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Personae

Lucifer: "Parece un querubín, no de los primeros, en su cara sin embargo una sonrisa celestial" según palabras de Milton. Es el líder tácito del Infierno, donde viven los ángeles caídos y el deshecho de la creación, aquellas criaturas "falladas".
Gabriel: antes un querubín, degradado a arcángel por haber fallado una orden, actualmente es el Jefe de la Guardia angélica que cuida de las puertas del Edén. Prácticamente un agente de aduanas. Tiene a unos espíritus elementales bajo su mando.
Axel: un ángel novato, que llega por primera vez a conocer la Tierra antes de comenzar su trabajo como ángel de la muerte. Sufre al enterarse de la corrupción de sus compañeros. Es leal y honesto, aunque de temperamento caliente.
Azrael: su Superior, el ángel de la muerte. Conoce los secretos del nacimiento de Axel, y es fiel a su señor Uriel, el más hermoso ángel. Uriel era un serafín que falló al evitar que los humanos se acercaran al Arbol de la Vida, y por tanto fue degradado a servir como jefe del mundo de los muertos. Por algún motivo no tiene compasión.
Isabel Ventura: una joven atea que se ve envuelta en un lío entre ángeles y demonios que destruirá su vida tal como la conoce y la llevará a un viaje digno de Dante, por ser testigo de la ignominia de un ángel guardián en contra de una inocente niña.
Ridhwan: arcángel encargado de mantener las relaciones públicas entre la Tierra y el Cielo en orden. Trata de tapar el asunto de Isabel, eliminando sus memorias, pero esto termina en un fiasco cuando Axel secuestra a la joven y la lleva al inframundo...
Otros: Julio María Leal (padre católico), Camila Paz (devota y estigmatizada), Astarot (demonio que persigue a Camila), Herminia López (abuela de Isabel), Baraquiel (jefe de los ángeles guardianes), Raguel (juez encargado de vigilar las tareas de los ángeles)

1 --- Edén ----

I - Adiós al paraíso

…how shall I relate
To human sense th’ invisible exploits
Of warring Spirits; how without remorse
The ruin of so many glorious once
And perfet while they stood; how last unfould
The secrets of another world, perhaps
Not lawful to reveal?
Milton, Paraíso perdido



Sus perseguidores estaban cerca. No les quedaba más remedio que aventurarse por ese túnel estrecho y resbaladizo que se perdía en las tinieblas más profundas. Ya no tenían donde ocultarse, porque nadie puede escapar del poder supremo que lo ve todo. Isabel se enjugó con una manga su frente manchada de tierra y sudor, y se sentó en el borde del hueco, despidiéndose de la vida. No podía creer que siguiendo el camino indicado por el archienemigo fueran a hallar una salida pero, ansiosos al oír un tintineo metálico, sus guías le dieron el empujón, y ella se deslizó por aquel tobogán viscoso en una caída turbulenta que no tenía fin.
Al virar en la última pendiente antes del abismo, vislumbró un par de ojos amarillos y una cabeza cornuda que la miraban desde arriba, y sin querer recordó cómo había terminado en esta situación. Hasta pudo ubicar el momento exacto en que se enredó en este gran lío, al ser testigo inocente de una crueldad tan inverosímil que hasta la propia víctima prefería no saber. Pero lo que aún no entendía era por qué se habían vuelto en contra de una persona insignificante como ella aquellos poderes tan enormes, que no la dejaban en paz ni a sol ni a sombra y la habían hecho dejar atrás todo lo que conocía.

