Aquellos huevos con queso amarillo sobre la mesa, humean. Me hacen burla. No tengo hambre, debería estar sentado con todos en la mesa y compartir una agradable tarde calurosa de té y pan con huevos y queso amarillo. Y no.
Era un 29 de febrero, en una hora en particular, común como varios otros que ya han pasado. Arturo el vecino inexistente apareció borracho, mostrando su llavero con un chauchero negro que se desase con el pasar del tiempo, me saluda estirando su mano sudada y sucia. Fue grotesco, lo sé, aún así le di mi mano recién lavada con jabón glicerina. El cráneo era una bomba a cronometro digital, tenía primera, segunda y posiblemente una tercera guerra dentro de ella y una bala tal vez destrozaría mis parietales. Odio tanto los dolores de cabeza, más que el cochayuyo, el jugo de naranja y el vino.
No había viento ni nubes esparcidas y un submarino de juguete se destroza en el pavimento de los juegos comunales, estos niños de ahora odian los juguetes y yo apreció su inconsciencia.
En eso, mientras fumaba un cigarrillo que no daba risa trataba de recordar en algo, si en efecto recordaba algo que tal vez no pudiese recordar jamás. En un pensamiento fugaz tuvo mi mente la afirmación de que tenemos a un maldito como Presidente, políticos que se tiran las culpas uno tras otro y una caja de remedios que no puedo deshacer…
Son mejunjes de la vida, convidados de piedras sin sal que rodean como satélites fuera de órbita, que no deberían pero están, pero están.
En eso alguien me saluda, es Iván otro de mis extraños vecinos, un tipo que camina siempre con los ojos puestos en el suelo, tal vez intenta localizar una hormiga con la respuesta de la existencia entre sus patas, es raro, a veces no saluda y odio cuando silba. Como si fuese agradable. El es de esas personas que creen que fumar solo en el pasillo no molesta a nadie, debería saber que si, Algún día lo sabrá.
A veces me pregunto ¿Por qué todos tienen que ser tan raros? Como si les pagasen por su rareza.
Como si sus vidas orbitarán el planeta de la estupidez los 365 días del año. Entre pensamiento ya arrebatos aparece Arturo ‘’El vecino Inexistente’’ e Iván ‘’El raro’’ Me invitan a casa de Ana María que se encontraría sola abandonada en casa, sus 5 hijos se fueron de paseo al centro con su hermano que no se parece en nada a ella. Pidió gente en su casa para alcoholizarse en una noche de viernes. Acepte algo indeciso, con tan solo mirar la cara de sexo pre determinado de Iván me daba deseos desenfrenados de ir a dormir a mi cama. Ellos ya tuvieron algo y todos lo sabían excepto ellos que aún creen que fue secreto. Mejoro mi apariencia y bajo. Les digo. Espérenme abajo para ir a comprar
- No irás te conozco más de lo que te imaginas- Resalta imprudente Arturo.
-Aparte de sacarme de mis paredes, dudas de mi asistencia- Eres más raro de lo que pensaba.
Me tape la boca de golpe, no pensaba hacer saber mis pensamientos ocultos hacía ellos, no se los merecía, sus existencias eran inútiles para merecer eso. Sería como un > Nada de eso.
-Por fin te atreves a ser sincero, Me agradas- Me dice mientras enciende un cigarrillo que no da risa.
Es raro. Comprobado.
Estaba listo, con el vaho del espejo en su máxima expresión. La sangre de mi labio superior amenaza mi pronta salida, no tengo deseos de compartir con nadie; ni con borrachos ni con tipos con disposición sexual, no encajo. Aun así llegue, estaba fuera de la puerta con la mano extendida simulando un golpe, la llegada del hermano y los 5 hijos fueron la excusa perfecta para arrancar. Que afortunado he sido, no quería estar allí, pero si tenía curiosidad por las caras que hayan puesto tras ser descubiertos. Algún día lo sabré.
Al otro día Iván golpea en mi puerta, lo veo por la ventana del baño, no quiero abrirle, no me interesa dar explicación, no quiero oler su olor de 20 cigarrillos que no dan risa y su cara de caña asquerosa, me acuesto y cierro mis ojos. Dejo que golpee.
La vida no es como queremos, no nos rodeamos con quienes queremos, y mucho menos elegimos a nuestros vecinos, de algo tengo muy claro. Nada me importa.
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