Y un día ocurrió, bueno, no fue en “un día”, sino en más de varios cientos de años, quizás en más de mil años, pero, finalmente llego el día, el día en que la humanidad festejó sus primeras veinticuatro horas en total paz.
No fueron las Naciones Unidas las que lo lograron, tampoco la OTAN, ni Green Peace. No fue la Ciencia ni la Iglesia Católica, ni la Protestante, ni la Ortodoxa. En realidad no fue ninguna religión, o quizás si. Tampoco lo logró la amenaza de ninguna nación superpoderosa ni el terrorismo internacional. No fue una invasión extraterrestre, ni siquiera la amenaza de destrucción de nuestra propia Tierra. La fuerza que lo logró fue la música.
Históricamente, las artes siempre compitieron por el monopolio de la belleza, la armonía y la paz, pero no fue la escultura ni la pintura ni el teatro, ni la danza. Ni siquiera las letras pudieron lograr lo que finalmente consiguió la música.
La música siempre fue inspiradora y motivadora de las pasiones humanas, y de esa forma, poco a poco, el amor y la paz fueron copando la temática de los compositores y el alma de las personas.
Claro, en los últimos años nos convertimos en “Aldea Global”, y, mientras unos miraban los mercados y las oportunidades de negocios, otros pocos pensaban en los grandes temas de la humanidad: el hambre, la injusticia, la igualdad de oportunidades, la educación, la vivienda y fundamentalmente el respeto por la vida y la paz mundial.
Primero fue el concierto para Bangladesh, luego “Usa for África” con “We are the World”. Cada vez fueron más frecuentes los conciertos y los músicos que se unían gratuitamente cantando por la unidad y la paz.
En el año 2005 surgió una nueva iniciativa, “Playing for change” que reunió a músicos de todo el mundo y con temas de Bob Marley empezaron a recorrer el planeta a través de Internet.
Y así fue, el cambio no fue externo sino interno, individual, personal. Poco a poco se fue produciendo en el corazón de cada persona, un nuevo enfoque relacionado con la valorización del ser humano.
Entonces, de esta forma, las voces se fueron haciendo oír, la conciencia de la posibilidad de un “nuevo mundo” fue creciendo desde el subconsciente de los habitantes del planeta.
Los gobernantes, atentos y permanentes especuladores de la voluntad popular, no tuvieron más remedio que “agradar” y transformarse en “pacifistas”, primero por conveniencia política y luego, quizás después de tanto repetirlo, por convicción.
Y de pronto un día la tierra amaneció en paz.
El planeta asistió a un extraño silencio de las armas. Los escépticos anunciaban que pronto volveríamos a las andadas, pero no fue así. Al cabo de diez años de paz, los gobiernos empezaron a preguntarse sobre la conveniencia de mantener costosos ejércitos y armas. Las fábricas de armamentos quebraron, no sin antes intentar provocar algunas escaramuzas entre antiguos rivales con la intención de provocar una guerra. Pero todo fue inútil.
Los recursos antes utilizados para la guerra se reorientaron para la lucha contra el hambre, la pobreza, el analfabetismo y la salud.
Los seres humanos, asombrados, empezamos a creer que la paz permanente era posible. Asistíamos perplejos a un resurgir de las artes, el humanismo, y hasta la ciencia orientada al servicio del hombre. Pocos comprendían que el fenómeno se había originado en la música.
La música… así de simple, un hombre con una guitarra.
- ¡Soldado!, ¡De pié!
Abrazado a mi fusil M4 y aún adormilado, salto como un resorte y quitándome disimuladamente los auriculares de mi reproductor mp3, contesto al Sargento gritando:
- ¡Sí Señor!
- ¡¿Que mierda estaba haciendo?!
- ¡Nada señor, estaba distraído pensando Señor!
- ¡Estúpido! ¿Quiere terminar como sus compañeros?
Miro de reojo con terror la fosa abierta al lado de mi trinchera…el brazo de mi amigo Jimmy asoma morbosamente con el puño aun cerrado.
- ¡No Señor!
- ¡Entonces preste atención carajo!, esperamos un contraataque en cualquier momento.
- ¡Si Señor!
El Sargento no escucha mi respuesta, se aleja para continuar supervisando su tropa apostada en la trinchera. Parece casi feliz. Lo escucho silbar “La carga de las valkirias” de Richard Wagner.
Verifico mi rifle, ya no es más una guitarra, esta listo para disparar. Apago el mp3 donde aún se escucha “give peace a chance”.
Todavía tiemblo, me quedé dormido, me podrían haber matado, y yo soñando pavadas.
¿Pavadas?...
Solo los muertos ven el fin de la guerra
Platón
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