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Hacía una semana ya de aquel domingo en el que me encontraba sólo frente al televisor y me disponía a embestir el sueño cotidiano, rondaban las diez de la noche cuando de repente en pantalla preguntaba el individuo del flux negro y corbata gris -¿hubo o no hubo ganador?- y una música en off repetía incesantemente esta misma pregunta en un ritmo bastante contagioso que llegaba a ser bailable, tanto así que moví mis hombros por unos instantes, luego de estos segundos de alegre suspenso el señor de traje dice a todo pulmón -¡no hubo ganador!-, recuerdo haberme quedado intacto cual lagartija al asecho, buscando la manera de mimetizarme con la atmósfera del lugar, había un grupo de personas excitadas que aupaban esta noticia y aplaudían ante tal acontecimiento, seis cifras ocupaban la pantalla y parpadeaban mientras cambiaban de color, era una camaleónica cifra la que se reflejaba en mis ojos.
Esa semana transcurrió sospechosamente light, como dice al cantante, las horas convertían la espera en una ilusión creíble, casi palpable, esas que llegan por las noches y no dejas de pensarlas, como cuando se tiene la idea de que algo está tan cerca que casi nos pisa las sombras arrojadas por el cuerpo. Toda la semana estuve meditando la situación, armando planes de acciones a seguir al momento de recibir el dinero, contaba mentalmente, aunque a veces recurría al aparato de la pantalla y teclas con números llamado "calculadora" (su nombre lo decía todo), para sacar algunas cuentas, realmente me bastaba un cuarto del total del monto; tenía conversaciones conmigo mismo, no compartí con nadie esa inmensurable cantidad de secretos y posibilidades que rondaba en mi cabeza por esos días, créanme que la mente puede llegar a ser descomunal con pretextos de esa calaña; faltaban dos días para ese tan esperado evento, recuerdo era viernes y decidí mantener mi cuerpo limpio de bebidas y humo ya que estas pudiesen llegar a alterar mi deseo y mi concentración, dicen que mientras más desees algo hay más posibilidades de que se te dé, ley de atracción que llaman, así que me abstuve de llamar o hacer algún tipo de seña a amistades y malas influencias, leí durante esas dos noches sin perder de vista el objetivo final, ese camaleón, esa mc callister, en otras palabras, mamarrua, grande, jugosa, en fin esa boloña de real.
Había llegado por fin ese domingo, transcurría con parsimonia y sin mayor eventualidad desperté temprano, mucho más temprano de lo normal y dado a que vivo en una zona residencial no cancelé la oportunidad de conseguir el cartón ganador de ese día en algún kiosco de los tantos que tenía a mí alrededor a unos pocos pasos. Usaba mi mejor pinta dominguera, unos pantalones cortos marrones, la franela blanca roída de hace cinco años y chancletas de plástico azul, cabe destacar que de vaina cepille mis dientes al salir, pensé -con el café no tengo peo de mal aliento, primero lo primero- fijo, salí a comerme las calles y empiezo la travesía, primer kiosco, un señor de lentes ahumados y con un tabaco en la boca lo atiende, es ahí cuando empiezan a salir las palabras solas, había preparado todo un discurso que disimulara mi ansiedad y mis bajos instintos, entonces me acerque y le dije:
-buenos días, ¿cómo está?- y el señor afablemente responde,
-bien mijo, ¿y usté?
-muy bien gracias, una pregunta señor, ¿tiene el kino?, y con una sonrisa con cierto toque de ironía me dice –mijo, eso se me agoto hace tiempo-, así que sin mucho tropiezo decidí comprar el periódico regional, imaginé que la búsqueda iba a ser ardua. Continué con mi ruta, conocía de otro kiosco que estaba al cruzar la calle, repase mi discurso, alteré el orden de las palabras, en busca de un rostro más optimista en caso de que no hubiese kino, me acerqué y con algo más de confianza salió la pregunta directa
–buenas, ¿tiene el kino amigo?- inmediatamente me responde, aún sin mirarme,
–No señor- así, sin hacer pausa entre el no y el señor.
