LA FIERA
En una oquedad entre los pedernales, la fiera lame sus heridas. Aguza sus sentidos, aquieta su instinto y aunque otea en el aire al humano, su enemigo, reprime la huida. Afuera, con el orgullo lastimado, el cazador intensifica la búsqueda, no atina a comprender como es que haya errado su disparo.
Crispa sus manos sobre el arma que le otorga el status de superioridad frente a su adversario y lo vuelve, aunque brevemente, a su estado natural, cuando experimenta el impulso y el placer de matar. Ahora siente como sus músculos se tensan, las pupilas se le dilatan y una sudoración acude a todo su cuerpo. Con este ánimo continúa la persecución, sabe muy bien que la caza es la búsqueda itinerante del rastro, del olor y de la imagen, ahora invisible, de su presa.
Pasado algún tiempo, el cazador exhausto detiene la persecución, se acomoda sobre una gran piedra que está frente a la entrada, oculta a su vista, de la oquedad donde se resguarda la fiera herida. Él, siente una gran pena, porque a pesar de su destreza, del arma que porta y de la superioridad de su especie, no pudo matar a la fiera. Consternado piensa y sufre por su fracaso. Dentro, la fiera, parte de una especie instintiva, nada sabe de derrotas o victorias, es el instinto de conservación y el debilitamiento por la pérdida de sangre que mana de su herida quienes le apremian a escapar del cazador. Sigilosamente, arrastrando una pata la fiera asoma al exterior, en ese momento el hombre con el arma en el regazo seca el sudor que resbala de su frente.
Las miradas del cazador y la presa se cruzan y sostienen por unos instantes. ¡Los instintos se catapultan! Él, de prisa levanta el arma y trata de apuntar. La fiera, con las pocas fuerzas que le quedan, de un salto libra la distancia que hay entre los dos. Cazador y presa ruedan en mortal abrazo. Al detenerse, el hombre ha perdido su arma, ésta se encuentra a pocos metros de los contendientes. A gatas, el cazador trata de alcanzarla. Antes de lograrlo el animal ya está encima de él. En el forcejeo, hombre y bestia quedan cara a cara, en la mirada del cazador hay odio desbordado y miedo contenido. En los ojos del animal herido se ve la ferocidad de los de su especie.
La naturaleza de cada cual asoma a la escena, la fiera tira un zarpazo y alcanza al cazador en el pecho. El hombre inerme, al sentirse herido lanza un alarido de terror y lloriquea, el animal se dispone a darle otro zarpazo, pero el dolor en la herida causada por la bala es atroz, la fiera afloja entonces la presión sobre el cuerpo del cazador caído y abandona la lucha. Se retira lentamente, cabeza levantada y pata a rastras, entonces... su sentido del peligro la pone alerta, vuelve despacio la cabeza y mira frente a frente al cazador puesto en pie y maltrecho, le apunta con el arma que ha recuperado. En los ojos del hombre se ve el sadismo y las ansias de venganza, la mirada del animal es acuosa, sin chispa, el no sabe de sentimientos, sólo de sobre vivencia.
La querencia de un refugio seguro impulsa a la fiera a continuar su marcha, tras de ella, el cazador ha recurado en gran medida la calma y con ella la seguridad en si mismo, con el rifle firmemente sobre su hombro y la mirada diestra en la mira, crispa con lentitud el dedo índice sobre el gatillo, algo en su interior lo hace titubear y baja el arma. Luego, un impulso que nace en sus entrañas le apremia a volver a apuntar, levanta el arma y centra en la mira la cabeza de la fiera, en ese momento ésta gira el cuerpo y enfrenta al hombre. Entonces, es la naturaleza de los contendientes quien dice la última palabra...
Jesús Octavio Contreras Severiano.
Sagitarion.
|