Miro el reloj, fijo, y descubro que él me está mirando a mi. Es quien se devora mi tiempo.
Sonríe y se siente alimentado de mi. Testigo de los momentos y de los no momentos, sabio de saber adelantar o de congelar al tiempo, se mantiene inmóvil en aquel lugar donde lo puse, en aquella mesa que solamente está para ubicar las cosas que solamente son cosas y que quedan ahí, junto al reloj.
Se esconde en esas cosas, se refugia y hace su trabajo sin que yo lo perciba. Devorando sentimientos, generando olvido, haciendo que digiera la nostalgia. Y todo eso con sus agujas, que como el mismo planeta tierra se mueven pero no lo percibimos.
¿Dónde estoy? ¿Qué estoy haciendo? ¿Quién soy? No me interesa saberlo, solamente hago lo que tenga que hacer en el momento que me plazca hasta que me acerque a la mesa para sacar las cosas y te vea.
Me miras fijo, me recordas donde estoy, quien soy y que estoy haciendo. Tus agujas se alargan y salen de la mesa como raíces hasta alcanzarme, me ata la aguja de las horas, la de los minutos me toca, me golpea, me pellizca hasta que, sin darme cuenta, el segundero, sonriente, me abre los ojos.
Ahí estoy, atrapado, porque el momento dejó de ser mío y paso a depender del tiempo... |