DOS BUSES
Tendría trece o catorce años, viajaba en ómnibus, no recuerdo si iba a la escuela o volvía. El vehículo, que circulaba de sur a norte, se detuvo en un embotellamiento. Miré por la ventanilla y me sorprendí; justo enfrente, en un colectivo que iba de norte a sur, vi a un viejo que también me miraba. Me invadió, en un primer momento, una sensación de vértigo, al darme cuenta de que ese hombre se parecía mucho a mí; y luego, una asfixiante angustia, al advertir que en su rostro, aparte de varias arrugas y de falta de brillo en los ojos, se traslucía un profundo cansancio.
Hoy pasaron cuarenta años y desde mi asiento estoy viendo al niño. Al principio dudo, luego me decido. Desciendo rápidamente y abordo el otro bus. Quiero hablar con ese niño. No sé si hago bien, siento la necesidad de prevenirlo sobre algo, quizá sobre la vida. Me mueve una especie de instinto de protección. Pero es en vano, el chico, al percibir que voy hacia él trasuntando ansiedad, con cara de susto, sale como volado del bus. Yo también desciendo y comienzo a buscarlo… Es inútil, ya no lo veo. Se perdió en medio del tránsito.
Sergio Heredia
Febrero 2011
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