1.- Un acto de amor.
Un simple saludo de vecinos nos dábamos casi siempre que nos encontrábamos en forma casual. Un día me quede mirándola en forma diferente, no sabia que pasaba, pero observé sus abultados pechos, sus caderas anchas y me pareció su cuerpo escultural, en ese entonces, yo apenas era un adolescente. Ella notó mi ojeada lasciva y su mirada instintiva se posó en mi entrepierna donde se notaba sin poderlo disimular, la erección que yo tenía en ese momento y una sonrisa burlona en su boca afloró. La seguí con la mirada, mientras ella se alejaba, no sabía que hacer, pero a partir de ese momento, una sonrisa me brindaba cada vez que nuestras miradas se encontraban y yo fui perdiendo un poco el temor y aprendí su rutina y a veces la esperaba en la esquina y le lanzaba piropos que fueron subiendo de tono, mientras ella solo su sonrisa cómplice me obsequiaba,
Este juego duró un tiempo, hasta que empecé a vencer mi timidez, pero siempre se me formaba un nudo en la garganta cuando estaba a su lado y quería hablarle. Me sentía pequeño y muchas veces mis palabras no salían, seguía siendo un adolescente, imberbe y solo sentía como mi miembro crecía, cuando me le acercaba. Ella casi siempre notaba mi excitación, mientras yo observaba sus atributos y su cuerpo exuberante, y me conformaba con guardar en mi memoria, a manera de fotografié esos gratos instantes, Me gustaba cuando usaba una blusa blanca, porque sus pezones se transparentaban en la ropa y yo los veía también ponerse erectos y las aureolas oscurecerse y era entonces cuando cerraba los ojos y sin forzar la imaginación sentía mi mano acariciándolos y mis labios besándolos. Aun hoy me excito de nuevo tan solo de recordar esos instantes pasados.
Mis amigos me reclamaban por qué muchas veces no los acompañaba, pero yo hábilmente les ocultaba que en forma escondida hasta la casa de mi vecina, lleno de lujuria y con pensamientos eróticos llegaba. En mi mente solo fantasías formaba y ya había perdido la esperanza de intimar con ella, a pesar que toda clase de facilidades me brindaba, pero mi timidez siempre formaba una barrera entre mis deseos juveniles insatisfechos y esa mujer que ansiaba poseer y la copa del deseo solo en mis sueños o en mis soledades desbordaba. Una tarde calurosa que me disponía a irme a piscina, entré a su apartamento como de costumbre y me quedé mirándola, lucía un pantalón corto, que dejaba ver el contorno de sus blancas piernas. Tenía esa blusa blanca que me hacia soñar, mientras cerraba los ojos y me excitaba. Ese día intenté seducirla, pero como siempre las palabras no salían de mi garganta y simplemente terminé invitándola a acompañarme a la piscina. Escuchó en forma paciente mi proposición, me tomó de la mano, la retuvo entre las suyas y murmuró con su voz suave y ensoñadora “Yo soy un poco mayor que tú y no estaría bien si saliéramos los dos, sin embargo, mientras tus amigos aprenden a nadar, tu puedes aprender a hacer el amor”. Muchos años después aún la evocaba con cariño en la soledad del baño, pues fue mi primer amante y me enseñó en silencio, en la tibieza y penumbra de su habitación, lo que hay que aprender en los rituales del sexo. Y recuerdo que cuando notó que con ella me estaba encaprichando, simplemente me alejó y me dijo “Otro nido, ojala de tu edad, debes buscar” Y entendí, temprano en la vida, -gracias a ella- que el amor es una cosa y el impulso de la virilidad encendida es otra muy distinta, aunque los hombres las confundamos siempre.
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