí.
Y desde ahí, como en un pacto, los dos nos aliamos y arremetimos. Él no tenía un arma, y su padre cargado de furia casi lo asesinó. En ese minuto frenético para el muchacho Manuel salió de la cueva decidido a no obedecer lo que él pensaba sería una orden segura de mi parte, que se quedase allí, y disparó a diestra y siniestra con su escopeta. Al final del combate, los tres patriotas estábamos con la vida íntegra, no se podía decir lo mismo de los pescadores.
Caminamos al campamento a despertar a los muchachos, para levantar las carpas y seguir nuestro camino, ya iniciaba el cuarto día.
-¿Quién eres?-fue mi primera pregunta al joven.
-Me llamo Franco Opazo, tengo trece años y soy hijo de ese que te intentó matar-dijo con tono sentido.
-Gracias Franco, pero no entiendo por qué demonios viniste a ayudarme si sabías que tendrías a tu padre en contra-repliqué.
-Porque soy patriota, y esta no es la primera vez que me sucede, y por otras razones más poderosas-dijo.
-No entiendo-dije indagando.
-Que te amo Boudica, sé que ese no es tu nombre real, pero es lo único que sé de ti-dijo.
Me dejó sin el aliento tras esa dura declaración, me dolí, además, pues yo no era capaz de satisfacer sus sentimientos. Solo podía verle con el agradecimiento que se le tiene a un amigo que fue capaz de arriesgarlo todo por mí. Fue lo peor, él sabía que yo no sentía nada por él, pero aún así decidió ir con la verdad por delante y ver que sucedía. Su coraje era impactante. A lo lejos ese pobre muchacho murmuraba entre dientes sus sentimientos hacia mí, y a esa misma distancia estaba yo llorando, era notorio que mi dolor no iba tan solo por el hecho de haber conocido a mi letal enemiga, la muerte de cerca, sino que por lo que podía provocarle en su sentir a tan corajudo joven. Yo sabía muy bien que por él no sentía ni siquiera un miserable atisbo de amor, por él no sentía nada más que amistad. Era un joven de ojos verdes y tez trigueña, la delgadez de su cuerpo y su rostro, junto con su frente altiva formaban un cuadro perfecto, que desde luego su voz tenue y tímida, su cara pecosa gracias a su cabellera colorina y su nariz aguileña, sin olvidar su imponente estatura acabarían de pintar.
-¿Vienes?-me inquirió de súbito Karina.
-¿A qué? ¿Qué demonios pasa? ¿Qué harán?-contesté en el mismo tono asustada.
-Con la Carito queremos terminar de desarmar la carpa, para después comer algo-me dijo extrañada mi interlocutora.
-Karina, ¿te puedo pedir un favor re-grande?-pregunté entre lágrimas con la cara atestada de mi imprevisto llanto.
-Dime no más-contestó sin ponerme la más remota atención.
-Terminen solas de desarmar la carpa, tengo unos líos que solucionar. Sé que puede parecerte una frescura mía, pero te prometo no lo es, y al anochecer, si así lo pretenden la armo sola, sin ayuda de nadie, pero háganme ese favor-chillé despavorida y urgida.
-Ya bueno oh, pero las promesas se cumplen-dijo en son de advertencia, ahora muy interesado mi amiga.
-¡Gracias!-exclamé casi saltándole casi encima.
Cuando Karina se marchó, yo me quedé mirando el mar y las embarcaciones que lo surcaban, me quedé simplemente abstraída, pero como una voz, mi conciencia me removió, y recordé que tenía un grave asunto que solucionar, entonces me armé del mismo duro e indolente valor que no acepta temores, ese mismo que empleaba para las batallas para no dejar un corazón herido a fuego. Me sequé las lágrimas que ya comenzaban a secarse en mi rostro, me alisé a lo rápido la ropa, di un suspiro, y caminé con rumbo fijo hacia ese muchachuelo. Manuel contaba a todo el grupo cerca de nuestra fogata la hazaña que el joven nos había ayudado a hacer, por lo que la montonera decidió que él debía ser parte, entre otros motivos por su valentía y por ser huérfano, tras que en la batalla su padre muriera y su madre tuvo siempre un paradero incógnito. Al paralelo, el protagonista de la historia, se me presentaba tímido y cohibido, apoyado en una roca comiendo algo que llevaba en su bolsillo.
