Capítulo 15: “ESCLAVOS COLONIALES”.
Comenzaba en medio de revueltas populares la segunda semana de abril. Par cualquier montonera era necesario en esos días conocer las noticias de una fuente confiable e indirecta, para así saber que no nos estarían engañando. Todos, como de costumbre leímos los titulares de los diarios y revistas y nos pillamos con una gran sorpresa, más bien eran tres… según un periódico llamado “El Buen Patriota”, comenzarían desde el norte del país a someter a la gente. Esa información venía de vías clandestinas e infiltradas en medio de lo que hacía nuestro yugo español. Esas mierdas de los peninsulares querían que la mayoría que éramos los rebeldes nos sometiésemos a su yugo, y para demostrara su “poder” sobre el pueblo chileno, atacarían en uno de los pueblos más pequeños y frágiles del país: Putre. El toque de queda había llegado a un lastimero fin gracias a los escolares del país y a nuestra improvisada batalla. Y la que de verdad nos concernía era la siguiente: en Talca y Valparaíso se habían escogido a personas de nacionalidad chilena para que trabajaran en las casas, haciendas, bosques y packing. Y eso quería decir solamente una cosa: los peninsulares, esos malnacidos que se ocultan en su acento revoltijo, no conocían la frase salir del país. Sino no los habrían esclavizado. Entre esas personas iba una muy especial para mí. Era quién técnicamente me había apresado el segundo día de formada ya la guerrilla. En las seis horas en las cuales se transformó en mi carcelera no tenía palabras existentes en este mundo para describir la rabia que sentía en su contra. Pero la amo, es honestamente lo que siento por ella. Es esa persona por la cual Carolina, mi hermana, me importunó solicitándome con urgencia e insistencia a que la llamara… se trataba de mi mamá. Un día la escogieron al azar, un día la fue a buscar un escuadrón a la casa, venían armados y en masa, motivo por el cual no le quedó otra opción que entregarse de esclava. “Pobre mujer”, fue lo primero que se me vino a la cabeza cuando la vi en una lista que reunía a todos los talquinos y porteños que eran unos esclavos coloniales. Más volví a repetir ese pensar y mi dolor cuando vi por lo de abajo todo lo dura que sería su vida a partir de aquel segundo en el que subió al auto de sus captores: debían servir bien y con ánimo en sus labores a los patrones, trabajar 16 horas seguidas, sin salario, alimentación racionada y vestir harapos de época. Entre las sanciones recurrentes se encontraban los fusilamientos.
Así y todo iría a luchar a Putre con mi escuadrón, a apoyar a esos indígenas. Sus pueblos habían sido sometidos una vez y hace siglos, no lo aceptarían por segunda vez. De seguro que ellos querrían pelear su libertad junto a nosotros, y como existen bastantes pueblos originarios en esa zona, perderíamos en la soledad de la arena desértica a los peninsulares, y los pocos que resistiesen a tan desolador panorama, serían diezmados y reducidos a un puñado. Y como si fuera poco robaríamos su armamento y conseguiríamos con nuestros aliados: el ejército patriota, un poco más de la implementación de guerra necesaria para luchar contra un ejército de verdad. Así, los podríamos derrotar, y cada vez que fuesen a reconquistar un sector serían menos, y por ende nos sería aún más fácil triunfar. Esto haría aún más simple la tarea de eliminarles definitivamente del país. Este era el saldo final de una breve votación en base al plan que tomaríamos. La estrategia era tan lógica, que se podía decir que era una idea de nadie.
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