Capítulo 1: “EL ACTO CÍVICO”.
Corría marzo de 2010, el primer día de clases para ser más específica, como de costumbre se llevó a cabo el acto cívico de ingreso a clases: cantamos el himno patrio, recitaron, etc.
Luego de que habló la sra. Norma, que tenía muy fingida una sonrisa, nadie sospechaba lo que diría el director. Él venía tras ella, tenía el seño fruncido, cabizbajo; venía de llorar, estaba más blanco que de ordinario; se veía muy preocupado.
Este hombre traía una noticia malísima: la reconquista española era inminente; en Valparaíso habían desembarcado unos buques de guerra: tenían la intención de hacernos colonia otra vez.
Las niñas de kínder tenían una cara de duda terrible, las de primer nivel lloraban, la de segundo ciclo estábamos asombradas y enrabiadas; y los adultos se hacían los valientes, pero en realidad estaban muy conmocionados.
En la sala de clases no pudimos aguantarnos la cara de preocupación; algunas compañeras rompieron a llorar. La profesora Elsa, muy cristiana, oró, nos narró la historia independentista y nos dio ánimo.
Cuando termino este preámbulo obligado, nos sentamos suavemente y, comenzaron las clases, era un pésimo comienzo: nadie estaba concentrada en la profesora, sino en las palabras del director.
Acabadas las clases del primer ciclo, mi mejor amiga de la escuela, Paloma Bustos me fue a buscar a mi banco, mientras yo guardaba mis útiles escolares, ella me informaba de una improvisada fiesta nocturna a realizarse en el establecimiento para subir el ánimo.
-Shopito, ¿tu irías a la fiesta?-me pregunto.
-Obvio, si es para subir el ánimo seguro que iré-contesté.
-¡Qué bien estaremos juntas!, Sofi, ¿Qué sientes por lo que dijo el director?, no se te ve triste- acotó.
-Lo que pasa es que no siento pena, sino rabia hacia los españoles. Me encantaría formar una guerrilla- suspiré.
-¡Sále!, tu, igualita a Manuel Rodríguez-rió.
-Algo que sepas de historia, él formó muchas guerrillas en la época independentista-repliqué.
-Ya empezaste con tu libro de historia mental, siempre pasa-señaló.
-Si quieres te cuento esta historia en la fiesta: es muy interesante-ofrecí.
-¡Qué buena idea!-exclamó con sarcasmo.
-Oye, Palo, si yo hiciera una guerrilla, ¿tu irías?-inquirí.
-Obvio, Sofita, obvio- me dijo.
Luego sonó el timbre de regreso a clases y subimos esas escaleras kilométricas hasta nuestra sala de clases.