-¿Tienes un segundo?-pregunté temerosa.
-Para ti, siempre-contestó en son de cumplido.
-Pues gracias, es importante-dije apasionada.
-Tú dirás… siéntate aquí-dijo atento.
-No sé cómo ser sutil contigo, para decirte lo que necesito-dije.
-Tranquila, nada de sutilezas, conmigo no es necesario, mi vida ha sido dura-comentó.
-No siento nada por ti-dije apresurada y temerosa con los ojos cerrados.
-Sabía que se trataba de eso: era imposible que te enamoraras de mí tan de prisa-dijo en paz.
-Espero que comprendas que no está en mis planes sentir nada muy grande, más grande que una amistad por ti, por jamás-dije.
-Lo sé-dijo dolido, yo, sin la más remota anestesia le había derivado de golpe su última esperanza.
-Pero cuenta con que acabas de encontrar ahora una gran amiga, tenlo por seguro-dije sonriendo beatamente para dejarle en claro que le estimaba.
-No hace falta-dijo triste.
-Para mí si la hace, no tengo nada contra ti, y estoy agradecida por lo que hiciste por mí-contesté.
-Pues que sea de verdad, Boudica-dijo sarcástico, como si me conociese de toda la vida y yo le hubiese mentido.
-No tienes por qué ser así conmigo-dije con un tono decidido que le obligó imperiosamente a volver a mi lado y no huir.
-Y dime, ¿cómo quieres que te trate de una manera sincera, si de ti poco y nada se sabe, si tu existencia está rodeada de mitos y mentiras y si por tu causa mi padre murió?-dijo llorando.
-Pareces olvidar que tu padre casi te asesina-le recordé de golpe.
-Por tu causa, lo arriesgué todo por admiración a un ser del que nada sé y que ahora no me corresponde-dijo.
-Mi vida está rodeada de mitos y mentiras porque debe ser así para que mi labor y la de la guerrilla sea buena y podamos cubrirla sin mayores complicaciones, por eso poco y nada se sabe de mí, del grupo y quienes lo integran, porque corremos riesgo de muerte más allá de la batalla, tu padre murió por poner en riesgo la causa, ve tú si querías ir a combatir si sabías que tu padre podía matarte-dije en tono decidido y victorioso, que compatibilizaba con mi mirada ardiente.
-Todo lo hice por amor, al cual ni siquiera soy correspondido-dijo a gritos.
-Ya te dije que he de ser consecuente primero con lo que siento, no puedo engañarte-dije intentando hacerle caer en la cuenta de que yo no sentía nada.
-¡Si tu vida es un engaño, para que más!-dijo intentando herirme él a mí.
-¡Cállate, cállate tú!-dije con una mirada de cuchillo que le atravesó hasta el alma.
-Pero si es verdad, si ya intentas ocultar la verdad de que eres una mentirosa insensible que solo piensa en dinero, eres una ilusa, creíste que cualquier patriota te creería tu desgarradora historia, pero yo no-dijo a aullidos.
Me puse a llorar al instante, era demasiado doloroso, ¡y yo que me estaba pensando como decirle las cosas sin hacerle daño! Me cubrí la cara llorando a gritos y caí sobre mis propias rodillas a la arena. Algo le hizo reflexionar, y me abrazó arrepentido.
-¡Perdóname, perdóname, sé que te hice daño, Boudica, por favor perdóname, te entiendo, siento hacerte sufrir!-gritó despavorido mientras me cogía de la cintura para que yo no volviera a caer.
