EL ENVIDIOSO
VivÃa en la aldea de G*** un hombre de mediana estatura, orondo,flemático,jovial,urbano y generoso.TenÃa como vecino a un semejante talludo,enteco,huraño,cicatero y envidioso en grado sumo.
Observará el lector que nada,ni en lo fÃsico ni en lo moral,tenÃan en común el uno con el otro;excepto algo:una linde.
Lo que el destino quiso diferenciar entre ambos,se empeñó el azar en unirlo... con un lindero.
En efecto,una recta imaginaria, juntaba y separaba a la vez, los vergeles de los dos lugareños.
El talludo cultivaba en su parcela unos limones extraordinarios:dorados como soles,grandes y lustrosos.
Los del orondo no le iban a la zaga,pero el envidioso los veÃa más grandes y bruñidos que los suyos;sin embargo,no habÃa diferencias sustanciales entre los frutos de los dos huertos.
Dábase el enteco al diablo una y otra vez.¡No podÃa ser!¡No señor!Su orgullo-pecado común a todos los envidiosos- no permitÃa que los citrones del cercano aventajasen a los suyos.
Resolvió que los limones de su vecino,que él y sólo él,veÃa más grandes y refulgentes que los propios, tenÃan que ser suyos.
Estaba decidido a conseguirlo.
Cierta tarde,habló con su próximo y le propuso comprarle la huerta.Éste accedió...y cerraron el trato.
Por fin,las ambarinas frutas de su "rival",pasaron a ser de su propiedad.Ahora era el dueño de los mejores limones de la aldea.¡Qué digo de la aldea,de la comarca!
Esa misma noche no pudo conciliar el sueño.Estaba inquieto e impaciente por regresar de nuevo a su hortal.
Al dia siguiente madrugó más que de costumbre,y loco de contento, encaminose a su campo.
Desde "su" lado del vergel,miró la parte que acababa de comprar, y no dio crédito a sus ojos:los frutos ya no eran más grandes que los que él habÃa criado,eran iguales,salvo sutilÃsimas diferencias¿Cómo era posible?
Salvó la linde,y sito ya en el otro flanco de la almunia,observó el costado opuesto...el "suyo".
No podÃa creerlo,los limones tenÃan el mismo volumen que los del lado en que se encontraba.Dábase de nuevo a todos los demonios.
Malhumorado, se desparrancó sobre el lindero.Miró,ora a diestra;ora a siniestra.¡No hay tutÃa!Los frutos eran del mismo tamaño, tan hermosos y bruñidos los unos... como los otros.
Decepcionado,triste, y más huraño que nunca,regresó a su casa.Por el camino, acordose de que en la aldea vivÃa un anciano que gozaba de respeto entre la vecindad por por sus consejos y sabidurÃa.IrÃa a verlo.Él tendrÃa la solución a semejante despropósito.
Dicho y hecho.Le contó al viejo su desazón con todos los promenores habidos y por haber.
Finalmente, dijo:¿"Qué puedo hacer con el terreno que compré para que los limones vuelvan a ser tan grandes como eran"?
El venerable anciano,con un deje socarrón en la sonrisa,sentenció:"VENDERLO". |