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.- Un acto de lealtad.
Era espigadita ella, tenía el pelo corto y cara de intelectual, era de esas que provoca pervertirlas y sacarles el ángel de la guarda del cuerpo. Con pocas personas hablaba. Se vestía en forma elegante y recatada. Me gustaba, yo la molestaba y le decía que algún día llegaría a su casa y le pediría que se fuera a vivir conmigo. Ella se reía y me contestaba con timidez que tan pronto llegara se iba a esconder pues su papá era muy bravo. Nunca pasó nada entre los dos. Luego vine a darme cuenta que a quien ella mencionaba como el papá, era en realidad su marido. En ese tiempo yo tenía una motocicleta y solo lo entendí después que en el sepelio de un compañero de trabajo, me ofrecí a acompañarla. Sus ojos titilaron como anuncio de neòn, cuando me acerque y le dije a quien yo creía que era su padre: -Me gustaría pedirle permiso para llevar a su hija a casa- . El marido era muy decente, se quedó observándome y contestó,- Lo siento, creo que está equivocado, nuestra hija solo tiene tres años, y la dejamos en casa-, No supe como me quedé, creo que permanecí allí parado como un estùpido sin saber que hacer. Cerré los ojos, pronuncié un disculpe e intenté prender la moto para marcharme, pero en mi ofuscación olvidé colocar la llave y lógicamente la máquina no encendía. Cuando me di cuenta de lo que sucedía, ellos ya se subían a la parte trasera de un taxi. Me sentía apenado, había hecho el oso y con preocupación pensaba en las consecuencias que para ella tendría mi proposición. Durante varios días evite encontrarla en el trabajo, pero fue inútil. Ese fin de semana el azar nos colocó juntos, marcando la tarjeta de salida de la empresa al mismo tiempo. No pronuncié una palabra y simplemente caminé junto a ella, hasta la calle.
Te debo una disculpa, dije al final.
No, tú no tuviste la culpa, yo propicié todo.
Tuviste dificultades? Pregunté temeroso.
Un poco, ahora ya no podrás pedirle a mi padre, que me deje ir a vivir contigo. Me contestó disimulando una sonrisa. Yo la miré y también en forma cómplice sonreí.
Tengo la motocicleta en el parqueadero, puedo llevarte.
A donde iríamos?
A tomar un café, o a beber un refresco, creo que nos debemos un momento uno al otro, para aclarar muchas cosas. Respondí.
Está bien, te acompaño al parqueadero.
Quiero escuchar música! dijo casi a mi oído al subirse a la motocicleta y pasó sus brazos por mi cintura, aferrandose fuertemente y colocando su barbilla en mi hombro, por lo cual yo sentía sus senos duros sobre mi espalda.
Conozco el lugar preciso!, le grité en el momento que la motocicleta se ponía en movimiento y al cabo de unos minutos le dije, Cierre los ojos!, no quiero que conozcas mi lugar secreto. Ella los cerró y se reía, mientras yo la observaba con su cabello al viento, por el espejo retrovisor. No los abras aún, le dije mientras pasaba el aviso que en grandes letras decía MOTEL. No hizo preguntas, ni siquiera aquella clásica de: Donde estamos? Simplemente la tomé de la mano y la conduje a la ancha cama que nos esperaba. Unimos nuestras bocas y sin pronunciar palabras fui quitando toda su ropa. Su olor de mujer me estimulaba y la cubrí de besos, mientras mis manos recorrían todo su cuerpo excitado que empezó a contorsionarse lentamente y se me entregó por completo en medio de jadeos y movimientos rítmicos y espasmos violentos.
Fue de locura, nunca antes con nadie había disfrutado tanto! Me dijo en forma natural y yo no me atreví a preguntarle con quien más, aparte de su marido, sin embargo ella adivinando mi pensamiento, relató como el era sabedor y consentía plenamente sus devaneos a cambio solamente de estar enterado de los detalles.
Por eso en nuestro caso, no hay infidelidad, pues todo está consentido y por el contrario al hacerle el relato de lo sucedido, cumplo con mi promesa de serle muy leal, me dijo.
Me imagino que conmigo todo será distinto y que entre nosotros no habrá sorpresas de ninguna clase. Le objeté.
Amorcito, la fidelidad entre nosotros no puede existir, pues ya de por si, está por medio mi marido, pero eso si, te prometo que contigo seré muy leal.
Esa respuesta me llenó de tranquilidad pasajera, aunque después descubrí que los cachos dan ceguera, pues duré año y medio entre cuernos puestos por ella y siempre que se sentía descubierta me confesaba sin arrepentimiento su culpa y culminaba afirmando que no me merecía y que lo mejor era acabar lo nuestro y yo como idiota terminaba rogándole que no me dejara, mientras le pedía perdón por no comprender sus debilidades corporales. Para librarme de esa incomoda situación, comencé a referirle todas mis aventuras amorosas imaginarias, hasta que llegó el día que no me aguantó y llena de rabia de verdad me dejó y aunque ahora con risa recuerdo el episodio, doy gracias por haberme librado de ese amor, tan astado, pues la fidelidad para ella era imposible, ya que era infiel de cualquier manera, pero hay que reconocerlo, era muy leal a su manera.


Texto agregado el 25-07-2004, y leído por 537 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
03-08-2005 Me ha parecido bastante bueno el relato, intriga saber la conclusion y el relato a su vez es muy provocador. Una buena pieza vaya! ninfa_one
01-08-2004 Fuente eres eso?, fuente de poesía para la mujer, pues escribeme algo por favor. luciernagasonambula
01-08-2004 amigo desleal, seguro q no tienes por qué, pero bueno, tú mismo.A mi me parece q por los comentarios q haces debes ser un perfecto chico y con gran sentido del humor, q por supuesto me consta q eso d sentirte insultado es solo una payasada tuya(cariñosamente, claro) luciernagasonambula
25-07-2004 ¡Pero qué bueno está! Desleal
25-07-2004 Me siento personalmente insultado por ese título. Desleal
 
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