Participación en el Reto Ganadores Prosa Nº 4
Corregido por Ninive
Era solo una niña ingenua y asustada retirada de su pequeño universo en donde se desenvolvía sin temores ni discriminación, en un colegio mixto pequeño y veinticinco compañeros de curso con los que compartí desde el primer día en el kindergarten, pequeños y tan puros que no le dieron connotación alguna a mi diferencia física, solo uno, Pedro Ignacio un niño tan ingenuo como yo que al regreso de su primer día escolar, muy excitado, le contó a su mamá que tenía una compañera italiana, -¿y tú cómo sabes que es italiana?-, -porque tiene los ojos así- y con sus dedos estiró sus ojos hacia los lados dándoles la apariencia de ojos oblicuos. La mamá lo corrigió, sin poder evitar una carcajada, -Pedro Ignacio, los ojos oblicuos son característicos de japoneses o chinos, tu compañerita es de origen asiático, no es italiana- Pedro estaba tan asombrado por la diferencia de sus ojos con los míos que lo había comentado con los compañeros y como consecuencia quedó bautizado por todo el tiempo que fuimos compañeros como “el italiano”
Los niños crecen y los padres buscan las mejores oportunidades, fui matriculada en un Liceo de niñas en donde aseguraba una mejor preparación académica para mi futuro ingreso a la Universidad.
El cambio fue un gran desafío, sentí angustia, claustrofobia, soledad, el establecimiento parecía tan grande que a ingresar pensé que jamás encontraría la sala de clases, seguí el camino de todas la niñas hasta llegar a un gran patio, tan grande y con una multitud de niñas que pasé un buen rato intentando encontrar las listas de ubicación de sala, un mundo tan impersonal, los grupos de amigas y compañeras felices del reencuentro, yo solo quería volverme a casa, hasta que por fin encontré el listado de alumnas de cada curso, desde el primero medio A hasta el primero medio J, cuarenta y cinco alumnas por curso, yo integraría el primero medio J.
Mis compañeras asistían a ese Liceo desde chiquititas y al ingresar a la sala se acomodaron por grupos y amigas, sin tomar ninguna iniciativa esperé que todas se hubieran acomodado, quedaron dos pupitres desocupados y en uno de ellos me instalé, ninguna se dio por enterada de la presencia de una alumna nueva, solo la profesora jefe preguntó como me llamaba y de qué colegio venía; así pasé un mes, solitaria, vagando por el patio en los recreos, nadie se acercaba a hablarme, yo no osaba intentar un acercamiento.
A fines del mes de Abril llegó al primer año J una alumna más, pertenecía a ese curso y todas la saludaron con mucho cariño, se acercó al único pupitre desocupado, preguntó si podía ocupar ese lugar. –Soy Jimena, estuve todo este tiempo con hepatitis, necesitaré ayuda para tomar conocimiento de las materias- -si quieres yo te puedo ayudar- le respondí, -¡sería fantástico!-
Sentí que crecía al sentarme derecha y salir de la actitud postural encorvada pensando que así pasaba inadvertida.
Comencé a ir a su casa todos los días, la ayudé a pasar en sus cuadernos todas las materias, nos hicimos amigas y su familia siempre acogedora y cariñosa. Han pasado todos los años que pasaron, Jimena y yo seguimos siendo amigas, confidentes, cercanas y exactas en nuestras formas de pensar. No se que extraña fuerza nos avisa cuando una o la otra está en dificultades, lo sabemos y nos llamamos aunque profesionalmente seguimos caminos diferentes.
Cuando falleció mi padre, ella llegó a verme antes que se publicaran los anuncios oficiales, su hermano tuvo un grave accidente en moto, sin tener noticia alguna del suceso, fui a su casa al terminar el horario de clases, el día que mi marido me pidió matrimonio, Jimena llegó a la oficina, estaba preocupada y con mucha razón, opinó que estaba tomando una decisión equivocada; si estaba enferma, yo lo sabía, no falló nunca en cada ocasión en que sufrí problemas severos matrimoniales, una llamada telefónica, un café y una larga conversación que siempre ayudó, nada mejor para aclarar nuestras propias ideas que expresarlas con palabras a quien nos conoce, nos ama, nos respeta y nos comprende, teniendo la certeza que nadie más sabrá lo que decimos.
Ella enviudó prematuramente, yo estaba en Madrid en un congreso, lo supe, algo había sucedido y la llamé por teléfono, tenía dos hijas, yo no lograba el sueño de ser madre.
Al llegar a casa luego de la confirmación de mi único embarazo, Jimena estaba esperándome, de algún modo misterioso y mágico le había transmitido aquella inmensa felicidad.
No tuve hermanas pero una hepatitis, una recepción indiferente de compañeras de curso, una comunión de sentimientos y un mismo criterio y proyección, se transformó en el regalo más hermoso que pude recibir, Jimena una amiga incondicional, en la distancia, en la cercanía, en cada momento, en el segundo preciso, desde nuestros quince años hasta el día de hoy.
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