Aquella tarde, Cristina, la directora del instituto de enseñanza de inglés donde trabajaba como auxiliar administrativa aunque tenía que ayudar en todo, le sugirió que se quedara a liquidar un pendiente. Tenía que irse a una reunión y enseguida volvía, le dijo. Isabel sabía que la cosa se iba a alargar por lo menos hasta las once, y aunque ella terminara antes tendría que esperarla para que cerrara. Se puso a trabajar sin mucha atención, en su cabeza se revolvían los datos que iba pasando a la computadora y el monótono zumbido de la torre y el monitor.
Lo irónico era que de pequeña le daba escalofríos pasar por enfrente del lugar donde se hallaba, una mansión reciclada. De pronto, recibió como una ola fría la certeza de que estaba sola. Ese día no se daban clases nocturnas. Entonces, se le ocurrió prender la radio, al tiempo que se decía que ella no tenía miedo. Justo cuando su dedo alcanzaba el botón del mini-componente colocado en la vitrina junto a la puerta abierta del despacho, escuchó un sonido espantoso.
Su mente desbocada se resistía a identificarlo: ¿el chirrido de una silla al ser arrastrada en uno de los salones, o un ruido de la calle? ¿Podía ser el viento golpeando una persiana? Pero sonó más como el gemido de un niño o un animal herido. Con cierta reticencia sacó la cabeza por la puerta, y en una agonía de terror dio un paso atrás, refugiándose de vuelta en la claridad de la lámpara. Donde el pasillo en penumbras desembocaba en otro corredor, había visto pasar una figura.
Un momento después recobró el control de sus latidos al tiempo que se desvanecía el pánico, al reconocer la silueta. Era Mariana, con sus dos colitas oscilantes, la hija adolescente del almacenero de la esquina. Solía colarse en las casas del barrio. Es que le faltaban algunas neuronas; a veces se ponía a reír con los alumnos en la puerta, y no se daba cuenta de que se burlaban de ella.
Resuelta a hablarle y obligarla a marcharse, Isabel salió y caminó hacia el corredor, preguntándose cómo habría hecho la muchacha para entrar. Escuchó su risa tonta. “¿En qué andará?” Aunque era inofensiva, la ponía inquieta que estuviera allí a esas horas, sola. Al llegar a la T formada por los pasillos, Isabel se detuvo, sorprendida. Sin querer, notó por el rabillo del ojo tras la puerta entornada del salón A, que debería estar cerrado, un leve resplandor proveniente del interior, y un segundo después oyó un golpe violento y un grito ahogado.
Sus piernas estaban paralizadas, no era capaz de ir a ver qué pasaba, ni quería, y tampoco podía regresar. Su conciencia le decía que probablemente tendría que ayudarla, pero sus piernas flaqueaban ante ese pensamiento, y sólo recuperó la fuerza al decidirse a huir.
Había sacado un poco de ánimo de esta idea, pero lo próximo que sintió fue un llanto quejumbroso y la curiosidad fue irresistible, aunque tenía los pelos de punta y sería incapaz de reaccionar si algo malo estaba pasando allí dentro.
Lo que vio desde el umbral era inverosímil, a pesar de que la imagen quedó grabada a fuego en su retina. Le pareció que alguien estaba abusando de Mariana: la tenía de bruces sobre el escritorio, y la joven lloriqueaba patéticamente derramando lágrimas calientes sobre sus brazos. La falda tableada del uniforme le cubría la espalda, sobre su camisa desgarrada, y una pequeña prenda blanca estaba enrollada en su tobillo izquierdo. El atacante la dominaba con una sola mano, y el movimiento rítmico y vehemente de sus caderas indicaba que la estaba penetrando. Lo que no encajaba en la escena era su aspecto. Debía ser un hombre por lo que hacía, cruzó por su mente, pero no parecía una criatura de este mundo.
Afortunadamente para Isabel, parecía estar ocupado gozando de su víctima como para reparar en ella. Entonces, una luz potente barrió el salón. Eran los faros del coche de la directora, que ascendía por el acceso lateral iluminando las ventanas. Sorprendida, aquella criatura envuelta en una luz lechosa y cargada de espesas alas blancas que le llegaban hasta las pantorrillas, se apartó de Mariana y se esfumó. Isabel todavía no se había movido cuando la luz del pasillo la sobresaltó y la directora llegó reclamado porque la puerta estaba abierta de par en par, y qué hacía allí parada.
Muda, Isabel sacudió la cabeza: ¿cómo podía pensar en una minucia como responderle a su jefa después de lo que había presenciado?
–¿Qué te pasa? ¿Qué miras? –preguntó extrañada Cristina, sacudiéndola para sacarla del trance.
Siguiendo su brazo, que señalaba adentro del salón A, dio un paso vacilante llena de curiosidad y tanteó el interruptor de la luz. Al instante vio a una jovencita hecha un ovillo en el suelo, la mitad inferior del cuerpo desnuda.
Más tarde, Isabel estaba sentada con una taza de café que la amable mujer policía le había dado en cuanto un enfermero certificó que estaba en shock y que debía esperar un poco para interrogarla. Por ahora sólo hablaba en monosílabos. A unos pasos, el médico conversaba en susurros con la mamá de Mariana, quien estaba tan trastornada que Isabel podía escuchar todo lo que decían. El doctor le había explicado las precauciones que iban a tomar por el SIDA y un posible embarazo, la mujer se puso histérica, y cuando se enteró de que ese abuso probablemente no había sido el primero comenzó a llamar a gritos a su marido.
Algún día iba a tener que contar, a la policía o a la familia, lo que había visto, porque no se iban a creer que fue presa de una ceguera temporal. Sin embargo, aún pasmada como estaba sabía que no podía decir la verdad. Podía inventar que lo había visto de espaldas, que usaba un disfraz, que llegó tarde... de esa forma podía zafar. Pero su conciencia... necesitaba hablar con alguien urgentemente.
–¡Nasa! ¿No es hora de volver? ¿Qué haces aquí?
–Muriel... –estaba sobre el tejado, observando con total impunidad a los policías tomando notas mientras ponían a Mariana en la ambulancia. Le contó lo que estaba haciendo cuando lo espantó una luz–. Es que creí que era uno de los nuestros, y totalmente desconcertado, huí despavorido –Nasaedhre se rió de su propia confusión.
–Ah, y ahora está lleno y no pudiste volver a terminar con lo tuyo –Muriel lo ojeó con cierto desprecio, notando un poco de sangre en sus muslos–. Deberías limpiarte, al menos.
Nasaedhre se cerró la bata, ajustándola en la cintura con un cordón brillante.
–Volvamos a casa. Pero espera que voy a ver...
–No te preocupes, la chica es una retrasada que no distingue su mano derecha de la izquierda, y sea lo que sea que cuente, nadie va a saber nunca. ¿Quién va a creerle que la tomó una fuerza invisible? Como yo soy su guardián, nadie de arriba se va a enterar.
Sin embargo, el prudente Muriel insistió en ir a inspeccionar, también por curiosidad. Podía caminar entre los humanos, torpes criaturas, y observar lo que hacían sin que ellos notaran su presencia. No obstante, al pararse detrás de la mujer que estaba sentada con los hombros gachos mirando la nada, notó que se estremecía como sacudida por un soplo helado y enseguida volvió la cabeza hacia él. Muriel se refugió a tiempo tras un policía, usando su aura como camuflaje.
¡Esa joven podía percibir su presencia! Se quedó escuchando y comprendió que ella había sido testigo, y aunque no estaba contando nada, en cualquier momento podía empezar a revelar, aunque fuera en sueños. ¿Y si tenía un ángel guardián que la escuchaba, alguno que no pudieran controlar? Este era un problema que había que resolver.

Texto agregado el 03-01-2012, y leído por 114 visitantes. (1 voto)


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