Bisabuelos (cuentico)




Yo conocì a mi bisabuela, se llamaba Augusta, llamè la atenciòn
a su terquedad y a su dureza solo con mi niñez. Ella me enseñò
a comer las galletas flotando sobre el tè, a pescar los trocitos
antes que se hundieran, mientras flotaban sencillos.
Y serìan sus manos oscuras y cuarteadas trozando las masitas
lo que yo màs recuerdo, aunque tambièn recuerdo su mirada
adornada con esos rizos negros y plateados iluminada por el
alivio tibio del sol invernal de aquellas tardes.
Claramente la recuerdo en Lujan salvàndome de una estampida
de gallinas que mis primos habìan provocado solo para darme
miedo.
Conocì un poco a mi abuela paterna, pero fuè suficiente para sellar
nuestro idilio.

Yo no pude conocer a mi bisabuelo materno, Stalin tuvo que
llevàrselo aùn joven para fabricar bombas y misiles y èl fabricò
bombas y misiles hasta morir, hasta morir aùn joven, luego Stalin
arrojò todas esas bombas y esos misiles uno a uno, golpe a golpe
sobre mi pecho, y aunque he tenido heridas, nunca claudiquè
fuì màs fuerte que ese loco con todo su arsenal de impotencia.
Y de cada misil hice una flor para mi bisabuelo,
y de cada bomba hice una tùnica para mi bisabuela,
y de la onda expansiva hice una casa para los dos.

Se que los dos me esperan, una con tè y trocitos de galleta en la
galerìa de mi casa al sol, el otro con la intriga de llegar a conocernos
aùn jovenes los dos.


D.R.F.