Algo perturbado por esa respuesta me hizo pensar que tal vez si tenía, sólo que por mis malos modales encubrió y acaparó los cartones de mi devoción, traté de olvidar lo acontecido y continué mi camino, y pensé –el próximo ¡sí va!- algo entusiasta para opacar el conato de disgusto pasado. Este que visitaba ya era un poco más nutrido en cuanto a material de kiosco se trata, revistas, tortas, gaseosas, pepitos y demás familiares y amigos, mantuve mi primer discurso y mi cortesía por aquello del disco de Facundo que dice lo Cabral no quita lo Cortes;
-buenos días amigo, disculpe, ¿será que tiene kino?- dije, con una sonrisita medio amanerada, y el muchacho en este caso, muy amaneradamente responde,
–no querido, me los quitaron todos de las manos en la semana- sonriendo al final de la frase, y con algo de pena respondí
–gracias- así, no más;
Me entretuve observando algunas revistas exhibidas, había una de esas de gente grande, en una de ellas tres mujeres en la portada, tres rubias y seis tetas que sonreían bajo un cielo estrellado y, en aras de reafirmar mis inclinaciones, me incliné y la tomé con fuerza, y le dije, con más actitud –¡pana me llevo está!- pagué y me retiré con un tumbao’ y tronando mi nuca con dos tirones secos, derecha e izquierda -siempre hay una mala lengua porai’- dije pensando en voz baja. Se agotaban mis posibilidades y con ellas mi paciencia, metí la revista en el diario y caminé, conocía la existencia de otro tarantín pero recuerdo no haber visto juegos de azar en sus vidrios así que decidí salir al centro de la ciudad, con el mismo aspecto de desdeñado y con la fe un tanto ya debilitada pero presente aún, era lo único realmente importante, ese orégano en esa pizza, como dicen por ahí.
Estando ya en el centro de la ciudad me pongo a pensar en el paisaje de las ciudades los domingos, cada una tiene su aire y su personalidad y veía sorprendido la suciedad que cobijaba las calles consecuencia de un fin de semana, la soledad, las familias y la plaza, algún predicador, dos estatuas vivientes, helados, cotufas y un arsenal de potenciales motivos de caries y de asaltos a bolsillos; un kiosco atiborrado de gente comprando el periódico fue mi objetivo a atacar, ya en estos lugares el idioma varía, ya se tiene que ser más sagaz y directo con lo que se dice
–buenas, ¿el kino?- a secas, y la respuesta del señor,
-no, chamo- desabrida, no hubo más nada que hacer allí, ya la fe bajaba la cabeza con mayor contundencia así que decidí acercarme hasta el tarantín que está cerca del bar de mala muerte y de hijos sin padre, es un decir, hedían los orines de la noche anterior, el sol no tenía contemplaciones con los transeúntes del lugar y mucho menos con el muchacho del kiosco que inhalaba los perfumes esparcidos sobre la brocal, mientras más me acercaba mejor distinguía los suplementos expuestos, enfoqué con mayor rigor y visualizaba mejor, apunté con tanto calculo que logré verlo, sí, ahí estaba, descolorido y sin candor, solo; abordé al joven que se encontraba en las afueras intentando tomar un poco de aire fresco, y pregunté ansioso,
–panita, ¿ese kino juega hoy?- y el joven respondió claramente;
–sí, ese sale hoy aquí chamin- más convencido aún le dije,
–¡dámelo broder! me lo llevo- pagué la suma y me fui como huyendo de posibles perseguidores, miraba a los lados y podía ver la expresión de asombro en las personas al verme caminar con esa sonrisa burlona y aspecto algo desaliñado. Emprendí el regreso y caminé el mismo trayecto pero en sentido opuesto, al arribar a casa descansé mis brazos y manos de la carga que traía conmigo, una revista de adultos aunada a las malas noticias que suelen reseñar los diarios es una buena carga. Ese domingo lo hice mío, preparé caraotas para el almuerzo, la cena y dos siguientes comidas, hice varias arepas para no tener que cocinar más en todo el día, quedaba un poco de café en la greca, lo calenté y me dispuse a engullir mis alimentos con sumo cuidado y harto placer, me deleitaba con cada bocado que introducía en mi boca, era de esas veces que te dan ganas de comer como un perfecto primate, con las manos, mancharse la cara y devorarse casi los dedos y tratándose de caraotas con mantequilla y queso el cuento es otro.