-Si quieres saber algo más de mí, tan solo pregúntamelo, me costará mucho perdonarte-dije, y le di dolida la espalda, para encaminarme hacia la carpa y no escuchar nada más.
Al llegar me percaté de la ausencia total de la carpa, pero de que sí estaban allí, en su lugar mis pertenencias, las cogí y me encontré una nota, era de Karina, decía: “Descuida, todo en orden, en tu morral te dejamos galletas, nos juntamos en la fogata, Karina”.
De inmediato me comí las galletas, y corrí a la fogata, allí me encontré con todo el grupo... nuestro nuevo destino: Iquique.
Me coloqué mi saco de dormir al hombro, me crucé mi morral, me colgué la bolsa de mi piso y me cogí mi linterna en la mano por si la necesitaba. Me ubiqué junto con mis compañeras de carpa para subirla a un caballo que se encargaría de llevar lo más pesado de nuestras cosas, mi fiel Hae’koro no me llevó sobre sí para cargar la carpa que igualaba mi peso.
De inmediato me puse a la marcha con todo el grupo, pero mi mente iba más lejos que todos, era cómo si mi alma y yo fuésemos dos seres aparte, mi cuerpo estaba con todos, al lado de Manuel y Karina como de costumbre, pero mi memoria remontada en otro acontecimiento. Recordaba el tenso camino que había recorrido hasta ese minuto, y los medios de transporte gracias los cuáles habíamos llegado hasta cada punto. Me situé en medio de una ciudad que me parecía inhóspita, era Valparaíso, y de pronto llegaba un bus de trabajadores, específicamente pescadores que se dirigía a Copiapó, a sus casas. Nos reconocieron al instante, y acto seguido estábamos adentro, a toda marcha a nuestro destino, era un bus de capacidad para noventa personas, de las cuales solamente estaban presentes veintidós, eran de clase modesta, y por eso iban prácticamente de contrabando, por los caminos menos conocidos, que para nuestra suerte eran los más cortos, atrás llevaban una suerte de carrito de colores de camuflaje en el cuál colocamos a los caballos. A la noche del día siguiente nos despedíamos felices de esa amable gente patriota y buena. Y recordé los largos y duros viajes de a pie. Cuando me disponía a recordar la batalla de esa mañana, vi que alguien me miraba con paciencia de santo, se trataba de Franco. De inmediato me alejé del grupo y le señalé que se acercase.
-¿Qué parte de no quiero hablar contigo no entendiste?-dije a la berma del camino.
-Quizás “no quiero hablar contigo”-dijo riendo divertido.
-Está bien, ¿qué quieres?-dije sin ponerle la más remota atención.
-Me preguntaba si me permitías cargar tus cosas-y al ver que yo me alejaba, continuó pero ahora cogiéndome del brazo izquierdo-Boudica, me siento muy mal por la pelea de hoy en la mañana y quiero ver cómo complacerte y que me perdones.
-Está bien, llévame la carpa en tu espalda, ya me voy cansando de caminar y quiero montar a caballo-dije imperiosa.
-Es un hecho… haber, déjame acomodar mis cosas… ¡ya está!, dame la carpa, no ¡no la cargues tú sola, es muy pesada para ti!, permíteme ayudarte. Listo ya está, ¿te ayudo a subir?-dijo con distancias de tiempo nada de cortas.
-No es necesario, puedo yo sola. ¿Te llevo alguna cosa?, no quiero que te rompas la espalda-dije con la mano extendida y ya arriba del caballo que Franco sostenía con fuerza.
-Si no es mucha molestia, mi morral-dijo pasándomelo.
-Pues claro-dije sonriéndole y cogiendo lo que me alcanzaba-deja por favor de sujetar el caballo, puedo llevarlo sola.
-Por supuesto-dijo con prisa.
-Gracias-respondí fríamente.
-Y ¿cómo te llamas?-dijo con timidez, lo que le hacía hablar muy bajo y pausado.
-¡Ah! Tu quieres saber qué es lo que hay detrás de Boudica ¿verdad?-dije sarcástica.
