Aquel día el cielo era de un celeste plenamente limpio. Ni una nube o nubecita que cortara el color. Todo saldría así, como debía ser, sin objeciones ni condicionamientos que retrasaran las acciones por venir.
Los dos llegamos a la estación en silencio, alargando este último momento juntos, sabiéndonos uno del otro, pero teniendo la certeza de que debíamos separarnos.
El andén estaba desierto, sólo el cartel “Jefe, Sala de Espera, Boletería” nos vigilaba colgado cerca de una campana, desteñida por el tiempo.
Yo miraba tus manos fuertes, que sostenían nerviosamente un bolso de mano, y luego la vista se me perdía por las vías, hacia lo lejos. Una curva en los rieles, disipaba el pedregullo y los durmientes dentro de un bosquecillo, como adormeciendo el rumbo.
Vos me abrazabas y yo me perdía en tus ojos, nos mirábamos casi eternamente, y nuestros ojos se llenaron de pronto de lágrimas.
El maquinista esperó que termináramos de besarnos, cuando el tren apareció por el lado de Mechita, como en un embrujo entre la torre de señales y la casa del señalero.
Hoy volví, después de muchos años, y los carteles están casi intactos. Una florcita amarilla creció entre las vías, el único tren que pasa por día, le perdona la vida.
Sentada en uno de los bancos de la estación, revivo aquel día y me doy cuenta casi sin querer, que aún te sigo esperando.
(Inspirado en la Exposición fotográfica de Diego Pintos "Estación Mechita"de la Pág. Proyecto-Pulpería). |