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Capítulo 14: “TOQUE DE QUEDA”.
Victoria, fue muy fuerte y en cosa de un as se puso a tono con el carácter de una montonera que en su minuto fue el mayor problema de una nación opresora y vil. Fue capaz de olvidar que su familia se encontraba en un grave peligro, y que estaba sola en Chile continental (su familia se marchó a Hanga Roa) para darnos de prisa un aviso que cambiaría la percepción de la juventud para siempre, y por supuesto de la NUEVA HÚSARES: inspiración y musa de tal estúpida regla; bueno en realidad eran tres estas noticias...
La noticia de fondo narraba la pésima idea del gobierno de hacer un toque de queda de término indefinido para menores de edad entre 11 y 13 años que se encuentren en grupos o solos sin la presencia de sus padres a partir de las 9 p.m. Los que atentasen contra esta norma serían arrestados por ordenanza del gobierno realista, y según su situación, o la acción en la que los hallasen, pasarían a ser: ejecutados de manera inmediata, conducidos a España para juzgarlos (y ver que calaña de pena les darían), encarcelarlos o bien, ser entregados a sus familias. Nada podía ser perfecto, y los desertores en la montonera no tardaron en salir a la luz. 23 niñas y 4 niños por deseos voluntarios y personales (miedo o terror a las penas que ya les nombré) decidieron abandonar a la guerrilla. Por aquellos tiempos acontecía lo que yo llamo la revolución de la democracia, en la cual a cada ciudadano se le tomaba en cuenta el parecer que tenían respecto a una situación; en realidad, esto se presentaba única y exclusivamente en la guerrilla, lugar en el que se recogieron todos los principios y sueños liberales que por aquellos obscuros días poblaban el alma de los chilenos, esos ideales todos sabíamos que existían, pero pocos los practicaban. El punto es que respetamos aquella extraña decisión y les dejamos ir libremente. Era más paradójico que lo que muchos pueden imaginar: eran nada más ni nada menos que los que el día anterior llamábamos revolucionarios con todas sus letras, aquellos niños que habíamos recogido desde el sucio y frío cemento de la cárcel. El resto se hallaba resuelto a la contienda. Se quedaron tres muchachos que sacamos de una de las tomas, ellos y los que éramos antiguos en el cuento nos quedábamos a luchar. Los nombres de esos valientes son los siguientes:
• Érica Fernández, de 11 años, era una joven curicana de la población “Aguas Negras”. Su cabellera color negro azabache y su mirada ambarina con un carácter decidido, la identificarían en cualquier lugar, a ella le dimos un revólver que supo manejar con gran maestría.
• Polette Braun, de 11 años. Esta muchachita de rasgos ícenos, mirada melancólica, cabellera pelirroja, voz cantarina, estatura imponente y delgadez esbelta, nos demostró en su acento francés que si existen las reencarnaciones, ella era la de Boudica Icceni en el aspecto físico, y tampoco es para decir que en eso nada más… en sus entre lenguas nos enseñó una vida que se basó en el dolor, de ser huérfana, de vivir en París, su ciudad natal con una vida dura, llena de hechos innombrables y dolorosos, en los que un hombre se propasó con ella en el orfanato en el que estuvo viviendo hasta los 10 años de edad, para luego ser adoptada y venir a Chile a sufrir aún más en la cárcel, haciendo frente con un valor grandioso y admirable a las cuantiosas torturas a las que debió sobreponerse. A ella se le otorgó una espada.
• Enrique González, de 12 años, que es oriundo de Villarrica. A él se le dio un caballo, que por lo pavo que era, fue lo único con lo que no se lastimaría, por algo decíamos que Icceni no era chúcara.
Ya eran las 9:30 p.m., y como de costumbre romperíamos esta regla, esta injusticia. Cómo nos encontrábamos en Valparaíso, nos sería enormemente fácil deportarlos, en el puerto más comercial de la nación, nadie, absolutamente nadie se tomaría la molestia de revisar nuestro envío que iría directamente a Tombuctú.
A rostro tapado y las armas listas para la acción, sin más caminar, encontramos a una escuadrón con metralletas que andaba muy campante en una camioneta SUBARÚ blindada, del año 2009. Nos escondimos en unos árboles de follaje denso y ramas gruesas, al igual que el tronco, y cualquier resquicio imaginable en aquella avenida, para luego hacer nuestro saludo acostumbrado: disparar.
Aprovechando este efecto sorpresa, salimos de nuestros escondites mientras gastaban sus energías en una ataque de histeria buscándonos con lo que se suponía debía ser una mirada intimidante… al más puro estilo neo húsar se daba inicio a una reñida batalla.
Resultado, los rodeamos de una manera rápida y hábil. El más osado, valiente y valorable de ellos tuvo el valor de apuntarnos con su metralleta y apretar el gatillo, y los otros creyéndose victoriosos saltaron a toda máquina de la camioneta con la orden del superior de ellos, don Francisco y Rosales de la Segura, un hombre delgado, anciano, estatura regular, de aspecto cansado, lastimeros ojos pardos, cabellera negra con gruesas canas y un pedazo en la nuca se encontraba calvo, su tono de tez era tostado y su piel era la testigo mayor del sentimiento bélico de este varón. Él había dado ordenanza de que salieran de los vehículos para darnos prisión, rodeándonos y subiéndonos a las camionetas. Como ya les mencioné anteriormente, este hombre no se encontraba en condiciones de mostrar su capacidad de batalla, así que los pobres diablos debieron defenderse solos de una montonera que tenía el mismo peligro que representaron hace unos años nada más los araucanos para los mismos españoles. Solamente debimos apuntar con las cuchillas y amenazar con que mataríamos a uno con el revólver de Érica, para que nos entregaran la única metralleta con la que contaban. El capitán de la tropa, viendo que su batallón caía en desgracia y no podía llegar sin los revoltosos que para ellos significábamos, llamó a través de su teléfono satelital SAMSUNG, a la central donde aguardaban nuevos reclutas y a todas las unidades que pudo que circulaban por las calles porteñas. Al cabo de un gran tiempo llegaron siete camionetas más, entonces fue cuando decidimos despistar y salir despavoridos como si fuésemos a escapar muertos de terror porque venían las unidades a encarcelarnos. La alerta del “corran” la dimos junto a Manuel que se hallaba a mi lado a través de mi celular con un software que tenía para que se enviara la alerta a todos los celulares de las contendoras y contendores de la montonera. Esto nos dio el tiempo preciso, justo y exacto para que pudiéramos organizar las armas y el nuevo ataque. En el momento en el que las nuevas fuerzas se disponían para irse, armamos un motín del que salieron muchísimos españoles heridos, aún así con la pila de armas con las que contaban… es que fue muy fácil desarmarlos, disparar y atacar, para posteriormente llevarnos ese cuantioso cargamento que por lo pronto se convertiría en nuestro sustento.

Texto agregado el 10-01-2012, y leído por 136 visitantes. (0 votos)


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