Capítulo 10: “La Búsqueda”.
Carolina, Manuel y yo formamos el mejor equipo de búsqueda que jamás se pudiera imaginar Hae`koro, Mau’terevi y Make-Make corrían con fuerza descomunal. Carola no sabía nada de montar, pero fue menos difícil enseñarle que lo que pensé. Los caballos eran valientes, obedientes y tenaces, podían percibir el peligro a la legua. En esos días se llevaba demasiado andar a caballo y llevar ropa de esclava colonial, eso fue un punto a favor para pasar por lo pronto desapercibidos, pero había que ser preciso en la vestimenta, cualquier detalle, cualquier sospecha que fuese, y nuestro futuro pendía de unos despiadados realistas.
No mucho andar, llegamos a un elegante hotel y un hombre español muy gritón dentro. A vivas luces, era notorio que era un realista, en su vocabulario, para nuestra suerte no existía la palabra discreción. Sus finos ropajes, su selecto vocabulario y una manera peor que una bomba molotov de bendecir el actuar del gobierno español, especialmente el rey, consiguió delatarlo y por consiguiente revelarnos en nuestras mentes liberales una idea grandiosa. Pareciera que no sabía que el teléfono no era un megáfono, pues platicaba a viva voz sobre una fiesta realista para celebrar el golpe de estado que nos hicieron. La partusa se llevaría a cabo en el recinto antes mencionado y sería a eso de las nueve de la noche.
-Caru, anota todo lo que más puedas, solo eso por ahora-susurré al oído de Manuel y de mi hermana.
-No, no es todo, luego piensa en algo que sea convincente, eres la que tiene mejor pinta, y te creerá más. Di que somos un conjunto de baile de aproximadamente 50 personas y que deseamos darnos a conocer en la fiesta-saltó de un rincón Manuel, yo lo miré a los ojos y supe que era mi cómplice.
-Sí, sí, es una idea bacán, pero ahora cállense-dijo Carola con la libreta en la mano y el alma en el suspense.
A media cuadra había un teléfono, Manuel y yo decidimos ocupar el único dinero que teníamos en llamar a mamá y quitarle un miedo de encima. Ella contestó llorando y me ladró un “¿Qué quieres?”, yo debí respirar y contar hasta mil quinientos, y comenzar a narrar la mágica historia de que aún me encontraba con vida. Incrédula le dicen, el caso es que me costó un mundo convencerla de mi identidad, y cuando se disponía a decirme que dejara la guerra, yo ya había cortado.
Cuando llegamos, Caru estaba entrando con la mirada más coqueta que tenía que desde luego nos dio una risa fatal.
Con Manuel, al rato descubrimos una ventana que ante nuestros ojos se abría imponente. De ella emanaba un olor a comida tremendo y tocamos buena suerte de que fuera solo una bodega de la cocina, pero cuando nos disponíamos a huir con tan cuantioso botín, un guardia torpe se hizo el valiente, creyó que por alguna razón no portábamos armas, pero se equivocó, al ver tan solo el revólver y mi cuchillo se suicida casi del miedo y nos dejó irnos sin peligros con nuestra fortuna alimenticia. Manuel subió las cosas a su fiel Mau`terevi y se fue galopando por la acera, lo seguí con la mirada, hasta que se me perdió de vista. Luego, yo tenía otra labor: detener a punta del filo de mi cuchilla al guardia. Adentro, Carolina se batía de su poder de convencimiento y lo consiguió Luis de Casanueva, el hijo del gobernador, accedió feliz a tener la presencia de tan bella dama en la partusa. En el campamento todo era un carnaval alimenticio, la noticia que les traíamos, era aún mejor… ya sabrán lo que viene.
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