El regreso de Mirinda.

Aterrizó en la ladera del Cerro Uritorco, muy cerca del lugar donde cayó hace algunos años, con su nave averiada.
Ahora estaba de vacaciones y decidió pasar algunos días en la Tierra.
Sentía curiosidad por saber cuanto habían progresado los humanos en estos años.
Escondió su nave espacial, camuflándola con alguna s ramas y alcanzó a caminar algunos pasos, cuando lo detuvo un humano con gorra y ropas grises.

Lo que lo asustó fue que el hombre portaba un arma de fuego, de esas que llaman escopeta.

—¡Alto ahí, forastero! ¿No sabe que nadie puede entrar en esta zona?

—¡Porqué no se puede, buen hombre? —contraatacó Mirinda

—Porque la Concesión del Cerro Uritorco pertenece en exclusividad a Gmagdalena Incorporated, que es la única multinacional que puede explotar el cultivo de la Peperina y la cría de iguanas.

—¡Diablos! ¿Vive todavía Gmagdalena?

—No lo sé. En una multinacional, solo se conocen los Gerentes

—Bueno, amigo, me voy. ¿Queda muy lejos la ciudad de Córdoba? Quiero llegar a la Terminal de autobuses, para luego viajar a Buenos Aires.

El guardia lo miró sorpredido:

—¿Dónde estuvo viviendo usted? ¿En Saturno? ¿Acaso no sabe que la ciudad de Buenos Aires ya no existe?

Mirinda se puso a caminar, sin volver a mirar atrás. No quería que el hombre le viera las lágrimas que corrían por sus mejillas.

El guardia se encogió de hombros y se quedó observando a Mirinda que se alejaba a paso rápido, hasta perderse en la lontananza…