Aunque Simón era ya baqueano en esas lides de caminar por pueblos y aldeas con su jamelgo que de tanto andar juntos eran como el decía “casi familia”, le llamó la atención cuando desde la loma avistó ese caserío hasta ahora nunca visitado lleno de resplandor y silbidos que se convertían en luces multicolores que como en una pantalla de cine iluminaba el cielo como un temprano amanecer. En las puertas del villorrio lo recibió un viejo gordo de barba blanca tupida vestido de rojo encarnado quien le abrió los brazos con una risa extraña. Lo llevó a una casa enorme llena de juguetes y le conversó de la navidad, de sus renos y sus achaques.
-Mañana 24 repartiré estos obsequios a todos los niños - le contó casi confidencialmente. Estos que vez acá, señalando bicicletas, juguetes Fisher Price, grandes trenes eléctricos son para los niños ricos y estas pelotas, muñecas y carritos de plástico son para los pobres. Parece injusto, pero así es el sistema. Sin embargo, todo tiene sus compensaciones. A veces los niños ricos rechazan los juguetes y hacen berrinche porque lo que le dieron, por ejemplo dicen, “se parece al del año pasado”, en cambio los niños pobres, por lo general, lo aceptan felices casi siempre con una sonrisa. También están los que no creen en mí, sin distinción de clase, que para mi desgracia cada vez van en aumento, pero por otro lado están los grandes consorcios que no quieren matar mi imagen y multiplican mi figura colorada y rechoncha pululando por el mundo en estos días, abrigados con mi traje del polo norte así sea un salvaje caliente verano. Pero trabajo es trabajo, sólo tiene que tocar una campanita y aprenderse bien el JoJoJo aunque se estén muriendo de calor. Algunos me dicen Santa Claus, otros Papá Noel o simplemente Santa.
-¿Y porqué nunca pasaste por mi casa cuando era niño?- preguntó Simón.
-Por favor, no me malogres la Navidad con esas preguntas tan difíciles- Le respondió Santa alistándose a buscar sus imaginarios renos.
|