Y en el juego angustioso de un espejo frente a otro / cae mi voz
y mi voz quema dura
- X. Villaurrutia



Yo, sólo en un desierto de pieles audibles
obscenamente abiertas.

Hundo la cara en un charco de calor para buscarme
pero la noche se desgaja en el desierto con un rumor envejecido,
envenenada la oscura nitidez de una luz perseguidora.
Es un espejo de fiebre el reflejo acuoso de mi condición humana,
palpitante yo desfigurado.

El rostro que busco es una cicatriz en el espejismo del espejo.
Tan diáfana y tarántula su duna
sin centella en esta involución sedienta,
tan fingido oasis la salvación frontera.

Algo de mí en un puñado de arena a punto de desvanecerse
en el angustioso juego de un espejo frente a otro,
una dimensión magnética transita
la zona sin zodiaco
de la transmigración
de las sombras:
hacia la siguiente irrealidad.

Soy una piedra de vidrio rojizo sembrada en la tierra blanca como un nuevo rostro desgajado,
pero mi devoción de llamarada no desatará
el mecate de sombras que el sórdido sigilo de la noche me ha urdido.
Clausura de párpados que sueñan que se miran en la flor
de un cactus portador
de su propia muerte líquida.
Espejos de agua. Espejismos de vapor. Alas sin ave en el aliento.

Habitantes del desierto,
disfraces catarata envueltos en espejos de humo.
Quietud reptil y milenarias.
La respiración llena cántaros de quemaduras
y heridas viejas como resonancias huecas
y coyotes
y coyotes
y coyotes.

Alucinan sedientos los fantasmas con piedras de alacranes.
Coágulos de tiempo sus visiones,
obsesivo el anhelo de ahogar el espejismo del ser en luz dormida y centinela,
obsesivo el anhelo de abrir una herida en esta identidad de paja.
Surcando su aguijón la sofocada tierra,
rezo Tarahumara,
crótalos y espinas vivas.