-Así es-respondió con el aspecto de un niño pequeño que ha hecho una maldad y sabe que en su familia le castigarán.
-Bien, me llamo Sofía, pero tú me puedes decir Sofi o Shopo ¿ya?-dije.
-Qué lindo nombre, Sofi-dijo confiando.
-¡Ea!, sin propasarse tampoco, amigo. No te asustes, es una broma, acostumbro hacer bromas de esa calaña… Cuando vivía en Talca con mi madre, solo con ella, más tarde sabrás porqué, ambas hacíamos ese tipo de cosas, cuando yo iba a la escuela con las chicas que aquí ves, cuando no conocía más allá la guerra y jugaba a que era partícipe de una con mi idealismo y mi decisión-dije con los ojos llenos de lágrimas producto de la nostalgia.
-No hay necesidad de que cuentes cosas que te duelen, tu padre debe ser como mi madre que me abandonó penas nací, llevándose a mi hermano, a él lo he vuelto a ver, según él mamá se fue porque papá la agredía-dijo Franco.
-El problema es que mi padre se fue sin razón-dije con nostalgia, pero más rabia que cualquier cosa.
-Cuando cumplas 17 solía decir Marcelo, comprenderás todo, me moriré y no entenderé nada, ¿qué edad tienes?-dijo para cambiar de tema.
-Once años, de los más sufridos que hay-dije.
Hablando de sufrimiento, tropecé con la hebilla de la silla en la cuál iba montada y caí enredada, más que rápido Franco dejó las cosas en el suelo para ir a verme y desenredarme, cuando me ayudó a bajar, susurró muy cerca de mí “Cuidado”, y luego cuando se aprestaba a darme mi primer beso, María Javiera interrumpió.
-Franco y Sofía se aman, Franco y Sofía se aman. Sofía, de ti no me lo esperaba-cantó riendo a carcajadas.
De inmediato Franco y yo nos largamos a reír ante la ocurrencia.
-Bueno, no es tan así, ella es mi amor platónico, que por lo demás no siente nada por mí, que me dejé llevar ante una idea absurda-dijo colorado el joven.
Seguimos el camino charlando de libros, teleseries, cualquier cosa que nos trajera un buen recuerdo de los mejores tiempos, a Franco le gustaban prácticamente las mismas cosas que a mí, así que no fue difícil entablar un tema de conversación, hasta que llegamos a destino, pero esa noche debimos dormir en la calle.
Llegamos y nos instalamos en una plaza, en la de una población de clase muy baja y prendimos fuego al medio de todas las carpas y con unos indigentes que allí dormían compartimos nuestro alimento. La noche estaba muy helada, así que les dimos unas carpas que nos quedaban, a la mañana veríamos mejor como ayudarlos, pues ya era de madrugada.
Dormí plácidamente en mi clásica ubicación, era perfecta.
A la mañana tras vestirme y arreglar mis cosas, fui a ver si es que había algo de desayunar. Allí me encontré con Franco, que además de tenerme un desayuno listo me contó un popurrí de noticias, entre ellas los indigentes se habían ido, era lógico, esa gente era de alma libre, de hecho eran jóvenes que estaban allí por no haber encontrado trabajo antes de haber caído en desgracia monetaria en lo que debía ser un viaje maravilloso, pero que los mismos nos habían encontrado un camión con destino Lima que nos podía ir a dejar a Putre y que según los cálculos llegaríamos para la tarde.
Cuando terminó su periodismo inusitado fui con Carolina y Karina a desarmar la carpa. Tras el tiempo que tardaron en desayunar fuimos en ese camión, pero el viaje transcurrió sin nada interesante, lo cual nos produjo un gran aburrimiento a todos. Para las cuatro de la tarde ya habíamos llegado a Putre.

Texto agregado el 10-01-2012, y leído por 139 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-02-2015 Bello oasis, remanso de paz, detiene el tiempo, esposada a su libertad. stracciatella
 
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