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Tijuana BC. Dic. 2011. …Para olvidar.
Es una mujer que olvida, extravía las razones de los destinos, las citas, las horas, los motivos por los cuales está en la calle, en ese momento, en ese día.
Es una mujer que olvida con mayor frecuencia cada vez más cosas.
Su posición económica le permite visitar a un medico especialista que, con los reconocimientos necesarios, diagnostica que no es nada fuera de lo normal.
Pronto detiene los daños del Alzheimer y sus contrariedades.
Receta vitaminas y recomienda ejercicios mnemotécnicos.
Sólo que…ella olvida el tratamiento, tomarse las vitaminas y realizar los ejercicios.
Y continúa olvidando.
Ahora olvida los cumpleaños, los nombres, los rostros, dando ocasión a situaciones incomodas.
Como la tarde en que su pareja, al volver del trabajo, tuvo que correr por toda la casa tras de ella y, una vez que la alcanzo, enseñarle la fotografía de la boda para convencerla de que no era una persona extraña.
Así van las cosas, de mal en peor.
Una mañana, al levantarse, la mujer olvida de quien es el rostro que le devuelve el espejo.
Se mira una y otra vez, no logra identificar en esa cara envejecida, triste, el rostro de la mujer en la fotografía enmarcada que está en la pared y sabe suyo.
Ese día, dibuja en su rostro una sonrisa nostálgica, cargada de recuerdos, en su mente y corazón renació la imagen de aquella de quien se enamoro, aunque por prejuicios, fue una historia de amor lésbico, que no se permitió vivir.
La mujer que olvida, recordó por qué olvidaba.
Mientras su pareja cumple sus obligaciones en el trabajo, llena una maleta con algunas casas de valor sentimental, y otras, realmente imprescindibles.
Se marcha para siempre, deseando que aún no sea demasiado tarde para recordar cada detalle del rostro que ha estado intentando olvidar durante tantos años.

Vagando por la ciudad para olvidar el desamor, una caminante cruza la plaza donde las criaturas juegan.
Una de esas niñas, la mira a los ojos directamente y la mujer retiene esa mirada que se lleva consigo cuando se interna en el centro comercial.
Ahí, la mirada se aleja pegada a las caderas de una mujer joven de generosos andares.
Mientras camina, la mirada trepa por su cintura, se desliza por sus senos, dibuja la figura de un pezón, continua arriba, recorre el mentón, reinventa unos labios carnosos y uno pómulos perfectos.
Acaba en unos ojos cafés donde finalmente descansa, latente, hasta que, algo más tarde, se convierte en una mirada de amor, y se lanza contra el rostro de un muchacho de rasgos muy varoniles y suave bigote oscuro.
Ese hombre le devuelve la mirada de amor, transformada ahora en deseo.
Así, la visión, pasa saltando entre ellos, un día se convierte en una mirada de ternura, y se instala en los ojos de una bebé.
Mientras esta crece, la mirada disminuye, se llena de cosas, gentes, objetos, avenidas, palabras impresas, arquitecturas, obras de arte, paisajes y lentos atardeceres.
Una tarde, veinte inviernos después, acarician el desnudo cuerpo de otra mujer que la devuelve a su remitente, convertida en lujuria.
Esa misma, se va enfriando a lo largo de años de contacto íntimo.
Poco a poco, aunque inevitablemente, pasa de lujuria a amor, de amor a cariño, de cariño a costumbre, de costumbre a la indiferencia.
Un día, la que hace tiempo fuera una bebé, es una caminante que vaga por la ciudad para olvidar el tiempo perdido en el desamor.
Esa paseante, cruza una plaza donde se encuentra una anciana.
Sus ojos se cruzan, la observa largamente, y ella, la anciana, siente como la paseante antes de perderse entre la gente en el centro comercial, le ha devuelto su mirada.
Andrea Guadalupe.

Texto agregado el 27-12-2011, y leído por 129 visitantes. (0 votos)


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