Pasaron los minutos y con ellos las horas de ese domingo, se hizo atardecer y con un poco más de voluntad de parte del universo, llegó la noche, mismo lugar, misma posición, ahí estaba de nuevo, frente a la cajita del entorpecimiento, frente a mis sueños y mis no sé cuantas posibilidades de pegarle ese día al premio gordo, de atinarle a esas quince bolitas, diría el presentador; en efecto, fueron quince las esferas mostradas por una maquina que a través de algún sistema de vacío, creo, atrae las pelotitas a las luz, es como un parto de mujer con caderas anchas; decidí anotar los números en un papel aparte, no había hecho el intento de memorizar el cartón en juego que tenía en mis manos, recuerdo lo guardé en alguna de las páginas de la revista de las seis tetas airosas; uno a uno fui anotando, corroborando y al final de la obra, sube el telón y ¡déjà vu!, casi con exactitud el hombre de traje gris y corbata negra ahora, repetía las misma pregunta -¿Hubo o no hubo ganador?- y la música de fondo no se hacía esperar, los aplausos, los rostros, la gente, la emoción y la tensa alegría eran los ingredientes de la receta que pareciera se había seguido con total cabalidad y al pie de la letra de los productores del show; pasados ya estos minutos irrumpe el hombre de flux diciendo con mayor alteración y con cara de trastornado -¡Sí hubo ganador!- mis esperanzas y mis pupilas se dilataron, mi corazón latía a treinta minutos por segundo, como dice el poeta, me puse de pie y empecé a dar vueltas en la habitación cogí la revista y la abrí con la ilusión de haber tenido suerte y más que suerte con la convicción de que el juego estuvo arreglado y yo había resultado ser el afortunado, ya que entre mis planes estaba “mojar la mano” de los creadores, hice el conteo mental de los aciertos mientras a su vez rayaba en la hoja un signo de aprobación. – ¿uno?, bien; ¿dos? correcto; ¿tres?, exacto; ¿cuatro?, que bien; ¿cinco?, ja!; seis, seis, ¿seis?, verga- bajé mi cabeza en señal de decepción, pero pensé –sí ya no son quince, voy por esos catorce-, y continué mi búsqueda, -¿siete? fino, ¿ocho? sí, vamos; ¿nueve? ¡coño! dos menos, ¿diez? nada, ¿once? pelao’; ¿doce? ¡no joda!- ya algo en mi interior ya me decía que me olvidara de todo esto y retomara mis actos cotidianos, por mera inercia seguí hasta completar las quince bolas escrutadas por esa máquina de odio y felicidad.
Nada, no acerté sino en mis sueños, cumplí con un mínimo de nueve números, maltrechos y desorientados, contemplé el cartón y regresaban a mi cabeza las voces sucedidas en ese momento, el “hubo o no hubo ganador” la gente gritando “sí hubo” y “no hubo” me salí de ese mundo por un momento y ya para cuando me di cuenta me encontraba en forma detallando los senos, nalgas y demás partes de la mujeres posando para mí, tomé el juego, lo aparte y lo sustituí por mi “apéndice” y mentalmente e irónicamente le respondía al individuo de la televisión –Ahora sí petiso, pregúntame de nuevo, ¿hubo o no hubo ganador?- mientras atinaba al kino ubicado entre los senos de “Holly” con mi mejor demostración de realidad.

Texto agregado el 05-01-2012, y leído por 70 visitantes. (0 votos)


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