Cuenta la leyenda que en el principio de los tiempos el hombre y la mujer coexistían en un mismo cuerpo, juntos, eran uno solo y vivían en constante plenitud, no conocían las necesidades, ni el hambre ni el frío.
Un día de lluvia, el ser descubrió la tristeza escondida en una gota y le pidió a la tierra donde ella había caído que le dijera cómo experimentar ese sentimiento, pero, la tierra, ya convertida en barro, abrazada de esa tristeza que la hacía débil, le dijo que no. El ser pensó que la tierra era egoísta porque absorbía toda el agua y no le dejaba conocer la tristeza... Entonces, siguió buscando. Buscó y buscó por todas partes, en especial los días de lluvia en cada gota, sin encontrar nada, siguió buscando hasta que no tuvo más fuerzas y se quedó dormido bajo la lluvia. Entonces otra gota que también escondía tristeza (no todas la tienen) mojó un sueño del ser y le reveló el secreto: "La tristeza está muy, muy lejos de ti, ser... Para poder experimentarla, tendrás que separarte de lo que te da plenitud. Cuando sientas que debes buscar algo, cuando necesites de algo externo para poder estar feliz, descubrirás la tristeza". El ser quedó fascinado con algunas palabras que no conocía y con todas la oraciones en su conjunto y, aunque no terminaba de entender del todo lo que querían decirle (tampoco sentía la necesidad de hacerlo) cuando se abrió una puerta que iba del sueño a la realidad, pero a la realidad siendo triste, el ser entró sin dudarlo. El sueño terminó y, al cabo de unas horas se despertaron el hombre y la mujer llorando por separado y mirándose como si fueran extraños, pero, sabiendo que aquellas necesidades que les oprimían el pecho, solo podía satisfacerlas el otro. Cuando el hombre fue en busca de la mujer, se sintió perdido, desequilibrado, se esforzó pero al dar dos pasos se cayó al suelo. La mujer se sintió vacía, hambrienta, fue a buscar al hombre y lo encontró tirado. Se acostó a su lado y la tierra, mojada por las lágrimas de los seres, los ensució y les hizo comprender... Se miraron a los ojos, se abrazaron, lloraron, se arrepintieron, volvieron a juntarse y sintieron, nuevamente, esa plenitud que los hacía felices, pero, sólo por un momento y luego volvían a llorar por no poder perpetuarlo. Sentían, también, un cierto recelo uno por el otro porque los dos pensaban que el otro había tenido la culpa y cada vez que se juntaban y volvían a separarse extrañaban más los momentos de plenitud continua y empezaban a pelearse. Hasta que un día la mujer fue para el lado del mundo donde crecían las rosas y el hombre para el otro donde estaba lleno de pozos. Pasó un tiempo sin que se extrañaran, hasta que la mujer, juntando rosas se pinchó el dedo y lloró. Al mismo tiempo, el hombre caminando se cruzó con una piedra, se calló adentro de un pozo y también lloró... Lloraron por separado y juntos comprendieron, mirando sus lágrimas siendo absorbidas por la tierra, que se necesitaban como la tierra al agua, aunque les diera, al hombre, a la mujer y a la tierra, la más terrible de las tristezas. Desde entonces, el hombre y la mujer, vagan por el mundo, buscándose para volver a ser uno. Para volver a SER en plenitud.
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