LOS MAGOS

El ámbar de la tarde pensativa
Se acerca al horizonte;
El reino de los olivos de Sión;
Se cubren con la clámide de la noche.

La sinfonización de los jardines,
Esparce el hálito efluvio de los campos;
El alma de las cosas gime bajo la presión
Del céfiro perfumado
De los bosques.

Una avergonzada nube transparente,
Duerme recostada en un rincón
De sus andanzas.

La techumbre de de la oscuridad,
Es herida por la diamantización
De un lucero.
Sus cuatro hilos de plata,
Transmitidos en mármoles congelados,
Tallados por manos divinas.

Los tres caminos de la sabiduría
Se abren; el
Estólido, se cierra.

Un soplo de Eolo, viene del Oriente.
Se separan las plantas por su metopa.
De occidente, se escucha el rumor pretoriano,
Del Norte, los bronces se derriten
En crisoles de topacio.

El oro, el incienso y la mirra,
Iluminan, perfuman, enriquecen
Los campos de Belén.
El lucero se detiene.

Sus cuatro rayos de marfil
Se unen.
Una fuente de misterio
Cubre la tierra cayendo en
Torrente de belleza.

Los hombres tiemblan;
Los astros, derraman estrellas de alegría;
Los pastores se llenan de alborozo,
La noche es diáfana.

El redentor es venerado,
Sus pies, ungidos, aromatizados,
Enriquecidos;
Se levanta hasta la cúspide;
Camina a la par del Dios eterno,
Derrama bendición sobre sus hijos.

Pero el hombre. ¡El ingrato hombre vil!
¡Lo baja, lo consume, lo condena,
Lo mata!

¡Pero él! ¡Él se alza alto,
Más alto, mucho más alto!
Por encima de lo bello, de lo sublime,
De lo divino, de lo eterno.
Por sobre todas las cosas profundas,
Su palabra se escucha
Sobre todos los confines.
La escuchan las almas viles;
Lo claman los condenados,
Lo acompañan los tiernos,
Los buenos,
Desfallecen los perversos,
Caen vencidos por el timo del dolor.

Luego, la bajeza de: perdónanos Señor,
Porque nuestra ignorancia, es más grande
Que la profundidad de tu fe.

Reinaldo Barrientos G.

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