Mirinda aprende

Mirinda fue invitado por Rocío a cenar en su casa esa noche.
Él llevó una botella de vino Chilicote reserva, tinto, de sabor abocado.
Ella había preparado una gallinita hervida con ensalada rusa.
Mientras cenaban hablaron poco. Sus mentes estaban preocupadas por lo que se avecinaba. Ambos estaban de acuerdo en hacer el amor por
primera vez. Ignoraban absolutamente todo lo referente al sexo, pero ambos, cada uno por su lado había averiguado en libros y otras lecturas lo
más posible para tener éxito la primera vez.
Mirinda había llevado el manual de Edy Castillo y ambos lo leían con avidez.
“Es muy conveniente que ambos se den un baño de tina juntos. Con el agua bien caliente a la que habrán puesto unas gotas de aceite de almendras para que el cuerpo quede impregnado con este aroma que es muy afrodisíaco. Deberán frotarse con una suave esponja cada uno teniendo cuidado de hacerlo en círculos con un jabón cremoso.
Los besos serán largos y apasionados, mordisqueando suavemente los labios y la comisura de la boca. Las lenguas se tocarán solamente en sus puntas en cortos toques como preguntando al otro si puede avanzar más.
Si no hay respuesta afirmativa, abstenerse de entrelazar las lenguas porque puede ocurrir que a su pareja no le agrade demasiado este juego. No haga nada que pueda incomodar a su pareja y sí haga todo lo que usted note que le gusta.
Si es así, no vacile en llegar al máximo, en cuanto a producir placer se refiera.”
Cuando llegaron a este párrafo, tanto a Rocío como a Mirinda se les aceleró la respiración y Rocío decidió ir a llenar la tina con agua caliente. También tenía una esencia de almendras y un buen jabón.

—Tengo una duda —dijo Mirinda —y es que recién cenamos y si nos metemos a bañarnos nos puede dar un espasmo y morirnos...

—¡Esos son cuentos de viejas! –exclamó irritada Rocío