Cocinó toda la mañana su famoso guisado de porotos verdes, como todos los años picó los porotos con un cuchillo bien afilado y sin recurrir a todas esas maquinas que tenía la cocina, solo se dedico a prepararlo como lo hubiese hecho 60 años atrás. A la hora de servir los platos, no recordó que vivió sola, que jamás se casó y que su única familia eran tres sobrinos que no iban a verla porque estaban muy ocupados para preocuparse de la vieja tía, la mesa la dispuso para tres personas y los platos también, solo notó el error al sentarse a la mesa, cuando vio los puestos vacíos y los platos con el guisado humeante.
Tomó el teléfono y una pequeña libreta, marcó el número con dificultad.
-¿Aló?
-¿Aló? hola, mijito, hola soy la Tía Rosa.- Dijo ella al momento de reconocer la voz del hombre.
-Hola tía, ¿que está haciendo?- interrogó el sobrino con poco interés.
-Nada pue quería invitarlo a ud. Y a sus hermanos a almorzar pue’, es que hice tanto almuerzo—
-Si, pucha, ¿es que sabe? Va a tener que ser para otro día y con más tiempo, ahora yo no puedo ir y ni hablar de Javier, se lleva de puro viaje y Mateo tiene esposa le cocina todos los días.-Interrumpió él con tantas excusas le era posible.
-Bueno que vengan, cual es el problema, alcanza para todos.- Insistió
-Tía, no es tan simple.- Alegó alterado. –Cocine menos la próxima vez y ahora eso guárdelo en el refrigerador.
-¿Porque no llama al Mateo y le pregunta si quiere venir para acá con su señora?- Insistió la abuela.
-¿Porque no lo llama usted? Yo ahora estoy ocupado.- Contestó el sobrino.
- Porque solo tengo el número suyo, los demás no me lo dieron nunca.- Reclamo la abuela casi a punto de llorar.
Luego de un cruce de palabras más cortó el teléfono, lloró un par de minutos, hasta que por fin miró los platos servidos, sonrió, se puso de pie y llamó; “Mamá, papá, está servido” Al minuto apareció ella, reclamando porque el papá no se lava las manos, luego apareció el, pidió ají y comieron los tres, hablaron de todo, hasta que se paró a lavar los platos. Al volver al comedor, vio dos platos servidos, ya fríos, no había nadie, no dudo, otra vez se había perdido. Limpió la mesa y lavo la loza, al terminar se fue al living a ver las fotos viejas y murmuró; ellos murieron y cuando yo muera, ya nadie los recordará, lloró un rato.
Puso el cd de música que le gustaba y se paseo por la casa una vez más, sus piernas ya no eran las de antes, su cara tampoco, sus manos estaban llenas de pequeñas pecas, miraba por la ventana y se lamentó no haberse casado cuando se lo propusieron, lamentó tantas cosas que ahora casi le parecían posibles.
Caminó hasta una pieza, donde estaban sus papás dormidos, la siesta de los domingos, su mamá despertó.
-¿Rosita, que haces acá?
-Me pasó otra vez.- dice ella
-Pucha, pero si ya sabes, quédese tranquila hija, todos pasamos por lo mismo.- Le contesta la mamá.
-¿Mamita y si los niños ya no me quieren?¿ Para que me quedo?- Interroga la que parece tener respuesta de todo.
-Porque todavía no es tu hora pue.
-Mamita, ¿donde guarda el papá la pistola que le regalé?
-Donde siempre, en el cajón.
-En el cajón.- Repite eso en la pieza vacía, no hay nadie, otra vez le pasó. Caminó hasta el cajón, ahí estaba, cargada como siempre, como el papá la había dejado, limpió cada una de sus partes y luego la puso sobre la mesita de noche, se puso un lindo vestido y se peinó como le gustaba cuando era adolescente. Lloró por que no la llorarían y se consoló por los que no se consolarían por ella.
Era una carga para sus sobrinos y ya no era lo mismo que hace años atrás, habían mas razones pero no quería atrasarse más de la cuenta, sus papás la estaban esperando en la puerta, iban a salir, se reían y la llamaban, solo le faltaba una cosa más, jaló del gatillo, ya estaba lista.
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