Segundos antes que el avión se estrellara en el mar, tripulantes y pasajeros encomendaron su alma a Dios. El estampido fue feroz y luego, sólo las olas y el viento dejaron escuchar su sinfonía salvaje.

La noticia se esparció con la velocidad de un relámpago. Veinticuatro personas habían desaparecido tras el vuelo que se dirigía a una lejana isla para realizar una labor solidaria. Con el transcurso de las horas, la desesperación y el dolor más espantoso se apoderaron de familiares, amigos y público en general, ya que entre las presuntas víctimas se destacaba un importante animador de televisión.

La afanosa búsqueda del aparato, fue tema de día y la prensa y los canales de TV prácticamente congelaron sus habituales espacios para dar a conocer los pormenores del trabajoso rescate.

Hubo duelo nacional y la gente se arracimó en las puertas de la estación televisiva a la cual pertenecía el desaparecido animador. Hubo llanto, velas y fotografías del malogrado personaje, pero también se guardaba una titilante esperanza en el corazón de cada uno.

Poco a poco, la realidad fue desbaratando las ilusiones de esa gente modesta, que lloraba a los desafortunados seres como si estos hubiesen sido familiares suyos. El drama se consolidó cuando aparecieron restos humanos entre los despojos del avión. Uno a uno, se fueron dando a conocer los nombres de los infortunados viajeros. Entre ellos, el del carismático animador.

Su funeral, fue la ceremonia simbólica que también homenajeaba al resto de las víctimas, si bien, algunas no aparecieron, ahondando el dolor de sus familiares...


(Prosigue)