"A mis amigos le adeudo la tenura,
y las palabras de aliento y el abrazo,
el compartir con todos ellos la factura,
que nos presenta la vida paso a paso"
Alberto Cortez
Aquella mañana Yender había despertado con la inaudita convicción, al menos para él, de que en el techo de su casa habitaban los marcianos. Eran días difíciles para Yender en aquel tiempo, lo quebrantado de sus bolsillo afectaba irremediablemente lo rentable de su salud y viceversa, dormía pocas horas, a veces ni lo hacía, fumaba hasta altas horas de la madrugada pensando sandeces de mero ocio.
Por las noches oía caminar, solo y nada más que a uno de ellos, pasos agigantados daba, unos tres o cuatro, tal vez, -debe usar botines de tacón- pensaba mientras continuaba con su ritual inoperante. En una oportunidad observó y escuchó una teja caer al piso, causando un estruendo que lo hizo ponerse de pie ante el adormecimiento que empezaba a invadir sus ojos desorbitados, esa noche adjudicó tal hecho a la mala manutención de la casa.
De vez en cuando dedicaba su desvelo a escribir e intentar discernir, por la manera de caminar si se trataba de un espécimen macho o hembra, llegando a conclusiones como por ejemplo: "...mi madre tenía el mismo taconeo al caminar, era como un tap tap, plam tap, tap plam (Bis)" Pero por lo corto de la caminata descartaba la posibilidad de que fuese ella, y mucho menos aún imaginar a la vieja montada en ese techo.
En otra ocasión y siendo esta tal vez el contacto más cercano, estaba plenamente despierto en la terraza, fumando como de costumbre sentado en la silla de madera y los pies ligeramente apoyados sobre el borde de la mesa y oyó una moneda tintinar en la superficie del techo, aterrado por este extraño pero reconocido ruido salto de la silla en un "monosílabo" y se escondió en el clóset de la habitación, allí asustado espero unos minutos mientras analizaba el terrible paisaje que se le dibujaba esa noche. No pego un ojo en la oscuridad aparecida y ya durante el día no podía dormir, debía ocuparse de otros asuntos. Esa tarde se encontró en la calle con "el Rúcula", un amigo del barrio, su nombre de pila era Rafael Iglesias, había llegado soltero al país huyendo de la guerra civil española y al encontrarse tan abundante belleza por nuestras calles se transformó en un viejo enamoradizo y verde, de allí su apodo verde y españoleto como la rúcula; Yender le comenta lo acontecido la noche anterior, así como la serie de sucesos que le venían acaeciendo, a lo que "el Rúcula" no le da mucha importancia y le dice: -Dejadte de cosas Yender, hoy mismo en la noche nos vemos en el tugurio de Don Alfredo, ahí me contáis todo y con lujo de detalle, mira que seguro te esta haciendo falta salir de casa hombre-, y así fue como termino de transcurrir la tarde.
Ya por la noche Yender decide adelantarse unas horitas al encuentro ya que "el Rúcula" no tenía muy buena copa, solía rascarse con rapidez y por el contrario Yender decía "sí he de comer, que sea para alimentarme; y sí he de beber que sea para embriagarme", rondaban la diez cuando apareció "el Rúcula", Yender ya había sumado unos tercios a su cabeza; el viejo le hace una seña al cantinero pidiendo la ronda, mientras su mirada se desviaba hacía los culos de las tres mujeres que concurrían el lugar, una vez los tercios helados puestos sobre la barra, "el Rúcula" enciende un cigarrillo y golpea el hombro de Yender y le dice: -A ver, echa tu cuento chaval-, Yender, con toda confianza le explico al viejo por la situación que atravesaba y explico que esa era la razón de su desvelo, agregando después lo de los extraños sonidos por las madrugadas. Habiendo hablado Yender, "el Rúcula" le dice, que esos son sonidos acumulados en las paredes, que debía hablar con Maruja, la santera del barrio y no descartar la idea de hacerse un trabajito, para limpiar la impurezas que llaman, a lo que Yender asintió muy concienzudamente.
Esa noche las cervezas inundaron el bar, las ideas y el pensamiento de Yender, el viejo le había dejado la barra libre y ni corto ni perezoso se dedico a beber, porque como el bien lo decía, "sí he de comer, que sea para alimentarme; y sí he de beber que sea para embriagarme". Salió del bar dando tumbos y saludando, su casa, a no más de tres cuadras se veía desde allí, así que decidió caminar para pasar la pea, durante el camino iba haciendo check list de sus pertenencias, la calle era el lugar perfecto para jugar a estar borracho, un perro olfateaba la noche y ladraba a Yender mientras este le decía -chite perro, chi, chi, chite-.
Al llegar a la casa Yender se hundió como una roca en el mar entre la montaña de andrajos que decoraban su cama, en el preciso instante que Morfeo empieza a llevarlo en sus brazos recuerda el cuento de los marcianos en su tejado y se levanta al baño para verificar si están o no y de paso echar una miadita, para cuando enciende la luz se da cuenta de que la casa se encontraba totalmente desvalijada, había perdido su televisor, la cocina, la nevera (con el agua fría que tenía adentro), el radio y hasta una sanduchera que tenía en su caja para ir a empeñar, al percatarse de lo sucedido balbucea en voz baja pero molesto, -marcianos consumistas de mierda, me dejaron pelando bola coño-, y se soltó en llanto. |